![Silencio de corchea](https://s2.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/202210/19/media/cortadas/GF0U5671-kcCD-U180431283711ShG-1248x770@Ideal.jpg)
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Los golpes en la puerta interrumpieron al violín. Un oficial del ejército solicitaba que el músico dirigiera a una orquesta de cuerda en un concierto conmemorativo de alguna efeméride del país invasor. El programa quedaba a su elección, «pero que sea música patriótica y de ... compositores nacionales. Mañana volveremos para que nos indique cuántos ensayos necesita y la elección de las obras». El violinista se acomodó el instrumento en el hombro. Delicadamente, molto lento, el arco acarició los primeros acordes de su himno nacional, «lo siento. Tendrán que buscar a otro. No colaboraré con ustedes». No hubo más sonidos que una doble percusión de plomo con la que concluyeron las negociaciones.
Quizá piensen, dilectos lectores, que relato la escena de una película de nazis y judíos ambientada en el gueto de Varsovia o en un campo de exterminio. ¡Ojalá! Porque nos remitiría a épocas pretéritas e incluso cabría suponer que era pura ficción. Lamentablemente ha sucedido esta semana en la ciudad de Jersón y la víctima tiene un nombre y biografía real, Yurii Kerpatenko, director de la Orquesta Filarmónica de Jersón. Al leer la noticia contemplé la posibilidad de que fuera un infundio de la propaganda ucraniana. Transcurridos los días, no ha sido desmentida.
El crimen confirma que Rusia pone ahínco en perder la guerra de la opinión pública, por más que el relativismo intelectual o el distanciamiento que evite una implicación moral conlleva que algunos españoles no tengan claro quiénes son los buenos, quiénes los malos. Justifican los indecisos que ambos bandos cometen crímenes mientras obvian intencionadamente el causante de la guerra. No consideran a Putin un dictador, pero cuestionan la legitimidad democrática de Zelensky. Se mueven en el delicado alambre de la imparcialidad a imitación de partidos políticos de izquierdas que denigran la resistencia de los invadidos y se oponen a la entrega de armamento a Ucrania para su defensa. Proponen la búsqueda de caminos diplomáticos, lo cual comporta que el ofendido ponga la otra mejilla. Esos mismos partidos muy de izquierdas que se abstienen en el Congreso en una votación para condenar a Rusia se tornan coincidentes –qué curioso– con los partidos muy de derechas italianos que acaban de elegir presidente del Congreso de los Diputados a Lorenzo Fontana, simpatizante de Putin.
Me revuelvo inquieto ante lo que creía una certidumbre: que la razón estaba de parte de Ucrania. Una vez más vislumbro mi soledad intelectual. Ni convenzo ni me convencen. Soy capaz de atisbar oscuros intereses económicos en la posición de ciertos dirigentes, pero me asombran las dudas del ciudadano. Convengo conmigo mismo en que la sociedad española no desea salir de su refugio de bienestar; que la guerra, el sufrimiento ajeno o lo que venga a perturbar nuestro idílico nivel de vida ha de ser sepultado bajo la indiferencia. Las sociedades que tienen mucho que perder socioeconómicamente son las que finalmente, por su indolencia ética, sucumben. A los ucranianos les conviene ganar la guerra antes de que la vulgaridad de muertos lejanos aburra a Europa. El interés de Occidente por su lucha durará un silencio de corchea.
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