El Síndrome de Hubris
Llamado 'de la desmesura' o 'enfermedad del poder', es un trastorno bastante generalizado que aqueja a quienes han asumido un liderazgo de influencia
josé garcía román
Granada
Sábado, 21 de marzo 2020, 00:30
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
josé garcía román
Granada
Sábado, 21 de marzo 2020, 00:30
Los griegos utilizaban la palabra 'hubris' o 'hubris' para referirse a quienes desafiaban a los dioses con arrogancia temeraria e insolente, dispuesta a transgredir lo que fuere, a «robar escena» con tal de conseguir el objetivo anhelado. La mitología reflejaba el mundo real, como el ... de hoy que nos presenta una memoria de ejemplos vinculados al poder, al prestigio social y al liderazgo: una tríada que no comprende necesariamente capacidad ni autenticidad en quienes forman parte de ella.
El Síndrome de Hubris, llamado 'de la desmesura' o 'enfermedad del poder', es un trastorno bastante generalizado que aqueja a quienes han asumido un liderazgo de influencia. Este desarreglo narcisista manifiesta orgullo desmedido, exceso de confianza, sentimiento de superioridad, obsesión por la propia imagen, los lujos y las distinciones, desprecio por la opinión de otros, falta de escrúpulos en el diseño de estrategias personales y alejamiento de la realidad.
En nuestros días sufrimos una plaga de avidez por dar el salto liberador de la zona común y ordinaria, y ser idolillos. Dicen los psicólogos que la obstinación con la fama implica precaria salud mental. Al Pacino sufrió el síndrome del éxito con 'El Padrino II' y necesitó durante años una terapia psicológica «para gestionar la fama» y la pertenencia al club selecto que lleva consigo. Una vez cobrada la pieza del dinero, la celebridad, hija del mercado y la publicidad, alentada por la droga del aplauso y la ostentación, construye murallas y barreras para realizar sueños a lo Rey Sol, con jardines de privilegio. El gran hubrístico sueña imposibles aunque solamente los disfrute en las cortas noches de una vida breve.
Algunos artistas e 'importantes' no tienen solución y siguen erre que erre rindiendo culto a la condición humana: unos, peleando a lo 'divino', y otros, a lo 'humano', o a las dos formas, como Wagner con sus delirios de grandeza. Sin embargo, todos caerán de los caballos de la fama y la vanidad, privados de pedestales de papel, por mucha presión que se haga forzando futuros 'pluscuam(im) perfectos', cuando concluya el juego en el casino de la vida. No hay búnkeres ni blindajes que aguanten siglos.
A pesar de ello, el compositor Stockhausen, al creerse genio, quería construir uno para preservar de la catástrofe del tiempo su obra musical. ¡Pobre Bach!
Profesiones cotizadas o de 'prestigio' sufren las consecuencias de este virus. Igualmente la dedicación a la política. El médico Rafael Fernández-Samos dice: «Porque el varapalo de las urnas, la pérdida del mando o de la popularidad, en definitiva, esporádicamente sume al fustigado por el Hubris en la siguiente fase: desolación, disimulada con rabia y rencor en algunos casos». Según el neurólogo, político y ex canciller británico David Owen, autor de la denominación del síndrome, «llega un momento en que quienes lideran dejan de escuchar, se vuelven imprudentes y toman decisiones por su cuenta, sin consultar, porque piensan que sus ideas son correctas». Y si se equivocan no reconocerán el error ante el espejo de su inmenso ego.
También el psiquiatra Alejandro Madrigal Zentella dice que «las presiones y la responsabilidad que conlleva el poder termina afectando a la mente», y hace hincapié en que «tras un tiempo en el poder, los afectados por el Hubris padecen lo que psicopatológicamente se llama desarrollo paranoide: todos los que se oponen a sus ideas son adversarios, producto de la envidia».
El éxito, no importa cómo se ha conseguido, genera enjambres de entusiasmo que sobrevuela con frecuencia inconsciente de la adulación, asociada al arribismo.
En ese sentido, el psiquiatra Harry Campos Cervera subraya que «lo puede padecer cualquier persona que está en el ejercicio del poder». Y aclara que, si se piensa el síndrome en el marco de la política, «conviene considerar que ya para dedicarse a la política hay que tener cierto rasgo de personalidad narcisista y, si a eso se le suma el entorno que se crea en el poder, son pocos los que llegan a una alta esfera de éste sin lograr librarse de dicho trastorno».
Podios, escenarios, pasarelas, revistas, platós de televisiones, medios usuales para impresionar, aguantan hasta que el reloj marca la hora del espejo del cuarto de baño y la del silencio de la soledad de cada atardecer que sólo deja que se escuchen los latidos de un músculo vital: el corazón, tan frágil. ¿Y seguimos siendo arrogantes aún faltándonos el 'oxígeno' por el mal de altura que transforma la humildad en soberbia, a pesar de que cuanto más alto se vuela más se percibe nuestra pequeñez?
Cuando escasean baños de realidad se necesita el agua fría de la sensatez que baje temperaturas y ahuyente humos que hacen el ridículo ante la Naturaleza y el Universo. Pero el impertinente ego, cegado por el resplandor de la ambición, vuela hacia el sol aunque éste le derrita las alas como a Ícaro, pues vive ajeno a seres discretos que mantienen el aliento a ciudadanos que ganan perdiendo y pierden ganando, volcados en dar calor y frío cuando es preciso, en aportar una pequeña luz en las injustas oscuridades de la vida, sin asomarse a balcones donde lucir ni siquiera lo que se tiene por el constante esfuerzo, no por la fortuna. A veces se cumple aquello de «estoy, luego no soy; soy, luego no estoy».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.