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Me pregunto por los logros de la Filosofía tras 2500 años de vida y los frutos del amor a la 'sabiduría', signo de verdadero progreso de los pueblos. El estadounidense Jonathan Haidt, psicólogo social, denunció el trasvase de «Odio y polarización» de las universidades norteamericanas. ... Parece que no estaba muy equivocado. Todo cuerpo 'extraño' que se introduce en cuerpos sanos propaga tensiones de efectos imprevisibles que han de ser señalados con el dedo democrático.
Se está deteriorando el modo de hacer política que alienta una democracia crispada, opaca, de tinte nepotista motivadora de pérdidas de identidad. Algunos conflictos similares a pequeños remolinos acaban convirtiéndose en tornados elevando al cielo borrascoso lo que encuentran a su paso. Nos acosa un envalentonado sectarismo que impide el sereno contacto con la realidad social y política, relegando el diálogo a la categoría de monólogo de sordos y enclaustrando la transparencia y la verdad: protectoras de la democracia. Y esto origina indignación ciudadana, sólo que unos la expresan y otros no, sea por miedo o hastío.
Entre las principales causas de este desorden sobresale el concepto de administración pública proclive a poner sordina a quienes alertan de riesgos sabidos por la lección de la historia y recuerdan que el nivel de exigencia en ciertos cargos, en general, es muy bajo. Todos no poseemos el talento ni la ética que desearíamos para acceder a las cumbres de gobierno, que exigen apretar las clavijas de la inteligencia, la ejemplaridad, la experiencia laboral, el espíritu de servicio, el prestigio, la fidelidad a las promesas.
El hecho es que la democracia sufre chantaje, falta de autocrítica, corrupción, incontinencia verbal. ¿No se tiene la sensación de vivir en un Estado de 'relativismo ético' ayuno de interpelaciones y crítica de medios de comunicación, aceptando que el pensamiento sea marioneta o porción de magma presa en un volcán? En estos momentos el binomio 'sedición y malversación', dos huesos duros de 'roer', hacen temblar nuestra estructura democrática. Al igual que la ley 'Sólo sí es sí'. Varias preguntas: ¿Se han incluido en las promesas electorales medidas hoy vigentes que están causando preocupación y repulsa en parte de la población? ¿Qué decir de los conflictos separatistas? Recordaba Fernando Savater hace varias semanas que no deben resolverse tales conflictos dando la razón a quienes los crean. ¿No es hora de que en la rendición de cuentas públicas se contesten las preguntas y se eviten respuestas que no tienen nada que ver con las preguntas realizadas? 'Sí' o 'no' y 'por qué', sin prepotentes ironías. Los medios de comunicación, que cada día deben luchar contra 'dictaduras' y 'dictablandas', han de detectar 'minas' en los campos de la democracia. Se decía del Banco de Inglaterra en la City de los años treinta del pasado siglo: «No dar nunca explicaciones y no pedir nunca disculpas». ¿No estamos sufriendo este virus?
Por cierto, urge revisar el sistema electoral que está posibilitando extrañas alianzas, separatismos de 'cupos' y chantajes, y bula para algunos territorios que se saltan impunemente leyes: un sistema que permite que muchos votos vayan a la papelera, propiciando representatividades no reales.
La ejemplaridad es faro de la democracia, constructora de calzadas de la verdad. El ministro de Hacienda británico Philip Snowden, socialista creyente en la caída del capitalismo, dijo de Montagu Norman, gobernador del Banco de Inglaterra: «Su compasión ante el sufrimiento de las naciones es tan afectuosa como la de una madre por su hijo», subrayando su «gran virtud de inspirar confianza». De esa manera es natural recibir el cariño de la calle donde el político ha de demostrar su talla humana, social y servicial. De lo contrario, mejor rectificar o dimitir. Y con más razón si existe contundente rechazo.
La autoridad moral y la profesionalidad son pilares de la actividad política, sin inteligencias humilladas ni populismos que han sido, son y serán frenos para las democracias. Gustavo Zagrebelsky, ex presidente del Tribunal Constitucional italiano, dice: «La identidad de la democracia exige una elevada cantidad de responsabilidad frente a la dimensión colectiva de la existencia. No así las identidades materiales que viven por sí mismas, cada una de ellas por su cuenta, y pueden acudir a la fuerza y a la violencia para imponerse sobre las demás». Y añade: «Quien se reconoce en la democracia debería afirmar: para defenderla, actuamos con espíritu de concordia, combatimos la prepotencia y la plutocracia, nos respetamos mutuamente, cultivamos la legalidad, promovemos la solidaridad, damos seguridad a los más débiles y moderamos la competición social» ('Contra la ética de la verdad').
La democracia no es un pretexto, sí un medio de decente progreso. No existen sociedades íntegras. Caminar erguidos es difícil reto y mucho más en días tan 'nublados'. Para lo cual hay que convencer, no vencer, y menos con altanería, recordando a tantos «sepultados bajo los escombros del tiempo», como se dijo de aquel «club más exclusivo del mundo» de los sobresalientes banqueros de entreguerras que pretendían arrogantemente pasar a la historia, ¡cuando la historia pasará del 99,9 % de todos nosotros, incluidos los 'auto-engrandecidos'! No hay democracia sin sintonía con la 'realidad' ciudadana. Considero oportuna esta reflexión de Tácito: «Raros son esos tiempos felices en los que se puede pensar lo que se quiere y decir lo que se piensa».
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