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Alma Guillermoprieto en su discurso de los Premios Princesa de Asturias mantenía lo imprescindible que resulta en nuestra profesión la calidad de «notarios de lo acaecido»
Ramón Burgos
Granada
Domingo, 18 de julio 2021, 22:50
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Ramón Burgos
Granada
Domingo, 18 de julio 2021, 22:50
Quizá algunos recordéis sobre lo que yo reflexionaba años atrás: «…los periodistas somos necesarios», decía Alma Guillermoprieto en su discurso de los Premios Princesa de Asturias. Con voz serena, mantenía lo imprescindible que resulta en nuestra profesión la calidad de «notarios de lo acaecido», sin ... necesidad –entendí yo– de especular sobre el futuro.
Entonces también reconocía que a mí me intentaron convencer de todo lo contrario. Era la época en que, según algunos, estábamos obligados a desfilar en primera línea con todas las condecoraciones (etiquetas) bien visibles... Y no sé muy bien por qué vuelve a mi memoria esta situación hoy en día.
Acaso la razón esté en que al igual que las 'fuentes de las que nos nutrimos' tienen que resistir cualquier investigación, sabiendo su corresponsabilidad en los resultados de cualquier publicación, los periodistas tenemos el sagrado deber, entre otros, de anteponer siempre el derecho a la intimidad y a la propia imagen de los hombres y mujeres sobre los que escribimos.
Pero sabed que todo lo dicho también es aplicable, de manera colectiva o individual, a cualquier profesión o persona. Y lo afirmo porque lo vivo: no hay nada como pasear, en estos tiempos, por las calles de nuestra ciudad, deteniéndose en los espacios dedicados al descanso –especialmente al de nuestros mayores– para, presuntamente, estar al día de todo lo que, supuestamente, sucede tras las puertas de nuestras casas.
La mayoría de las veces, como en el 'juego del telegrama', la distorsión de la realidad es tan grande y foribunda que, más de una vez, he tenido que recordar una sentencia de mi maletín de los recuerdos –aún a riesgo de no poder volver a sentarme en los duros bancos de madera o metal que pueblan plazas y jardines–: «La honestidad y limpieza en que vivían estos (los) monasterios contrasta con el furibundo combate del sacrificio, al que se entregaban los sacerdotes al principio de las fiestas y al final de las batallas victoriosas» (lexico.com).
¿Habrá llegado el momento de colocar a cada uno en su sitio? Yo estoy seguro que sí.
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