La solidaridad está de vacaciones
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Un día sí y otro también vemos accidentes, agresiones, disputas y episodios violentos que son grabados en los móviles sin que nadie se decida a ayudar a las víctimasMañana se podrá saber el número de visitantes de Granada Gourmet en su sexta edición, los miles de tapas servidas y las cervezas y copas consumidas. Los organizadores nos hablarán del éxito alcanzado un año más. Todo es cuestión de echar números y cifras. Hoy, ... sin embargo, hay una cifra imposible de predecir y es la de cuántas fotografías van a hacerse esta tarde con el móvil de la procesión de las Angustias por las calles de Granada. Donde hace unos años se agolpaban la curiosidad y el fervor, mezclados con los frutos del otoño que inundaban con su aroma la Carrera, asistiremos a un festival de disparos y flashes en continuas secuencias, porque desde que el móvil se apoderó de nuestras manos todos nos hemos convertido en retratistas. La vida es ya un inmenso retrato, un cúmulo de fotos que duran menos que las cachipollas, esos insectos que no llegan a vivir ni 24 horas y cuyo fugaz paso por la tierra solo les sirve para aparearse. Estos pequeñajos tienen muy corta vida, pero la disfrutan a tope. El mismo breve lapso de tiempo es el de la mayoría de las instantáneas del móvil. Son fotos de usar y tirar o borrar, que es el modo compulsivo de encarar la vida moderna, donde nada es permanente. Ni reglas, ni normas, ni leyes, ni dictámenes gozan de largo recorrido, porque todo pasa, como dijo Heráclito, el filósofo que ha vuelto para quitarle el polvo a la sociedad hedonista y aborregarla un poco más todavía.
Todo pasa y todo fluye. Y el primer mandamiento de la nueva ley es grabar todo eso que fluye y pasa. De ahí que tengamos que caminar con el móvil encendido y a punto, atentos a lo que ocurra a nuestro alrededor. Todo debe ser grabado, retratado y filmado. Lo vemos de continuo y lo vimos hace unos días cuando la televisión y las redes nos mostraron a dos chicas apaleando a una tercera hasta romperle la nariz en las inmediaciones de un colegio madrileño, mientras los compañeros grababan la escena. Nadie acudió a separarlas; lo primero era grabar, dejar constancia, sentirse reportero de la actualidad más bárbara y subirlo a las redes para difundirlo 'urbi et orbi'. Una vez logrado el objetivo, ya se pasa a la siguiente acción, que consiste en llamar a la policía y proporcionarle la información de viva voz y en imágenes, pero eso, al parecer, es más engorroso y tiene menos tirón mediático.
La pelea de las adolescentes madrileñas sin que ninguno de los compañeros que las rodeaban hiciera algo para separarlas no fue un caso insólito A diario asistimos a escenas semejantes, porque la insolidaridad ya campa por el ancho mundo como norma de conducta. Aquello de «vinieron por los judíos y yo no dije nada porque no era judío, etc., etc.» del poema de Martin Niemöller es una amarga realidad, tan habitual ya que se ha llegado al punto de que las noticias que nos hablan de este comportamiento pasan casi desapercibidas. Cuatro o cinco días antes de la pelea madrileña, un muchacho murió apuñalado en Nueva York mientras más de cincuenta compañeros de su instituto grababan la escena en lugar de socorrerle. Pero la insensibilidad ambiental es tan enorme que la noticia apenas tuvo eco en los medios de comunicación.
Hasta hace unos años parecía que todos los españolitos llevábamos dentro un guardia civil, un policía o un guardia de la porra y, cuando asistíamos a algún desafuero, siempre salía ese espíritu entregado y severo que reprendía al malo y amparaba al bueno. Perseguían al tironero y lo rodeaban hasta que llegaba la policía; criticaban al ciclista que iba por las aceras, al motorista que llevaba el escape libre, al vocinglero que asustaba a los niños… en fin que les salía de los adentros el poner orden en la calle y en las cosas. Pero como ya han cambiado los conceptos, resulta que eso ya es inmiscuirse en las labores de las fuerzas del orden y está mal visto por la autoridad competente, por lo que no les queda otra que sacar el móvil y grabar «los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa» que viene a ser «lo que pasa en la calle» como nos dijo Antonio Machado. Así es como todo bicho viviente se ha convertido en reportero gráfico porque la solidaridad está de vacaciones.
Antes, cuando se declaraba un incendio, la gente acudía con herramientas, cubos, gomas, con todo lo que podía y sobre todo con su esfuerzo y voluntad para luchar contras las llamas. Salía el espíritu de nobleza y entrega a darlo todo, muchas veces temerariamente, para salvar la vida o la hacienda del vecino. Ahora la gente graba el desastre, lo comenta y lo describe, mientras espera que lleguen los bomberos, porque 'to quisqui' se ha convertido en operador cinematográfico, en el cámara de informativos, en audaz reportero de este Barrio Sésamo que habitamos entre humos y patinetes. El españolito ya no lleva dentro un guardia de la porra sino un 'repórter Tribulete, que en todas partes se mete', el personaje creado por Guillermo Cifré para la revista Pulgarcito, uno de aquellos tebeos de los años cuarenta y cincuenta. Incluso los más perspicaces saben sacarle réditos al tema y se ponen en comunicación con las televisiones para ofrecerles esas exclusivas que tanto impactan a los pasivos espectadores del sofá, como ocurrió durante la reciente visita de la gota fría, bautizada como Dana. En nada de tiempo los medios de comunicación no tendrán que desplazar a sus redactores y fotógrafos hasta los puntos calientes de la actualidad porque los 'tribuletes' locales les tomarán la delantera para mostrarnos la sangre, las llamas o la furia del agua desatada. Y ya después, si eso, se llama a los guardias.
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