Subir al árbol
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Dejemos a un lado que hace dos siestas teníamos prohibido acercarnos unos a otros. Ver hoy los jolgorios colectivos demuestra hasta qué punto somos manipulables.Secciones
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Dejemos a un lado que hace dos siestas teníamos prohibido acercarnos unos a otros. Ver hoy los jolgorios colectivos demuestra hasta qué punto somos manipulables.Millones de años nos separan de nuestros antepasados los monos. Parece que fue ayer. Basta conocer la nueva catástrofe causada por la celebración de la fiesta de los difuntos en Seúl. La mayoría mujeres jóvenes. Lógico, ellos tienen cuerpos más pesados y las muertes fueron ... por asfixia y aplastamiento. Cuando esto escribo ya van más de 154 muertos. Pero no se trata aquí de contar muertos. Se trata de reflexionar sobre irracionales comportamientos de los seres humanos. Por eso lo que expongo hoy no pasa de moda. Sucedió y volverá a suceder.
Dejemos a un lado que hace dos siestas teníamos prohibido acercarnos unos a otros. Ver hoy los jolgorios colectivos demuestra hasta qué punto somos manipulables. Entonces, durante el confinamiento por covid, y hoy también, estábamos narcotizados desde arriba a base de píldoras. Unas saben dulce, y son las más peligrosas. Se envasan con esencia de juerga y desenfreno, de litrona y drogas. Se pueden paladear en directo, o telemáticamente. Es como el metaverso. Se perciben esas emociones solo con mirar la tele. Otras son hechas de miedo, látigo, guerra nuclear, dieta vegana, de apocalipsis final. Eso depende del momento político. Lo que tienen en común es que se suministraban siempre gratis, por la tele y por redes sociales, que son brazos del poder. Allí nos atiborran unas veces de jarabe aromatizado de ferias, llenas de tópicos y ruidos, refugitos, castañuelas y volantes; otras veces es un partidazo de fútbol que hunde el mundo; en ocasiones nos administran dosis de carnaval, o fiestas de muertos vivientes; aparte, a diario, están los 'influencer', dioses actuales, y las tertulias horteras desnudando a famosillos que cobran por dejarse vestir y desnudar por dentro y por fuera. Estos hasta se disfrazan de fantoches a golpe de talonario según lo que toque. Pero de cuando en cuando, el duelo pasa pronto ¡tenemos tan mala memoria¡.
¿Es que no recordamos ya el ansia adictiva con que encendíamos la caja tonta en la pandemia para ver allí a un espectro, el tétrico Dr. Simón, rodeado de las fuerzas vivas? Faltaba un obispo para impartir la extremaunción telemática. Una vez, fruto de lo que se respiraba en el ambiente, al representante de la Guardia Civil, cuerpo tan respetado por motivos sobrados, le traicionó el subconsciente y dijo la verdad: que nos vigilaban y manipulaban, que aquí la separación de poderes y los derechos constitucionales habían muerto. Lo cesaron. Era el chivo expiatorio. Es que entonces lo que tocaba era aguantar discursos de una hora del presidente. Así que chitón, todos con la mascarilla hasta los ojos, y a ver por la tele las morgues atiborradas, los hospitales atestados de enfermos y moribundos, y las residencias tapiadas, con los cadáveres dentro. Y eso por culpa de un virus que todavía no sabemos quién lo invento ni por qué, cómo o cuándo empezó a propagarse en China. Nunca se sabrá. Por mí, que se abstengan de ir a China comisiones de investigación. Allí no existe ni sombra de libertad e imposible la credibilidad. Es un país comunista. Lo malo es que a la mínima los países llamados demócratas asoman la patita de nostálgicos de dictadura que llevan dentro.
Sí, es en situaciones límite, cuando por el poder se puede usar el arma del miedo, que es paralizante, tenemos ocasión de conocernos mejor unos a otros. Es entonces cuando somos conscientes de que solo hay tres grupos de seres humanos: los ciudadanos ejemplares, dignos descendientes de los que abandonaron el árbol y no quieren volver a él. Gracias a ellos el mundo sigue rodando. Luego viene la mayoría, que hacen lo que les mandan hacer, aunque sea el ridículo. Son borregos manipulables, útiles el día que toca votar, laboriosos si es preciso, pero inservibles para pensar. Luego están ya los herederos de los simios, aunque su aspecto sea humano. Directamente, tontos.
Por eso, ante dramas como el reciente en Seúl, creo que la humanidad hará real aquella película del planeta de los simios donde la estatua de la libertad era derribada y gobernaban los monos. Es que nuestra apariencia física no es más que una careta. Dentro hay monos, salvedad hecha de la minoría pensante, heredera del remoto proceso de hominización que nos hizo bípedos, que nos bajó del árbol y nos llevó a ser 'homo útilis'. Y luego a honrar a los muertos; no a reírnos de ellos.
No he podido ver imágenes de lo que pasó con la fiesta de Seúl. La primera me dio ganas de vomitar. ¿Era necesario buscar voluntariamente ese hacinamiento gregario animal, suicida; ponerse ciego de alcohol y drogas en nombre de los difuntos? ¿Es esto racional? Siento pena y vergüenza, aunque intento sobrevivir, que es la gran conquista del hombre, poniendo mis ojos en los humanos que merecen tal nombre, y que hoy son héroes. Que nos perdonen nuestros difuntos por degradar su memoria con fiestas tan casposas, cutres, horteras y peligrosas como ésta. ¿Pretenden conjurar así el miedo? Pues ya se ha visto con la pandemia que disfrazarse de espectro no funciona.
Eso sí, esa calabazas hueca representa cada vez más los derroteros por los que se va despeñando la humanidad.
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