Subvención o muerte
Puerta Real ·
Es España hoy la política es el arte de repartir subvencionesManuel Montero
Jueves, 13 de junio 2019, 22:56
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Puerta Real ·
Es España hoy la política es el arte de repartir subvencionesManuel Montero
Jueves, 13 de junio 2019, 22:56
Los políticos hablan de valentía, de avanzar, de transformar (transversalmente) la sociedad, de la patria y de la libertad, según les dé, pero su discurso ... tiende a olvidar la acción pública más deseada, el deseo compartido, la prioridad social: la subvención. A veces es individual, en plan qué hay de lo mío, pues quien más quien menos tiene la convicción de que el Estado, el Gobierno, Hacienda, la sociedad… le debe algo.
No es éste un país esencialmente asociativo, pues al personal le gusta ir a su aire, pero si por un casual formas una asociación la primera iniciativa ha de ser solicitar la correspondiente subvención. Sea la Comisión profiestas del barrio, la Agrupación Ciclista de Rasputín de la Frontera, la sociedad gastronómica que promueve la cocina mediterránea, la protectora de caracoles, la recolectora de caracoles, todas reclaman el apoyo público, sólo faltaba que la sociedad no apoyase a la cofradía, al equipo de pádel o al que lanza cometas los domingos por la mañana.
Ni siquiera hace falta formar asociaciones. En el imaginario patrio los distintos estamentos han de ser subvencionados, aunque no se diga así: se trata de recibir apoyos del Estado. Todos. El banquero en quiebra y el que no quiebra. Las empresas en apuros y las que por si acaso. Los sindicatos. Los partidos. Los mediopensionistas. Los científicos. Los músicos. Los ciclistas. Los taurinos y los antitaurinos. Los descubridores de hombres paleolíticos. Los excavadores de tumbas antiguas. Los que van al Rocío. Los que quieren impedir la romería del Rocío.
No figura en la declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, pero en la íntima conciencia nacional existe el derecho a la subvención, entendido como un derecho humano, y no en el último puesto.
Por supuesto, si uno tiene una afición –jugar a la petanca, ir a la ópera o remar por el Genil– entiende que el Estado tiene la obligación de financiarla, en todo o en parte, imagínense lo contrario. No digamos si contrae pasiones altruistas: en nuestro concepto social, la solidaridad, aunque sea personal –ayudar desvalidos, luchar por igualdades, enseñar al que no sabe, independizar cataluñas– debe ser subvencionada. Por eso se da la circunstancia de que nuestras organizaciones no gubernamentales resultan con mucha frecuencia de financiación gubernamental: justicia social, se dice.
A nuestros próceres no les molesta la concepción subvencional de la cosa pública. Al contrario: les encanta. En su imaginario utópico se ven como Reyes Magos repartiendo dinero público a diestro y siniestro, decidiendo qué dan para el deporte, qué recibirá la memoria histórica, cuánto le toca a la protección de la cabra murciano-granadina.
En España hoy la política es el arte de repartir subvenciones.
Antes se buscaban reformas estructurales, cambios para la igualdad social. Ahora la forma de igualar es la subvención. La ambición política suprema consiste en que todos los ingresos vayan directamente a una caja común para que los gobiernos los repartan a ojo de buen cubero.
No hay en esto grandes diferencias conceptuales entre izquierda y derecha, salvo a quiénes subvencionarían con más ahínco. Las subvenciones no son neutrales, todo hay que decirlo.
Ahora que se forman los nuevos ayuntamientos, daría el golpe el alcalde que creara la Avenida de la Subvención, que se convertiría en lugar de culto y peregrinación.
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