Antonio Agudo Martín

Queridos camaradas…

Quien no haya sido comunista alguna vez en su vida que levante la mano. Sobre todo, si eres, como yo, de la generación que colgaba el póster del Che Guevara junto al del 'Jesucristo Se busca' en las paredes de la habitación. Era una época ... en la que ser comunista era tener el pelo largo, escuchar a todo trapo el Ummagumma de Pink Floyd y pasear con el Diario 16 en un bolsillo de la trenka. El PCE cumple 100 años y yo lo recuerdo como un partido político que olía a tabaco negro Ducados y al humo de Santiago Carrillo que supo ver más allá de la punta de su nariz y asumió que lo mejor era llegar a acuerdos con Suárez. Así se legalizó el PCE un Viernes Santo y aquello le dio otro empujón a la cancela para que entrara la democracia en España. Hoy, viendo el sectarismo que invade la política y al Parlamento convertido en un graderío separado por hinchadas, me duele la falta de cintura e incapacidad para ponerse de acuerdo que tienen nuestros actuales líderes.

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El Partido Comunista cumple 100 años y lo hace con unos dirigentes que me hacen añorar la sobriedad y firmeza del discurso de Anguita o de Gerardo Iglesias que volvió a la mina tras liderar a la recién nacida Izquierda Unida, que no lo estuvo tanto al final, que se ha ido deshaciendo con el paso del tiempo y los resultados electorales. Pero atrás dejan una terca postura militante y activista de lucha contra el Franquismo. Movimientos sindicales y sociales que se la jugaron cuando había que jugársela mientras que otras fuerzas se iban quedando con los réditos.

Ahora muchos que se dicen comunistas se parapetan en las redes sociales para atacar a todo aquello que no entre dentro de su ortodoxia. Sólo ven rojos y azules. Han cambiado los discos de Quilapayún o Elisa Serna por cualquier rap con letra antimonárquica. Entonan mantras y eslóganes gastados sobre la república como bálsamo de Fierabrás sin tener en cuenta que Trump es republicano. Las bufandas y fulares los han tornado en pashminas de cachemir. O conmigo o contra mí. La vieja guardia, aquellos que fueron un día la Joven Guardia Roja, mira con asombro a este país que coquetea con populismos y radicalismos que embisten contra el sistema que se votó mayoritariamente cuando la concordia aún era posible.

Ernesto Medina Rincón

…del Partido

Los comunistas que yo he conocido no eran muy dados a contar batallitas. Los de la Guerra Civil preferían olvidar o la represión no les permitía alharacas. Los que militaron en el Partido los últimos años del franquismo y durante la Transición no se colgaban medallas de héroes. Algunos tenían historias y razones incluso para haber vivido de la política por los servicios prestados, pero simplemente pensaron que actuar como corresponde no merece recompensa.

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Paco Menéndez de mi alma fue detenido y pasó una temporada en la cárcel acusado de terrorista –la secreta le puso una pistola en su piso de estudiante–, cuando su delito consistía en ser el responsable de los universitarios de Granada. Paco, igual que otros compañeros que se la jugaron, eran del PCE porque luchaba contra Franco, ellos ansiaban la libertad y tenían el idealismo de la juventud. Se leían «Los conceptos elementales del materialismo histórico» de Marta Harnecker porque la formación intelectual mínima de su militancia así lo exigía. Eso que se llevaron en su acervo intelectual para analizar la realidad. Los más activos imprimían en vietnamitas, escondidas en cualquier sótano, octavillas contra la dictadura. Ninguno de esos papeles que manchaban de tinta fue la bala ni el tornado popular que acabó con Franco.

No obstante, la democracia de hoy se la debemos a tantos pequeños y heroicos esfuerzos que acumularon aquellos jóvenes militantes comunistas a quienes se sumaron también, aunque menos –no caigamos en la leyenda negra de los cuarenta años de vacaciones– socialistas, y si me apuran, liberales, anarquistas, demócratas cristianos y hasta algún monárquico.

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Sin embargo, el malditismo democrático de que yo me permita el lujo de llevar lustros sin votar –añado que mi última papeleta en una urna fue para Julio Anguita– se lo debo en gran medida al PCE. Es posible que sin la disciplina que impuso a sus militantes para aceptar la Monarquía y la bandera de España la Constitución no hubiera nacido. Estoy seguro de que sin el rigor marxista con el que los dirigentes comunistas analizaron la sociedad española de 1975 –por más que algunos despectivamente quieran llamarlo posibilismo– el devenir de la Nación hacia la libertad hubiera sido mucho más arduo. Y, seguramente, sangriento.

La historia ajustará las cuentas de las luces y las sombras del PCE. Entretanto sólo me resta con admiración y respeto brindar «salud, República y gracias, muchas gracias, camaradas».

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