Y la ira ciega, el animal furor, / La cruda atrocidad, la rabia insana, / Y cuanto se usa nominar valor, / Virtud funesta de la especie humana, / No dejan a las vidas salvamento, / Y de muertos se cubre el campamentoGiambattista Casti
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La Organización de las Naciones Unidas ( ... ONU) lo tiene claro. El 24 de marzo, su Asamblea General adoptó una resolución en la que exige a Rusia el cese inmediato de hostilidades, así como de todo ataque contra la población o infraestructuras civiles en Ucrania. El resultado de la votación habla por sí solo: 140 votos a favor, 38 abstenciones y 5 votos en contra (Rusia, Bielorrusia, Corea del Norte, Eritrea, y Siria). La resolución condena las violaciones de las leyes humanitarias y exhorta a las partes en conflicto a respetar el Derecho internacional, citando expresamente las Convenciones de Ginebra de 1949. También exige garantizar los suministros y la asistencia humanitaria, la protección de los civiles que huyen de los enfrentamientos y el fin del asedio del ejército ruso a ciudades como Mariúpol.
Pero los combates no se detienen y los muertos se cuentan por miles. En la práctica es como si la resolución fuese papel mojado, porque la guerra sigue y algunas ciudades continúan asediadas por las tropas rusas. La situación es dramática en Mariúpol, en la que el hambre y las enfermedades causan estragos en la población, después de semanas de bombardeos que la han dejado reducida a ruinas. La ciudad, en la que aún quedan unas 170.000 personas, es el símbolo de la resistencia ucraniana, y Rusia exige su rendición incondicional.
Hemos visto imágenes pavorosas y existe el temor de que se utilicen armas aún más letales. Pocos pintores plasman el horror, la crueldad y el sufrimiento bélico como lo hace Goya en los grabados publicados en 'Los desastres de la Guerra'. En el número 72, titulado ¡Esto es lo peor!, aparece un lobo escribiendo «Mísera humanidad, la culpa es tuya». Esta frase procede de la traducción de un poema de Giambattista Casti, contenido en su obra 'Los animales parlantes', cuyo canto undécimo representa una diatriba contra la guerra.
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La paz perpetua es un anhelo, un sueño roto una y otra vez por los conflictos bélicos que la humanidad se propuso evitar tras padecer las atrocidades de la segunda guerra mundial. No en vano, el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas empieza así: «Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra…» La Carta expresa la unión de los pueblos para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. ¡Qué noble propósito! Se supone que todos los Estados miembros de la ONU comparten la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, pero algunos la toman a beneficio de inventario. La propia Carta prohíbe las llamadas 'guerras de agresión' u 'ofensivas' en su artículo 2.4, al imponer a los estados miembros el deber de abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado. Al mismo tiempo, la Carta preserva el derecho inmanente de legítima defensa (art. 51).
La ONU encarna de algún modo el sueño de Kant, cuya filosofía moral aspira a institucionalizar la paz perpetua mediante el sometimiento de las relaciones internacionales al Derecho, y no al reinado de la fuerza. En su obra 'Sobre la paz perpetua' (1795), Kant escribe el camino a seguir para instaurar la paz, porque la paz no brota como una flor silvestre, sino que es obra humana y hay que cultivarla, superando las constantes amenazas del estado de naturaleza. Kant es el extremo opuesto de Hobbes, para quien la paz sólo puede ser fruto de la política. El pensamiento Kantiano aboga por la institucionalización de la paz perpetua como valor supremo garantizado por una confederación de Estados democráticos. Su planteamiento es más ambicioso que el de Hugo Grocio, Puffendorf o Vattel, quienes consideran la guerra como un mal inevitable y apuestan por civilizarla, sometiéndola a los principios del Derecho natural, con el problema que ello plantea, al no estar los Estados sometidos a ninguna común autoridad externa. Se ha dicho con razón que Kant es perfectamente contemporáneo, y lo es por postular una 'sociedad de naciones', una 'unión federativa', para salir del bestial embrutecimiento de la humanidad, en el que los Estados «cifran su majestad en no someterse a ninguna presión legal exterior; y el esplendor y brillo de los príncipes consiste en tener a sus órdenes, sin exponerse a ningún peligro, miles de combatientes dispuestos a sacrificarse por una causa que en nada les interesa». Kant critica la concepción del Derecho de gentes como derecho a la guerra (aunque la humanice). Por ello señala que «la razón, desde las alturas del máximo poder moral legislador, se pronuncia contra la guerra en modo absoluto, se niega a reconocer la guerra como un proceso jurídico, e impone, en cambio, como deber estricto, la paz entre los hombres».
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Poco antes de finalizar la segunda guerra mundial, Hans Kelsen ('La paz por medio del Derecho', 1944) retoma las ideas de Kant y afirma que asegurar la paz mundial es nuestra tarea política principal; una tarea que estima mucho más importante que la decisión entre la democracia y la autocracia, o el capitalismo y el socialismo. Sus propuestas contribuyeron también al nacimiento de las Naciones Unidas al defender la creación de una organización internacional para evitar la guerra entre las naciones de la Tierra y un tribunal permanente de justicia internacional.
Pero la ONU y el Tribunal Penal Internacional, aun siendo un notable avance, non han librado a la humanidad de las guerras, cuya existencia es la premisa de la que parten las convenciones de Ginebra. En este caso, por abrumadora mayoría, las naciones de la Tierra han condenado una guerra que Putin llama 'operación militar especial', utilizando como coartada la necesidad de «desmilitarizar» y «desnazificar» a Ucrania, evitando el supuesto genocidio cometido por el régimen de Kiev. La ONU lo desmiente. Una guerra así conculca la regla que prohíbe a un Estado inmiscuirse por la fuerza en la constitución y el gobierno de otro Estado, recordada por Kant en los artículos preliminares de la obra citada. Pero el problema es el de siempre, el Derecho internacional sucumbe ante la fuerza y la ONU no tiene medios para detener una guerra protagonizada por una potencia nuclear, miembro del Consejo de Seguridad (un órgano que, paradójicamente, presidía cuando comenzó la invasión).
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En estas circunstancias inquieta que se dé por sentado el advenimiento de un nuevo orden mundial como consecuencia de la guerra en Ucrania, sin que los ciudadanos sepan qué alternativas se proponen. Esperemos que no se trate de dividir al mundo en bloques, debilitando el papel de la ONU en el mantenimiento de la paz, en vez de reforzarlo. Lo que ahora urge es acabar de inmediato con la guerra. Son ya más de cuatro millones los refugiados ucranianos que han huido de su país. En su mayor parte, mujeres y niños que han abandonado su hogar con lo puesto, sin saber cuándo podrán volver y si se reencontraran con los familiares que se quedan, expuestos a la muerte. Afortunadamente, esos padecimientos están siendo aliviados por una ola de solidaridad encomiable. Los ciudadanos anónimos que acogen a los refugiados reviven la fe en los valores del ser humano y en la fraternidad de los pueblos más allá de las fronteras. Ojalá fuesen ellos los llamados a protagonizar el renuevo del mundo, rescatando el sueño roto de la paz perpetua, que algunos quieren confinar en el desván de la utopía.
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