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Una sugerencia: apaguen el ordenador y vayan a votar
HUESOS DE ACEITUNA ·
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ
Sábado, 27 de abril 2019, 01:31
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HUESOS DE ACEITUNA ·
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ
Sábado, 27 de abril 2019, 01:31
Está claro que uno de los males de nuestro tiempo es la desinformación. Paradojas del siglo XXI, porque quizás sea este el momento histórico en el que más fácil es el acceso a la información para el común de los mortales. En esta parte del ... mundo casi el 100% de las personas adultas entre los 15 y los 70 años dispone de un dispositivo electrónico con acceso a Internet. Cualquiera puede introducir la dirección web de su periódico de cabecera para leer, sin que le cueste un céntimo, todo un catálogo de noticias medianamente contrastadas y veraces. La honestidad, el prestigio y el código deontológico al que se debe todo periodista profesional se ponen en juego con cada pieza que firma. Reconozco mi pertinaz optimismo al imaginar, con una sonrisa dibujada en el rostro, que ese 100% de la ciudadanía del que hablo lee habitualmente un periódico -sin que sea deportivo, ¿verdad Sr. Rajoy?-.
Fíjense si es fácil informarse con un mínimo criterio. Pues no, siempre encontramos cualquier excusa para que venza la cerril ignorancia y, ufanos de ella, penetremos en la cálida caverna; lugar en el que reinan los vagos y los pobres de espíritu. En esta tesitura, vemos un titular o un pequeño párrafo compartido en cualquier red social vestido de noticia y nos negamos a contrastarlo inmediatamente. Si su tenor satisface nuestros más bajos instintos o cuadra con el perfil ideológico -por llamarlo de algún modo- en el que nos reconocemos, lo compartimos con fruición; y si no nos agrada pasamos sobre él con desprecio. Sin darnos cuenta, contribuimos con nuestra actitud al inexorable vaciamiento ético y moral de las redes sociales. No es poca cosa si tenemos en cuenta que este es el medio por el que, casi unánimemente -sobre todo entre las personas más jóvenes-, se comunica y se relaciona hoy el ser humano. Bien lo saben las grandes potencias económicas y políticas que, por un lado, luchan por que las 'fake news' no penetren en sus sistemas más o menos democráticos y, por otro, compiten por controlar su interesada propagación alrededor del globo.
Pero siendo peligroso el panorama cibernético que describo, lo es mucho más el salto de esta deriva a la vida real, a la sociedad en tres dimensiones. Durante las últimas décadas, nosotros mismos y por extensión nuestros políticos -unos más que otros-, hemos encorsetado en un tuit la argumentación razonada y pausada de las ideas. En general, un diputado o diputada de cualquier Parlamento ya no se levanta de su escaño para convencernos con argumentos reflexivos y pausados, sino con una frase -por lo general prefabricada- vacía y bovina en el fondo, pero estridente, retadora o maledicente en la forma. Es igual que goce de veracidad o se pronuncie trufada de medias verdades y mentiras. Lo importante para el sujeto de turno es que reúna las cualidades necesarias para convertirse en el titular de una red social y aspire al soñado 'trending topic'. Imaginen cuando entre de lleno la extrema derecha.
Los debates de los que hemos sido sufridos testigos al comienzo de esta semana son un clarísimo ejemplo de tal dinámica. Sobre todo, el del martes en una televisión privada. En contra de la opinión general, creo que el de Televisión Española contuvo menos circo mediático; los candidatos pudieron exponer de un modo más ordenado y creíble sus compromisos con la ciudadanía. Ello, a pesar del maleducado e irritante Albert Rivera, empeñado en hacer el ridículo con sus marquitos de mueble-bar de la abuela y sus alucinados 'silencios'. El segundo rozó en ocasiones el esperpento. Rivera continuó tirando del atril-baratillo, pero en esta ocasión la falacia se hizo dueña del plató. Salió a relucir de nuevo la eliminación del Impuesto de Sucesiones que promete la derecha, basada en una realidad inventada. Ya lo he subrayado muchas veces en esta columna: es radicalmente falso que la supresión de este tributo beneficie a las clases medias y bajas. Al contrario, le perjudica claramente porque es un dinero que los grandes patrimonios dejan de aportar a las arcas públicas, y que sirve para pagar servicios esenciales como la sanidad, la educación o la dependencia. Pero merece la pena finalizar esta pieza con una de las perlas de Pablo Casado en ese último debate, dejando caer que dar trabajo a las mujeres evitaría que fueran objeto de violencia de género. Ya no es que pruebe el desconocimiento absoluto de esta lacra, que nos golpea a diario de un modo transversal, es la insensibilidad de quienes, al salir del plató, tan solo les preocupaban los 'trending topics' que habían logrado.
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