Luz y taquígrafos
Opinión | Puerta Real ·
Toda degradación individual y nacional -dijo Séneca- se anuncia desde luego con una degradación rigurosamente proporcional en el lenguajeSecciones
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Opinión | Puerta Real ·
Toda degradación individual y nacional -dijo Séneca- se anuncia desde luego con una degradación rigurosamente proporcional en el lenguajeLa informatización y las nuevas tecnologías se han adueñado hasta tal punto de nosotros, que no sólo son parte de nuestras vidas, sino que nos marcan el rumbo de nuestra existencia. Ya no están a nuestro servicio, sino que nos han esclavizado. Nadie puede prescindir ... del móvil, convertido en una prolongación de la mano. Una persona sin móvil es un bicho raro, de esos que los ecologistas clasifican entre los subgrupos de la fauna en peligro de extinción, como los linces y los quebrantahuesos. El móvil, que comenzó como un terminal de telefonía sin cables, y que facilitaba las comunicaciones sin tener que permanecer en un lugar determinado mientras se hablaba, sirve ahora para solventar cualquier necesidad, desde pedir una pizza de madrugada a escuchar música en una tarde de soledad; desde leer la prensa o grabar una conversación a pagar un café cortado. Eso sin entrar en esa otra función de sentina y albañal por el que fluyen basuras, infundios, mentiras, calumnias, insultos y toda clase de detritus mental que producen los espíritus corrompidos. Pero estábamos en los aspectos positivos del instrumento. Si todo el mundo tiene móvil, ¿por qué cuando surge una discrepancia -ya sea en un acto político, en una disputa callejera o en una comunidad de vecinos- siempre hay alguien que pide luz y taquígrafos? ¿Dónde se puede encontrar un taquígrafo que acuda presto con su libretilla o su estenotipia a tomar nota de lo que se discute? ¿No es más operativo pedir que se grabe?
La profesión de taquígrafo es algo 'vintage' o demodé, a caballo entre los siglos XIX y XX, que se mantuvo en activo hasta que las primeras grabadoras fueron arrinconando a estos expertos como un elemento más de despachos de nobles maderas o en organismos oficiales. Algo parecido ocurrió con los telegrafistas que, cuando la voz de las operadoras de teléfonos llegó a los pueblos más remotos, sólo quedaron para redactar telegramas de pésame o de felicitaciones. Que conste que no tengo nada contra los pocos taquígrafos que todavía existen, y que hacen su labor admirablemente, como los del Congreso. Es que las tecnologías han avanzado tanto que suena a política rancia y garbancera reclamar taquígrafos para que den fe de lo dicho. ¿Alguien se imagina al excomisario Villarejo con un taquígrafo detrás de las cortinas tomando nota de sus contubernios? En la segunda mitad del pasado siglo, los estudios de taquigrafía y mecanografía eran de los más solicitados porque se exigían para comenzar a trabajar en cualquier oficina, agencia de seguros o entidad bancaria. Fue una época dorada para las academias que preparaban a los jóvenes «para abrirse camino en la vida». Ahora languidecen o están cerradas. He consultado la wikipedia para ver la bibliografía sobre el tema y los últimos manuales, historias y ensayos sobre taquigrafía o estenografía tienen una antigüedad de más de cincuenta años.
Pese a todo, y como somos de costumbres arraigadas raro es el día en que no oímos o leemos que alguien pide 'luz y taquígrafos', lo que no deja de ser una actitud perezosa de quienes hablan o escriben. Está bien que se pida luz para los vecinos de Almanjáyar, que sufren cortes continuos producidos por los enganches ilegales de los cultivadores de marihuana, pero pedir taquígrafos es una pasada en toda regla, al menos podrían pedir la presencia de un notario o fedatario público, que son figuras de más actualidad. Aunque, sin duda, más fácil y operativo es que alguien avise de que todo lo que se va hablar se grabará en el móvil. Y punto, pelota. Pero no habrá tal cosa. Ahora que estamos entrando en la doble campaña electoral de abril y mayo, vamos a hartarnos de escuchar peticiones de 'luz y taquígrafos'. Dicen que el primero que usó esta expresión, ya tan manida y tan sobada, fue Antonio Maura, presidente del Consejo de Ministros en los primeros años del siglo XX. Que cien años después sigan con la misma matraca es señal de que la materia gris de muchas cabezas hace ya tiempo que se fue de vacaciones y ni está ni se la espera.
Estoy por abrir una aplicación en el móvil para ir apuntando las veces que oiré y leeré durante estos dos meses esta expresión, que disputa la cabecera de los latiguillos nocivos para la salud mental con la de «voy a poner mi granito de arena». Aquí ya entramos en un campo de apreciaciones y gustos deplorables para el idioma, en el que es muy difícil señalar cuál de las dos sandeces logra la primacía. Sin desdeñar, estando como estamos en Granada, ese vulgar y socorrido tópico de «el marco incomparable» para hablar de la Alhambra. De estas tres expresiones y algunas más de las que ahora no quiero acordarme vamos a hartarnos los próximos sesenta días. Pero ya se sabe que «toda degradación individual y nacional se anuncia desde luego con una degradación rigurosamente proporcional en el lenguaje». Que nadie busque al autor de esta sentencia para mandarle un tuit ofensivo o denigrante, porque hace mucho tiempo que está criando malvas. Fue Séneca.
Vuelvo al principio. Si hemos aceptado a nuestro pesar cargar con el funesto apéndice del móvil, lo menos que se puede esperar -cuando alguien quiera que se entere todo el mundo de lo que está diciendo-, es pedir que lo graben y dejar que los taquígrafos sigan tomando el sol o contando viejas batallitas en sus residencias de la tercera edad.
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