La termodinámica es la rama de la física que estudia las acciones mecánicas del calor y de otras formas semejantes de energía. Como investigadora y ... conejillo de indias de la termodinámica de la vida, es curioso observar y experimentar ese calor y energías.
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Es fácil detectarlas a diario; sus efectos se sienten a poco que enciendas la televisión o surja alguna conversación acalorada de vecinos, de trabajo, de pareja, algún atasco en el coche o imprevisto durante el día.
Esta energía calorífica se contagia con tanta facilidad que en el ecosistema humano actual se llega a considerar como una característica normal de un organismo sano, lo que hace que no se perciba su desproporción y que se propague con mayor facilidad. A su vez, la posibilidad de no caer en esa tendencia calorífica grotesca se considera irrisoria y fuera de la realidad.
Los organismos vivos, llamados seres humanos, poseen un termostato regulador, pero si no se cuidan de la sobreexposición a estas energías caloríficas mentales, se colapsa y se desestabilizan quedando a su merced. Como consecuencia, a la mínima interacción, saltan como un resorte generando un movimiento o reacción automática en forma de palabras, gestos, posturas y expresiones poco amigables o edificantes y bastante contaminantes.
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Este fenómeno de enajenación o desequilibrio térmico afecta por igual a organismos de forma hombre o forma mujer, joven o anciano y profesiones varias. Son muchos los que lo padecen y lo propagan justificándolo como manifestaciones modernas o actuales de la libertad de expresión. Incluso, se alienta como modelo a seguir en diversos medios de explosión pública, ayudados de unos apéndices tecnológicos artificiales, acoplados a estos organismos vivos, que permiten, a través de sus redes, liberar este calor extremo con la falsa promesa de que su masiva liberación consigue equilibrar y mejorar a los organismos afectados, y al mundo.
Estos seres, afectados por la enajenación calorífica mental, parece que han olvidado que no son esclavos de esos calentamientos y que pueden elegir regular su equilibrio térmico y estabilizar su termostato, tan solo, con su intención. Aplicar algo de distancia, silencio, higiene vocal y respiración resulta de gran ayuda para devolver al organismo a un ritmo sano y acomodado.
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Esta intención autorreguladora interna se hace absolutamente necesaria por la sencilla razón de que en «equilibrio térmico» el organismo encuentra su estado natural y se activa su capacidad innata para saber desenvolverse sin dificultad y en armonía en cualquier entorno.
Cuando el calor mental es excesivo, crece la confusión, y la simple invitación a este ajuste térmico puede generar explosiones dialécticas acusatorias de represión. Esto es un síntoma de sobrepensamiento o tensión crónica. No es represión, solo se aconseja reducir la ingesta de productos contaminantes (miedo, insultos, resentimiento, venganza, competencia, ruido…) para minimizar su producción y lograr una evacuación equilibrada. Cuanto más ingerimos, más expulsamos.
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Las evacuaciones explosivas, conocidas por todos en algún que otro ámbito (porque las hemos protagonizado como emisores y como receptores), resultan incómodas y foco de infecciones emocionales y físicas.
Para poder regular el termostato debemos sortear el ruido y las altas temperaturas. El silencio y el cuidado de lo que hacemos o expresamos, en cualquier ámbito y situación, para no dañar a otros ni dañarnos, es una energía compensadora muy eficaz para regenerar nuestro equilibrio natural y, por extensión, el de otros.
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Solo con bajar dos puntos nuestro termostato observaríamos un gran beneficio. Se resetean automáticamente los efectos de ese desajuste calorífico y de similares anteriores, restaurando el confort en cualquier circunstancia y escenario.
A nuestra disposición está y es tan fácil como activarlo cada mañana antes, incluso, de poner un pie en el suelo; poniendo intención en no dejarse llevar ni ser transmisor de subidas de tensión, especialmente, cuando parece que vienen curvas.
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