Del 'Tosantos' al 'Jallogüín'

Puerta Real ·

El rincón del alma donde dormía el recuerdo a los ausentes lo ocupan ahora brujas, fantasmas y novias ensangrentadas

Esteban de las Heras Balbás

Sábado, 29 de octubre 2022, 22:55

Eran días de frío y crisantemos, de coronas trenzadas con flores tristes y de huesos de santo en las bandejas de la pastelería El Sol ... y la Bernina. Cuando llegaba la fiesta de Todos los Santos, las castañeras ya llevaban semanas intentando calentar en vano las esquinas azotadas por el viento destemplado en las tardes de lluvia. En días como estos estaban más presentes las ausencias. Porque nunca los muertos se marchan para siempre y en el corazón de sus familias seguía humeando el rescoldo de quienes fueron hogueras que iluminaron y calentaron los hogares. La fiesta triste del primer día de noviembre era un concierto extraño de fuerzas invisibles que empujaban a los vivos hacia la morada de los muertos, llamados por la voz muda de quienes dejaron el eco de su alegría en alcobas vacías donde se apagaron para siempre los besos, las caricias y las risas. Los días previos a la fiesta de Todos los Santos –y la siguiente de Todos los Difuntos–, los deudos quitaban el polvo a las losas de las sepulturas y de los nichos; hacían que brotaran sobre ellos jardines efímeros de flores de otoño, cumpliendo un ritual que venía de la noche de los tiempos. Pero las costumbres van cambiando y, aunque también este año, pese a la ausencia del frío y la huelga de nubes, seguirán adornando las tumbas las flores de siempre, la cita va perdiendo fuerza porque el crematorio le está ganando la partida a la sepultura.

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Quiero decir que ese culto y respeto a los muertos venía celebrándose desde mucho antes de que Juan Marín cerrara su relojería en Sanlúcar de Barrameda para dedicarse a la política en cuerpo y alma, una actividad que ha desarrollado militando en una amplia gama de formaciones políticas hasta que, tras el batacazo de Ciudadanos –su último partido– en las autonómicas de junio, ha encontrado el amparo de Juanma Moreno. Ahora preside el Consejo Económico y Social de Andalucía, uno de esos organismos que los maliciosos llaman cementerio de elefantes. Estaría feo que esos lenguaraces le cantaran alguna copla de las benditas ánimas del purgatorio –tan habituales en la España vaciada– añadiendo que ya ha alcanzado la gloria. ¡Válgame el cielo! Que se haya colado aquí este cementerio virtual no es de recibo. Debo tener averiado el GPS, porque hoy no tocaba hablar de Marín; yo quería hablar del Halloween, la fiesta importada que está arrumbando nuestras costumbres y que tiene comido el tarro a 'to' quisque, desde la dulce abuelita al más tierno infante. Es la fiesta que mejor sirve para medir los niveles de estupidez que se va apoderando del personal.

Vivimos tiempos líquidos. Los muertos de toda la vida lo llevan crudo. Baja la venta de flores para los cementerios y aumenta la de calabazas para sorprender a los invitados. Los huesos de santo ya no tienen tanto predicamento porque con estos calores se impone el helado de postre. El rincón del alma donde dormía el recuerdo a los ausentes lo ocupan ahora brujas, fantasmas y novias ensangrentadas. Los niños se disfrazan de zombis, esqueletos andantes, familia Adams, Harley Quinn, Yoda o Cruella de Vil. O sea, gente simpática, que no mete miedo. Ninguno lleva el careto de Vladimir Putin o de Donald Trump. No todo está perdido. De las posibles máscaras con la jeta de barandas de aquí no digo nada, pero me imagino el dineral que hubiera costado disfrazarse de ese que usted y yo sabemos, cuyo rostro cambia varias veces al día. Una ruina. Como para perder la cabeza con su truco y trato.

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