En política hay algo peor que aplicar soluciones ficticias a problemas reales: ofrecer soluciones ficticias a problemas irreales. Y en esto último está la izquierda sanchista podemita entretenida como posible fórmula electoral, aunque en el primer ensayo- las elecciones madrileñas- le saliera bastante desviado el ... resultado. Se inventaron un problema irreal –las cartas amenazantes a los candidatos del PSOE y Podemos– y propusieron una solución ficticia: votar a Gabilondo y a Pablo Iglesias. Después, Ayuso casi sacó mayoría absoluta. Pero esto no quiere decir que en un país tan desquiciado, con muchos miedos de comunicación al servicio de la izquierda sin escrúpulo deontológico alguno, no se pueda afinar la táctica para el gran ensayo final, que serán las próximas Generales.
Cuando el apareció el virus del 15-M, el cual ha conseguido destruir a la izquierda en su naturaleza democrática y de Estado, se inauguró una forma de hacer política que muchos denominamos como la política 'del malestar': todo estaba mal, todo era corrupción, todo era casta y el PSOE era el PP. Había que acabar con el régimen del 78 –así lo llamaban ellos– y abrir una etapa donde la democracia fuese 'real'. Con el paso de los años ha quedado claro lo que significaban todas estas proclamas falsarias, aunque algunos sigan o bien en el guindo o bien en el machito del cargo público. Eso sí, lo que son las condiciones materiales de los ciudadanos apenas han mejorado por propuestas y políticas de la izquierda; y ya si hablamos del estado emocional y mental de los españoles, la situación ha involucionado claramente a peor. Aunque la pandemia no hubiese existido, esta política del malestar de la izquierda habría caminado igualmente hacia la nueva política del terror que busca aplicar: ya no todo es corrupción, puesto que ellos gobiernan, así que todo es terrorífico.
La política del terror tiene un sintagma muy sencillo: como todo es terrorífico, para salvar el planeta hay que acabar con el hombre occidental; y para salvar al hombre occidental, hay que acabar con la democracia liberal. Aquí entran en juego diversas sectas modernas –ellos llaman ideologías– que van desde el feminismo totalitario, al ecologismo estafador o al blanqueamiento del islam como única religión aceptable y amiga de ese nuevo no-mundo y ese nuevo siervo que deja de ser ciudadano para estar preso del burka progresista. Pero una posición privilegiada en la estrategia de ingeniería social es el valor político que le dan más que a la víctima, al victimismo. Se pasa así, como evolución lógica, de la política de la identidad, a la inversión del victimismo. Lo que nos ofrece la izquierda como base social de la nueva teocracia pretendida es una autentica trata de víctimas.
Estos días hemos podido asistir de manera directa y sin maquillaje a la cruda realidad en este sentido: la falsa denuncia homófoba de un joven de Madrid ha dejado claro que a la izquierda niñata ya no solamente le importa poco la victima, sino que incluso puede prescindir de la realidad. Aun habiendo confesado el autor que todo fue un invento, los colectivos LGTBI salieron igualmente a manifestarse y los mamporreros mediáticos no fueron capaces de pedir perdón por su circo montajista. Ya no se necesita la verdad para crear víctimas porque van directamente a la agenda victimaria: la homofobia existe y pueden matarte por ser maricón. ¿Quién osa discutir eso? Y así hasta proponer por ley que cualquier hombre acusado de maltrato no pueda ver a sus hijos, a la espera de que un juez decida si eso es cierto o no.
Claro que, no todo es malo dentro del socialismo: esta semana en Asturias su presidente sanchista ha inaugurado el bilingüismo 'amable': ya es oficial una nueva 'llingua' que hará que este país sea aun más rico en estupidez y en chiringuitos regionales inservibles.
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