Desde el Triángulo de las Bermudas
Crónicas granadinas ·
tico medina
Sábado, 6 de febrero 2021, 23:03
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Crónicas granadinas ·
tico medina
Sábado, 6 de febrero 2021, 23:03
Iker Jiménez, que es ese chico tan listo, acaba de actualizar uno de esos grandes misterios de los que está haciendo cada semana un revuelo, un prodigio, un 'por Dios, alíviame el resuello', que en las actuales circunstancias y con la que está cayendo nos ... entretiene. Arroja una luz sobre aquellos hechos, leyendas, misterios que sobreviven a los tiempos, que vienen de allá de las noches de los siglos y que siempre, sobretodo en los ratos libres, nos alivian de problemas, nos preocupan de otra forma, en fin, nos vienen bien, que hasta los médicos de cabecera, aunque ya quedan pocos, nos recomiendan porque es una buena forma de espantar aquello que ya vive con nosotros, forma parte de nuestra existencia, está en la cotidianidad. Estas historias nos ocupan y preocupan tanto que a veces este tipo de programas, de la tele, por lo general, son capaces de entretenernos, o más aún, distraernos. Vamos a usar el verbo verdadero: engañarnos.
Prólogo tal vez demasiado largo, pero no es por rellenar, que no es ese mi problema. Quiero decirles que hace unos días en el susodicho, y que a veces veo, programa de Iker salió a colación, y contado y bien contado, muy bien contado, el misterio del Triángulo de las Bermudas. Yo lo conozco muy bien, porque no solo he sobrevolado el lugar maldito, si bien bellamente maldito, sino que además lo he trabajado, lo he subido y bajado. Sobre todo, en misión periodística pura. Como cuando tratábamos de encontrar, porque la habíamos perdido, aquella 'Niña II', que se echó a la mar desde España para celebrar ni más ni menos los quinientos años justos, o sea, 1992, en que don Cristóbal Colón, tan vinculado como ya lo saben –¡qué paliza!– tras las Capitulaciones de Santa Fe ahora de tan temblorosa y constante actualidad, se hizo a la mar, con todas las bendiciones de su majestad la reina doña Isabel de Castilla. En mi calidad de cronista les traslado que habría podido consumar la conquista de Granada no sé cuántas decenas de años antes, cosa históricamente demostrada, que no pudieron o no quisieron hacer debido a una serie de terremotos, que cuando en la Reconquista estaban, del pánico que sintieron, al ver cómo la geografía temblaba en la Vega bajo sus pies…
Está, mis queridos granadinos, que no me lo he inventado yo, en las crónicas y papeles de la época, que no hay más que buscarlos y si los buscan vaya si los encuentran, con lo que se viene a demostrar que lo de las «juntas tectónicas» viene de lejos, muy lejos. Como acabo de encontrar un extraño y parece ser que cierto documento de la época, eso sí más cerca, de que la emperatriz Eugenia de Montijo Guzmán y Portocarrero nació en el patio de su casa de la calle Gracia, ya que no le fue posible hacerlo en otro espacio porque aquella noche histórica un terrible terremoto asoló la ciudad de Granada. Tan grande fue el miedo de la familia que prefirieron que tocara tierra, en el suelo, suelo, de la casa. Historia que he aprovechado para saber, siempre es tiempo de aprender, que doña Eugenia fue pelirroja y de ojos azules, lo que la hace más agraciada aún, si cabe, sobre todo para mí que mi santa, tan colorada era, que yo la hacía sonreír cuando le transgredía diciéndole que parecía que tomaba el sol con un colador, de las pecas que tenía…
Pero por dios, otra vez que con tanto meandro se me va el santo al cielo... Es el deseo de contarles todo de todo hasta ordeñar la memoria que es lo único que me queda por ordeñar, con el recuerdo por supuesto de aquellas doscientas cabras de mi abuela, que tanto juego nos dieron...
Vale. bueno, pues, que después de llevar no se cuántos días y cuántas noches tratando de encontrar 'La Niña II' para contarlo a nuestros lectores, en esa ocasión enviado especial del diario Pueblo. La verdad es que estábamos por lo pronto más que desorientados deseando darle fin a aquella ya insoportable búsqueda de aquel puñado de locos que trataban de emular, cinco siglos mas tarde, lo del descubrimiento de América.
A bordo de la barca aquella, que salió del puerto de Moguer, en su día, iba un marinero, único, genial, legendario, mítico, teniente de la Marina española, que se llamaba Carlos Etayo, y que aún no sé si continúa llamándose así. Había conseguido poner en pie aquella idea, por otro lado maravillosa, de repetir aquella proeza de hace tantos siglos, sobre todo con la idea de recordar, que buena falta que nos hacía, lo que había significado aquella epopeya para España y sus siglos venideros.
Vale. Sigo. Ni que decir tiene, como ustedes habrán imaginado, que este servidor de ustedes había intentado inscribirse en aquella hazaña, pero con los de abajo, aunque era bien consciente de que no era yo hombre de mar, aunque tenía por muy de cerca la vida del protagonista de Moby Dick, que era de tierra adentro, así como lo del hecho histórico que demostraba que el almirante de la mar océana era de Granada, don Álvaro de Bazán, que yo por cierto he visto, por cierto y por que está allí, que el ministerio de la mar, y hasta el museo, está en el corazón de La Mancha, donde el gran almirante oceánico tuvo su casa, su palacio y su hacienda.
Total, que durante no sé cuántos días, insisto, y no sé cuántas noches, anduvimos tras el rastro de 'La Niña' sin recibir nada a cambio. No obstante, desde allí por donde pasáramos, San Salvador, por ejemplo, con aquella noche inolvidable de trompetas y oropéndolas, una crónica diaria y ya al final la misma angustia de si habíamos perdido a la 'Niña' en el proceloso mar de donde tan pocos volvían, sobre todo los que habían querido volver a 'redescubrir América' cinco siglos más tarde.
En la base América de Roosevelt Roads, de San Juan de Puerto Rico, la autoridad naval norteamericana, siempre con un eficaz jefe de relaciones públicas al frente, nos puso a nuestro servicio a un valiente comandante de la 'Navy', experto conocedor de los secretos del misterioso Triángulo de las Bermudas, llamado Anderson y del que guardo un fabuloso recuerdo. Volábamos buscando el rastro de 'La Niña', ya dentro del mapa en el misterioso Triángulo en el que desde hace tiempo tantos barcos y aviones, con sus correspondientes personas dentro, desaparecían sin que nunca se volviera a saber más de ellas. Ese lugar había dado a un pavoroso misterio que hacía que se publicaran centenares de libros, se hicieran no se cuántas películas.
Sobrevolábamos la zona, día y noche, en un avión Neptuno. Uno de esos de los que detectaban el 'ojo del huracán' de las grandes tormentas. Tan bajo volaba que los que íbamos dentro teníamos que llevar puesto día y noche no una mochila paracaídas, no, sino un salvavidas porque de tirarse al agua había que hacerlo de inmediato y casi a ras de las olas. Aún conservo con la firma del comandante Anderson el mono de color naranja, que era nuestro uniforme de trabajo.
Total, y termino, que siempre me pasa lo mismo, que por fin y después de varios largos días de angustia, sí de angustia, de pronto una mañanísima, el jefe del gran pájaro de acero nos hizo llevar hasta el ojo de Polifemo del enorme avión para, señalándola con el dedo, gritar por encima del fragor de los enormes cuatro motores: –¡La Ninaaaaaaaa! ¡La Ninaaaaaa¡
Decía la niña sin eñe porque entonces ya no la usaban. En efecto, allí estaba Carlos Etayo, el marino navarro, al que después encontraría muchos años más tarde intentando él cazar palomas en la Sierra Morena de Córdoba.
Por aquel entonces se nos moría en la Universidad Médica de San Juan de Puerto Rico don Juan Ramón Jiménez, al que yo pude ver, me dejaron ver, agonizante, ya premio Nobel, aunque esa es otra historia que, si ustedes me dan su paciencia, les contaré y que es tan importante o más que la del Triángulo de las Bermudas, del que no todos pueden decir que han vuelto y aún medianamente capaz de contarlo. Pero no puedo remediarlo, tengo que responder a mis principios fundamentales, la actualidad y la memoria, que a ambas dos me remito...
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