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Para hacer turismo mágico el primer requisito es elegir cuidadosamente el lugar. Puede valer una plaza, o el banco de una iglesia, incluso el salón de casa, siempre que adoptemos la posición adecuada. Sólo hay que librarse de los anclajes personales. Para esta clase de ... turismo no hacen falta ni dinero ni móvil. Incluso podemos dejar a la familia, si no está dispuesta a acompañarnos. ¿Quién quiere viajar al extranjero, a la sierra o a la playa cuando puede transformar la realidad? Prescinda del yoga, la relajación, los viajes astrales y otras técnicas al uso. Ni siquiera tiene que cerrar los ojos. Basta con imitar por una vez a los políticos y ver únicamente lo que queremos ver. Es tan fácil como sentarse en un banco a la sombra en el monasterio de San Jerónimo, por ejemplo, y pensar que estás en el mes de diciembre. La realidad -todavía la distinguimos- es que hay un sol de justicia y unos cuarenta grados, pero yo empiezo a ver desfilar ante mí a gente abrigada con gorros y bufandas y guantes y paraguas para protegerse de la lluvia que me está calando -que no el sudor-, y empiezo a tiritar de frío. Veo pasear por el patio a unos monjes que rezan casi ocultos por sus capuchas, pues ahora nieva. Hay dos soldados con lanzas que me miran con curiosidad, así que he debido viajar en el tiempo sin darme cuenta, y es algo más que el clima lo que cambia, lo que me lleva adelante y hacia atrás. Pero para hacer turismo mágico ni siquiera tengo que salir de casa. Puedo abrir la ventana del salón y quedarme absorto ante la imagen de la playa. No me he marchado de la ciudad ni del barrio, pero el edificio de enfrente ha sido sustituido por el mar, y las olas rompen donde antes estaba la puerta del supermercado. Lo mejor es que no hay nadie, y yo puedo abstraerme en la soledad de la costa, en su plana geografía. Sin embargo, algo aparece en la arena. Son las huellas de alguien que camina, invisible, hasta el agua. Entonces veo una figura transparente zambullirse y, sólo cuando se ha sumergido completamente, vislumbro una aleta. Sigo mirando, esperando que la figura desnuda de la sirena aparezca en la superficie del agua, cuando mi mujer me saca de mi ensoñación con una colleja. «¿Quieres cerrar la ventana?», dice. «Hace calor». Y es que no todo el mundo aprecia el turismo mágico. Aunque yo me he resfriado.

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