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El verano es tiempo de escapar del maremágnum de obligaciones en que a lo largo del año estamos inmersos. Puede que salgamos por unos días. Nos decimos que es momento de alejarnos de nuestras rutinas. Veraneamos, viajamos o simplemente nos quedamos en casa, o todo ... a la vez. Hagamos lo que hagamos en este tiempo tenemos la oportunidad de ver el mundo con otras ópticas. Y es que el verano estira la medida de muchas de nuestras concepciones. Pero ahora salir, veranear, viajar, se estructura en un magma demasiado común para todos aquellos que emprenden estos lances (tampoco es ya aventura desde la definición clásica del término, el riesgo es hoy otra cosa).
Cada vez más personas eligen su hoja de ruta por y para las redes. De una experiencia excepcional, lo que más nos importa es «contarlo» y, en ocasiones, lo único. Es lo que nos preocupa, la fotografía, el selfie, enviar el mensaje, el Instagram, más que sentir la emoción, íntima del instante. Pasa con cualquier evento, no sólo con los viajes. Que vamos a un restaurante, o al bar de la esquina, a la playa, a la piscina, a un partido de fútbol, al teatro, a un museo,...Lo que más nos preocupa es el encuadre, el enfoque; el postureo. Doblegamos nuestro comportamiento a la pose, a la imagen que vamos a dar, a las apariencias, más que dejarlo abierto a las motivaciones que nos surgen. Y es en todos los ámbitos. Los monumentos, los museos, las obras de arte en general, no son la esencia de nuestra atención, son la excusa para mostrarnos o decir que estamos ahí, narcisistas, junto a las Meninas, la Gioconda, o la Catedral de Santiago.
En la madrugada del sábado al domingo pasado, en el Santuario de la Virgen de la Cabeza, en Andújar, se conmemoraba la 'Aparición' de la imagen de esta advocación en 1227. En un momento de los actos, la imagen era trasladada, en el templo, desde su camarín a las andas. Cientos de personas con los móviles plasmaban la escena. Bien, son unos segundos conmovedores para prácticamente todos los que los viven. Pero al mismo tiempo, en esos mismos instantes las redes se inundaban de dichas imágenes. En vez de sentir, esos momentos, muchos se preocupaban de contar al mundo que ellos estaban ahí, tan cerca, de la 'Morenita', rozando prácticamente su manto. Otra cosa es quienes hacían de algún modo una función de cronistas en las publicaciones de Internet o para familiares etc., que no podían estar (es cierto que las cuestiones devocionales tienen lados muy sensibles y emocionantes). Pero es que acabo de ver de nuevo las imágenes con tanta y tanta gente con el móvil en la mano, y es que viene al pelo. Y que conste que si hubiera estado yo allí, tal vez habría hecho lo mismo, por el mimetismo general y porque estamos ya muy imbuidos por estas dependencias tecnológicas.
Una excepcionalidad, fue aquella de Luis Miguel Dominguín cuando estando en la habitación del hotel con Ava Gardner, en un momento determinado salió deprisa. Ella le preguntó después que a dónde había ido, contestando el torero que «a contarlo». Por cierto, esta historia me la explicó Dominguín, en su finca de Andújar, en una larga entrevista poco tiempo antes de morir, y tiene matices a lo que se ha relatado siempre.
Hoy como el protagonista de esa escena, en las redes, todos queremos 'contarlo' más que vivirlo. El selfie se ha generalizado, con la gran paradoja de que no es para uno mismo, sino para los demás. Es una proclama de nuestra felicidad. Al compartir las fotos, los viajeros buscan provocar la envidia, o su complacencia a los demás, más que guardar un recuerdo. Cada día más buscamos destinos y rincones que sean fotogénicos. No voy a esta playa, que es maravillosa, voy a la otra que sale mejor en las fotos. Y el problema es que en esos días que pretendemos que sean para desconectar, ya no cortamos de algún modo con nuestro entorno de siempre. Las redes sociales hacen que nos marchemos pero con el ancla echada en nuestro ámbito habitual. Seguimos conectados, trivializando el hecho de alejarnos de ...; y luego está esa forma de irnos pero no irnos. ¿Dónde estamos? ¿Estamos en ese crucero, haciendo el Camino de Santiago, o tumbados en esa playa? ¿O estamos en la terraza de nuestro bar de siempre hablando con los amigos, virtualmente conectados? ¿Ubicuidad o sensaciones disipadas? Me resisto a convertir la experiencia del viaje en algo vulgar, por muy retocada que esté. Y hoy necesito decir con Luis Cernuda, aunque sea desde el quimera: «Sigue, sigue adelante y no regreses, / fiel hasta el fin del camino y tu vida, / no eches de menos un destino más fácil, / tus pies sobre la tierra antes no hollada, / tus ojos frente a lo antes nunca visto».
El selfie se ha generalizado, con la gran paradoja de que no es para uno mismo, sino para los demás
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