Felipe VI puso el dedo en la llaga el pasado lunes en la apertura de la décimo cuarta legislatura de nuestra democracia. El acertado discurso ... del monarca en el Congreso recordó que son ya catorce las elecciones generales celebradas desde que el pueblo español refrendó nuestra Constitución, en las que los ciudadanos han expresado libremente su voluntad haciendo posible la alternancia, pero tengo la sensación que tras los últimos comicios (repetidos), con la existencia por vez primera de una coalición, el problema catalán y la llegada de la ultraderecha (a la que se ha puesto un cordón sanitario en las comisiones de la Cámara Baja), la confrontación va camino de alcanzar cotas exageradas. Por eso el Rey apeló a que ha llegado la hora del Parlamento, de la palabra, del argumento y de la razón. Don Felipe fue contundente: «España no puede ser de unos contra otros; España debe ser de todos y para todos. Así lo ha querido la sociedad española desde hace más de 40 años. Así lo sigue queriendo y, sobre todo, así lo merece».
No nos quedemos en la cáscara de censurar, aunque haya motivo para ello, la ausencia de algunos diputados a este acto o que los pertenecientes a la formación morada que sustentan a los socialistas no tuvieran la cortesía de aplaudir esas palabras del jefe del Estado, salvo los que forman parte del gobierno. Ni nos fijemos en esa imagen del líder de esa formación morada y vicepresidente segundo cuando se sube a bordo de su vehículo oficial, después que él mismo tanto criticara su uso. Siempre es mejor integrarse en el sistema que estar fuera de él, aunque la coherencia y el cambio de posturas pasen factura de muy distinta manera a unos que otros. Ya veremos cómo acaba la corriente anticapitalista de Podemos.
Tres días más tarde Sánchez se fue a la Generalitat y prefiero creer que Sánchez hizo oídos sordos a todo lo que no encaje en nuestra Carta Magna, como el derecho a la autodeterminación o la amnistía. Tras el encuentro el inhabilitado diputado Torra volvió a su linde y a la matraca de siempre mientras Sánchez resiste y gana tiempo, que no es poco en política, pero se le abren más frentes como el de la financiación autonómica, de difícil solución cuando los ingresos son los que son y no puede haber concesiones generosas o ventajas para una comunidad en detrimento del resto. El viernes la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, lidió con arte sobre los 2.500 millones de devolución pendientes del IVA de 2017 a cambio de dos décimas más de déficit presupuestario en los dos siguientes ejercicios. Ni a los consejeros socialistas ni populares les agradó la medida y se plantean acudir a los tribunales.
Otra brecha es la del campo, un sector siempre castigado que vuelve a alzar su voz, ahora por la subida del salario mínimo, pero antes ha sido por el precio del gasóleo o las subvenciones europeas, en grave riesgo como comprobaremos en los próximos meses. No me parece que la solución a este sempiterno problema sea cargar contra los grandes distribuidores por sus excesivos márgenes. Nuestro agro vinculado en gran parte a esa España vaciada, debería ser objeto de una estrategia basada en acciones que aunque fueran solo paliativas no aceleraran su ruina o desaparición. El Gobierno teme que estas movilizaciones se enquisten y se conviertan en una versión de los 'chalecos amarillos' franceses.
Al final casi todo en la vida puede simplificarse en eso de unos contra otros, que nos viene de Caín y Abel, pero la dignidad de quienes nos representan y su proyección pública o política tienen que caminar por la senda de la convivencia, los intereses generales y la recuperación de la confianza de los ciudadanos en sus instituciones. Lo demás, tonterías. ¿No les parece?
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