Lo confieso. La enfermedad del odio me está preocupando ya casi más que el coronavirus. En medio de la difícil, preocupante y alarmante situación actual, ... entras a las redes sociales, escuchas a los políticos, sales a la calle… y da pena y miedo. La escalada de odio que veo tanto por la derecha, como por la izquierda, como por el centro, me genera tristeza y gran preocupación. Me indigna que todo valga para odiar al que no piensa como yo. Estamos polarizando nuestra sociedad en dos bandos totalmente incompatibles y odiados entre ellos. El odio nos invade.
Tal es así, que llevo algunos días metido de lleno en la difícil tarea de comprender las causas de esta dañina enfermedad, por ello, me puse a releer los 'Episodios Nacionales' de Benito Pérez Galdós, para mí, el segundo novelista español después de Cervantes. Para que los españoles no volviéramos a caer en los mismos errores y estupideces, Galdós busca las raíces vivas de lo actual, desde la batalla de Trafalgar. Este 2020 se celebra el centenario de su muerte. La España de hoy es un país diferente a aquel que retrató el literato; sin embargo, los grandes problemas de entonces siguen siendo en esencia los mismos. Ahora que estamos en el año de Galdós es una buena ocasión para leer su obra y entender mejor los problemas que siguen deteriorando a la sociedad española dos siglos más tarde.
Pero a lo que iba; ¿El odio y la agresividad permanente con la que nos tratamos por el simple hecho de pensar distinto no tiene solución? ¿No podemos intercambiar ideas sin confrontación descalificatoria o agresiva? ¿Por qué se utiliza el odio como herramienta política? ¿Cuándo se acabará la política del odio y el odio en la política? ¿Por qué hay tanto odio contra el que piensa distinto, desde el parlamento, hasta las redes sociales y la calle? ¿Cómo es posible que estemos permitiendo que crezca el virus mortal del odio sin hacer nada?...
Antón Chejov (1864-1904), célebre dramaturgo ruso, dijo que «el amor, la amistad o el respeto no unen tanto a la gente como lo hace un odio común hacia alguna cosa», a pesar de ser una afirmación triste y desesperanzada, este pensamiento parece hoy más cierto que nunca. Nunca el odio ha tenido tanto predicamento. La ideología, cuando se convierte en fanatismo es una poderosa fuente de odio, y lo peor de todo, es que hay quien piensa que el odio es rentable, incluso un buen combustible con el que se pueden ganar elecciones.
El odio es no aceptar al otro porque piensa, vive y actúa diferente. Esto, venga de quien venga, no es nunca deseable ni aceptable, pero si viene de aquellos que han sido elegidos para que nos representen y gobiernen, es aún peor, pues entonces estamos ante la política del odio. El odio se está convirtiendo cada vez más en arma política que nos domina a todos. La política del odio crea un discurso que disfraza los verdaderos problemas y designa al otro como enemigo.
Comenzaba estas líneas confesando que la enfermedad del odio me está preocupando ya casi más que el coronavirus. Y así es, porque baja la curva de la pandemia, pero cada día sube más la curva del odio. El odio se esparce como un virus que se multiplica de forma imparable.
Todos los especialistas coinciden en que lo principal para controlar la Covid-19 es mantener una curva de contagio «baja y aplanada» en lugar de «alta y pronunciada». Por ello, lo que se busca es aplanar la curva de contagio, es decir, ralentizar o frenar la propagación del virus, así el número de casos se distribuye en el tiempo en lugar de que se produzca un gran aumento al principio.
Es triste, y muy preocupante, la escalada de odio que vemos de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, pasando por el centro. La curva del odio sube cada día más. Es de extrema urgencia aplanarla, lo que significa reducirla, es decir, que se comiencen a identificar cada vez menos casos. Y para mantener la curva del odio «baja y aplanada» en lugar de «alta y pronunciada», hace falta querer, actuar y dar los pasos necesarios para detener la propagación del virus que lo causa. Una cuestión es discrepar y otra muy diferente descalificar y despreciar a quien piensan diferente. El odio se cultiva, se aprende, es altamente contagioso, y no olvidemos que mata.
Ahora, cuando el odio se cuela en nuestras vidas con un efecto letal y pandémico, con frecuencia viene a mi mente la canción 'Libertad sin ira' del grupo musical Jarcha, que representaba el espíritu de la Transición, es decir, la reconciliación de todos los españoles sin ningún tipo de revanchismo. Un canto en defensa de la pluralidad de pensamiento, la tolerancia y la libertad.
¿Cómo puede ser que el odio de hoy sea igual de fanático y dañino que el del siglo pasado? ¿No hemos aprendido nada? Dejemos de llamar al vecino rojo o fascista; de ridiculizar al del piso de abajo porque no piensa como yo... ¿Qué ganamos odiando a aquellos con quienes hemos de convivir a diario? ¿Cuánto vamos a invertir, en tiempo y esfuerzo para encontrar una vacuna que nos cure del odio?
Entre todos tenemos que aplanar la curva del odio. Si no acabamos con el odio, el odio acabará con nosotros. Merece la pena trabajar sin descanso en una convivencia más sana y menos envenenada. Merece la pena combatir con urgencia el odio al que piensa distinto. Merece la pena no permitir que el odio se siga instalando en la política, en nuestras vidas y en nuestra sociedad. Urge acabar con el ojo por ojo y odio por odio. Y urge hacerlo ya.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.