Valorar lo que no tenemos
La Carrera ·
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Deseamos lo pequeño y lo grande, todo lo que no es nuestro aúnEstamos enfrascados en valorar lo que no tenemos. Y por el contrario valorar lo que se tiene no es sencillo en un mundo donde parece que siempre debes buscar más, consumir más y más; gastar, malgastar. La mayoría estamos encauzados, dentro de la cosmovisión actual ... de la vida, a desear con vehemencia lo que no tenemos. Desde que amanece hasta que anochece los estímulos que nos llegan son para desear cosas que no existían antes en nuestro contexto o no hemos accedido ellas. Deseamos lo pequeño y lo grande, todo lo que no es nuestro aún. Eso que siempre se ha dicho de que la envidia es el gran pecado de nuestra esencia carpetovetónica, es en gran medida cierto, y lo abonamos diariamente de diferentes modos. Ese deseo de hacer o tener lo que otra persona tiene, que se hace reconcomo por no tener o ser lo que el otro tiene o es, es muy nuestro. Esperamos grandes cosas y nos fascinan los milagros, pero olvidamos que nuestra vida ya nos está ofreciendo esos pequeños regalos, esos sutiles milagros que en esa óptica de la envidia, otros desearían tener.
Decía Séneca que nada es más honorable que un corazón agradecido. Y es que siempre estamos insatisfechos y no sabemos sentir los instantes mágicos de cada día, esos detalles; ese guiso que hoy nuestra madre nos ha regalado cuando hemos ido a visitarla, tener un rato para escribir con nuestra pluma de siempre en nuestro en ese cuaderno que usamos los momentos especiales, volver a ver aquella película que tanto nos conmovió, sentir la mano cómplice junto a la tuya. Creo que hay más gente preocupada por contar todas las cosas que le faltan que por saborear lo que la vida les da. Nos arrepentimos más de lo que no hacemos que de las cosas que realizamos. Nos pasamos mucho tiempo llorando por lo perdido, por aquello que deseábamos que sucediera y no sucedió, por el tiempo que se fue, por esa pareja que no pudimos conquistar, por rechazar aquel trabajo que nos ofrecieron, por no haber amado a alguien de verdad, por no habernos preocupado más de nuestra pareja y de nuestros hijos, por aquel reto que aquella vez no afrontamos. No se nos ocurre hacer un listado, aunque sea mental, con todo lo bueno que tenemos o nos surge cada día. Si lo hiciéramos nos daríamos cuenta de que somos muy afortunados, cada uno con lo suyo. Sin embargo sí la hacemos, de algún modo, y la cincelamos con fuego en el sentimiento, de todo aquello que creemos que nos corresponde, de eso que deseamos y no podemos poseer. Si te paras en la calle (no digo si te fijas en las personas que van en el tren, en el metro, o en autobús) y observas a la gente, parecen todos zombis yendo a su destino, que en bastantes ocasiones parece que fuera el de galeras, y siempre apresurados, con caras largas, tristes, mirando al suelo, viendo a sus semejantes como enemigos en vez de amigos, de compañeros en el viaje de la vida, comparando, desconfiando, yendo a la defensiva, prácticamente nadie está disfrutando el momento.
Al final entramos en una dinámica tóxica que nos coarta los momentos felices, armónicos, que podríamos aprovechar mejor. Así, nos molesta que promocionen a un compañero de trabajo, sufrimos porque a un colega le dan un premio, nos inquieta que fulano o fulana tenga ese cuerpo y vaya siempre como los modelos de las revistas de moda, nos cabrea que esa persona esté ahí, haciendo lo que nosotros no hacemos por incapacidad o pereza. En definitiva estamos invadidos por la envidia pura y dura. Pero lo que especialmente caracteriza a la verdadera envidia es el deseo de que el otro, el envidiado, no tenga lo que tiene. La verdadera envidia se centra imaginativamente en el otro, en el envidiado, más que en uno mismo. A Winston Churchill se le atribuye una frase lapidaria: «En la vida hay amigos, conocidos, adversarios, enemigos y compañeros de partido». La sentencia nos pone en la brecha que abre la envidia de aquellos que están próximos, la que nos produce los éxitos de los propios compañeros. Y en este sentido el mítico Pío Cabanillas Gallas, decía con frecuencia la sentencia; «al suelo que vienen los nuestros» que alguien me dijo que acuñó Romanones. Pues ya es hora de que cada uno miremos más lo que tenemos, que hay mucho y bueno y si hay que competir compitamos con nosotros mismos, para superarnos.
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