¡Vamos viejo, sin rechistar!
Prof. enrique villanueva cañadas
Domingo, 10 de mayo 2020, 00:51
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Prof. enrique villanueva cañadas
Domingo, 10 de mayo 2020, 00:51
Don Santiago Ramón y Cajal, en su ensayo 'El mundo visto a los 80 años', nos incita a escribir y él aconseja que lo mejor es continuar la labor emprendida en los luminosos tiempos juveniles o en la fase de la madurez reflexiva. He dedicado ... muchos años de mi vida al estudio de la muerte y también a la vida que pervive en la muerte. Seguiré su ejemplo. La muerte propia no le interesa a nadie, desde los epicúreos, recogida después por Machado:«La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos». Pero los ancianos sabemos que mientras somos la muerte es. ¡Nos lo recuerdan con demasiada frecuencia! Las leyes de legalización de la eutanasia son un preaviso de que la vida de los ancianos está bajo sospecha y nadie llorará en exceso su pérdida. Las palabras del ministro holandés son bastantes elocuentes. Mark Rutte denuncia que uno de los problemas en España e Italia ha sido que los respiradores los están usando los ancianos. El colapso de los hospitales en Italia y España, cree Rosendaal, se debe a la 'posición cultural' que ocupan los ancianos en nuestras sociedades, a los que se trata de salvar a cualquier precio. Mientras que en los hospitales flamencos y holandeses se les selecciona con lupa. Los médicos de los Países Bajos y Flandes han dando directivas y guías a sus hospitales para que se piensen dos veces el trasladar a un centro médico a los ancianos contagiados con el coronavirus y lo hacen, ¡oh caridad!, para «prevenir su sufrimiento» y no saturar los hospitales. «No traigan a los pacientes débiles y a los ancianos al hospital. No podemos hacer más por ellos que brindarles los buenos cuidados paliativos que ya les estarán dando en un centro de mayores. Llevarlos al hospital para morir allí es inhumano». Esta posición también se ha sostenido en España (Cataluña). Si algo se ha puesto en evidencia en esta pandemia ha sido la fragilidad de dos colectivos: el de los sanitarios y el de los ancianos. Se ha visto palmariamente que el sistema público de salud no es capaz de cumplir los deberes que la Constitución le impone: Artículo 43.1. Se reconoce el derecho a la protección de la salud. 2. Compete a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios.
Este artículo es frecuentemente mal interpretado, no existe un derecho a la salud, ni tampoco a la curación de las enfermedades, pero sí a que la salud de los ciudadanos sea protegida. Es obvio, ahí están los datos, que la protección de la salud de las personas mayores ha sido deficiente, cuando no negligente. El ministro holandés nos invita a que tomemos el camino del corredor de la muerte, que nos pongamos el uniforme calabaza y esperemos pacientemente la hora de la solución final, que para ellos es la sedación terminal. En España ha habido tentativas de negar el derecho del anciano a un respirador. Ante estos hechos se me plantean dos cuestiones, al margen de las éticas, de las que ya me he ocupado. ¿Se podría hacer esto impunemente en la sanidad pública? ¿No sería constitutivo de delitos, de lesiones, de denegación de asistencia (art. 196 CP) y discriminación, amén de una estafa a los contribuyentes que llevamos pagando más de 50 años para que llegado el caso se nos atienda sin discriminación? Dice el artículo 511.1 del CP: Incurrirá en la pena de prisión (...) el encargado de un servicio público que deniegue a una persona una prestación a la que tenga derecho por razón de su ideología, religión o creencias, su pertenencia a una etnia o raza, su origen nacional, su sexo, orientación sexual, situación familiar, enfermedad o minusvalía.
Los ancianos somos hoy un grupo vulnerable, pero nuestros derechos fundamentales deben estar intactos, así como los que nos corresponden como beneficiarios de la Seguridad Social, derechos adquiridos, a buen precio, no graciosamente otorgados. ¡Estamos hablando de contratos, no de caridad! Aun siendo la asistencia sanitaria un derecho legal (una ley ha de regularlo), al anciano no se le puede privar, ni discriminar, arbitrariamente, de este derecho invocando un nuevo concepto del principio de beneficencia. Los que postulan una única sanidad, pública por supuesto, ¿garantizarán nuestra asistencia llegados a la edad de 80 años?
Durante muchos siglos, la cultura mediterránea ante la muerte creyó en la premonición, había signos inequívocos que anunciaban que ibas a morir y las personas lo captaban y se preparaban para ello, «llamaban al notario, se confesaban, reunían a la familia y llegado el momento se llamaba al cura para la extrema unción», esta era la muerte buena, la aceptada, la muerte en pecado era la muerte amarga y la muerte súbita y la violenta no tenían buena reputación. Había excepciones a esta aceptación, como el caso del personaje de la fábula de La Fontaine (el leñador) que después de concitarla grita aterrado, oh diosa cruel. Los moralistas y satíricos se encargaban de ridiculizar a estos personajes que negaban la evidencia y falseaban el juego natural, los más tramposos eran los viejos. La sociedad del siglo XVII no era amable con estos viejos (50 años) y se burlaban de su apego a la vida: 'allons, viellard, et sans replique'.
En este momento de inexperimentados, en el que estamos viendo cosas nuevas, una de ellas es la actitud de la sociedad ante la muerte de los ancianos. Son muchos los testimonios estremecedores, tiernos, compasivos, de nietos ante la muerte del abuelo, que han hecho cambiar la concepción clásica ante estas pérdidas. Hoy el abuelo está muy cerca de los niños y jóvenes, que ven en ellos un apoyo y un guía. ¡Ya no es el ser distante y apartado, esperando la muerte! Las respuestas que se tienen ante la muerte del otro versus, la de uno mismo, son tan diversas como las que se tienen ante la vida. La muerte de los otros se ve como algo natural, tiene fecha de caducidad, la nuestra siempre se verá como algo lejano. Lo que ocurría en la Edad Media y aún en el romanticismo, está hoy en desuso: ¡nadie quiere morir! y eso deberían saberlo los que abogan por la eutanasia. Las muertes recientemente vividas y en ausencia de duelo han acercado al anciano al mundo de los jóvenes y se le ha dado un valor que quizás antes no tenían. Siempre se ha sentido la pérdida del anciano, en unas culturas más que en otras, pero en los duelos era frecuente oír: bueno el pobre ya ha vivido bastante, fue muy feliz, vivió una vida plena y ha recogido lo que sembró, pero ya estaba muy deteriorado, le ha llegado su hora.
Como dice Séneca, la vida es una leyenda, no importa que sea larga o corta, sino que este bien narrada, pero no me gustaría que esa narración la interrumpiera un burócrata que decide que yo ya he vivido bastante, como si en el mundo los números fuesen clausus y hay que dejar sitio para que otro viva. Una cuestión final, ¿Se tornará la gerontofobia en gerontofilia tras la pandemia? Seguramente sí, porque como diría José Luis Cuerda, no somos contingentes, somos necesarios.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Las zarceras tras las que se esconde un polígono industrial del vino en Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.