Cuenta la leyenda que Buda se sentó bajo una higuera durante semanas y así alcanzó la iluminación, un estado mental que si lo buscas en las cosas de este mundo lo llevas claro.
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La importancia de los árboles a través de la historia queda patente ... en la «Buda experience» y también en el legendario dúo bíblico formado por Adán y Eva y sus peleíllas en broma, donde un árbol producía fruta con conocimiento o manzanas de la discordia y del cual comieron sin pensárselo. Don Adán y su costilla aprendieron el castigo de la desobediencia, comprendieron que estaban desnudos y sin estufa, y fueron expulsados del jardín del Edén como se expulsa a los tránsfugas de un partido político, de muy mala manera, porque ni Dios ni el César perdonan a los traidores. A pesar de este incidente puntual, reconozcamos que los manzanos y todos los árboles en general son criaturas buenas y calladas, siempre dispuestos a hacer sombra de la buena, de la que no tiene rejas.
El parque «arbolístico» de Granada no es ni la Selva Negra ni el Amazonas, pero ofrece un valioso cobijo al quemado transeúnte que pasea ensimismado o no por nuestra ciudad. Terapéuticamente, un árbol es el alivio perfecto para el alma después de lidiar con los problemas, porque como dijo Carl Sagan, «Este roble y yo estamos hechos de la misma cosa». Se puede decir que, a su manera, los árboles también tienen corazón y por eso son tan buenos consejeros.
Granada ha mejorado mucho en materia de patrimonio verde y peluquería vegetal, porque se han adecentado muchos árboles que lucían las mismas «greñas» que Gene Simmons, el cantante de los Kiss. La parte negativa es que cargarse La Vega granadina sigue siendo un deporte endémico donde batir récords nunca pasa de moda.
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Hay personas que pasan de arrancar la mala hierba pero cambian de opinión cuando se trata de arrancar la buena, como se ha podido comprobar hace unos días en el Camino de los Neveros. Las víctimas, medio centenar de árboles arrancados, destrozados o cortados, en su mayoría plantados por niños. Adiós reforestación, y como no es posible un encantador de árboles que los entrene para salir corriendo en caso de ataque, solo cabe desear en nuestra ingenuidad que no se vuelva a repetir.
Al final, las personas son como los árboles, unos dan fruto y otros no. Los últimos parece que son legión.
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