Estamos tan atosigados que no nos da la vida más que para exprimir el presente, como si todo ocurriera por primera vez y nadie hubiese dicho ya hace muchos, muchos años, que nada hay nuevo bajo el sol. Por eso viene bien darse cuenta de ... que lo que estamos viviendo ahora, con las elecciones municipales a la vuelta de la esquina, ya pasó hace siglos, cuando se establecieron las reglas de juego democrático de las ciudades griegas, con encendidos debates acerca de los derechos y deberes de los ciudadanos y se crearon sus instituciones, sus leyes fundamentales para regular la convivencia civilizada hace por lo menos dos mil quinientos años.
Pero no hace falta irse tan lejos. Precisamente este año se cumplen cuarenta de la constitución de los ayuntamientos democráticos, en medio del entusiasmo por las libertades cívicas recuperadas, tras cuarenta años oscuros sin ellas. Aquel año de 1979 pasó lo mismo que este: hubo primero elecciones generales y un mes más tarde las municipales, las cuales registraron una baja participación, con una abstención del 40% en Andalucía y el 39% en Granada. Los comentaristas achacaban esa desidia a la falta de costumbre, o a que ya se percibía en el ambiente un cierto escepticismo democrático, aquello de «da igual a quién votas», como recogían los reporteros de IDEAL.
Es sugerente leer en el archivo de este periódico cómo se tejieron los acuerdos post electorales. Pero más aún, la ilusión de los candidatos, (muchos de los cuales eran menores de 30 años), que explicaban sus propuestas, la sensación de que estaba todo por hacer, las llamadas a la ciudadanía a participar en la vida pública de la ciudad…
Es de justicia que reconozcamos todo lo que hemos avanzado y habríamos llegado aún más lejos, si no fuera por las dos lacras que afectan a la vida política: por una parte, el sectarismo y por otra la corrupción que ha sido devastadora precisamente en los ámbitos municipales. Eso de meterse en política para enriquecerse era impensable hace cuarenta años, cuando aún se discutía si debían cobrar o no los ediles y se proponía la conveniencia de poner límites a los salarios que se les iba a otorgar.
Si no hemos perdido toda la frescura y la ilusión de entonces es porque queremos pensar que la mayoría de los candidatos, que optan a todas las variadas listas que se nos proponen han dado un paso adelante para aportar su grano de arena a la felicidad de la ciudadanía. Que no lo hacen pensando en cómo se van a llenar los bolsillos, sino cómo van a velar por el dinero de todos que se van a encargar de administrar, con mentalidad de padres o madres de familia, que hacen juegos malabares para llegar a fin de mes, como les pasa a la mayoría de quienes los van a votar. Que están dispuestos a concebir los intereses generales, de todos, como más importantes que los propios, o de los partidos que los encuadran.
Esperemos que el escepticismo rampante no consiga que algunos votantes se queden sus casas.
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