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Cómo se viene la muerte

La Zaranda ·

El amor, otro bálsamo, no vence a la muerte pero la hace parte de la vida al proponer amor eterno como posibilidad, como trasgresión del aquí y el ahora

manuel molina

Jaén

Domingo, 1 de noviembre 2020, 00:22

Escribe Víctor Hugo que «La belleza y la muerte son dos cosas profundas/con tal parte de sombra y de azul que diríanse/dos hermanas terribles a la par que fecundas,/con el mismo secreto, con idéntico enigma/». Un peso grave que alejamos o pretendemos ... alejar en los cementerios, en los otros y en la no visión. Decía Bécquer que los muertos se quedaban muy solos y tenía razón, los escondemos en la invisibilidad. En plena epidemia, parte del personal se entrega a la inconsciencia de saltar normas que nos protegen, tal vez porque no ve muertos, consecuencia de lo que ocurre. Una mala interpretación de los consejos nerudianos: «Muere lentamente quien evita una pasión y su remolino de emociones». Una falacia de los versos: «quien no arriesga lo cierto ni lo incierto para ir detrás de un sueño/quien no se permite, ni siquiera una vez en su vida/huir de los consejos sensatos…»/.

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El poeta Jaime Sabines no es partidario de las inhumaciones, al escribir algo que inquieta porque nos hace pensar que la muerte no sea solo un entierro, sino que alcance también a los vivos: «Habría que tener una casa de reposo para los muertos, ventilada, limpia, con/ música y con agua corriente./ Lo menos dos o tres, cada día, se levantarían a vivir»/.

Mi padre decía que no había que tener miedo a los muertos, sino a los vivos. Puede que influyera en el planteamiento que sobrevivió a una guerra. Creo que me ayudó a soportar la idea de la muerte verlo morir y al cabo de los años reconocerlo como muerto para un traslado. No me impactó porque reconocí, desprendido el dolor que se había cicatrizado., el natural paso del tiempo. El enemigo ya no sería la muerte, que había aceptado, sería algo cercano y evitable. Quedó en un verso, simple, sencillo, declarativo: «No es la muerte, es el dolor, es el dolor».

El venezolano Aquiles Nazoa va más allá y quiere derrotar la idea de muerte con una curiosidad, en esta especie de legado: «Amor, cuando yo muera no hagas lo que hacen todas; no copies sus estilos, no repitas sus modas: Que aunque en nieblas de olvido quede mi nombre extinto, ¡sepa al menos el mundo que fui un muerto distinto!». El amor, otro bálsamo, no vence a la muerte pero la hace parte de la vida al proponer amor eterno como posibilidad, como trasgresión del aquí y el ahora, como el alma enamorada quevedesca que sabría nadar en la laguna Estigia, tránsito de los muertos.

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Nos queda el amor de los vivos a los muertos. Por toda esa transcendencia me duelen dos asuntos: las cifras de la pandemia, como olvidos inminentes, ensartados en el menosprecio de la invisibilidad y me duele la frivolidad anecdótica, recalcitrante consumismo, de celebrar la muerte tan timorata y patética, domesticada en apariencia, vestidos de fantasmas. Cada palabra sobre el papel está hecha mientras avanzamos hacia la muerte, dice Antonio Gamoneda. Lo admito.

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