¡Lo que el viento se llevó!
Ahora también se quiere llevar nuestra lengua y nuestra patria y nuestros hijos, mientras nosotros contemplamos este vendaval
Viernes, 4 de diciembre 2020, 23:07
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Viernes, 4 de diciembre 2020, 23:07
Es el título traducido al castellano de la famosa novela de Margaret Mitchell que ahora está sometida a debate racial por su argumento en torno al problema blancos/negros en los Estados Unidos de Norteamérica. Como es sabido, los negros americanos no son producto de ... aquel continente, sino la consecuencia de su traslado forzoso desde África, por los europeos, para usarlos como mano eficaz de obra por el escaso rendimiento, para el trabajo, de los indios nativos. Pero esa es otra cuestión que hoy no toca.
¡Lo que el viento se llevó o se está llevando en nuestros días!... Y no sólo por la pandemia que nos asola in misericorde, sino también por los otros fenómenos que nos acompañan a diario, desde hace unos años, modificando estructural y vitalmente lo que hasta hace poco era nuestra vida y nuestra sociedad, especialmente en Europa, maestra y ejemplo que, de una u otra forma, han seguido los demás pueblos del mundo.
El viento metafórico se llevó aquellas golondrinas de Bécquer que, ¡ay!, ya no volverán. Y aquellos soldados que partían a Flandes –¡aquel capitán de los Tercios!– donde antaño se puso el sol, cantando a la guerra o a la mili, enrolados en una bandera –¡aquella de Prim en los Castillejos!–, dando vivas a su patria. Esos ya no volverán. Ni aquellos que hacíamos de centinelas nocturnos bajo las estrellas, en Montejaque, tampoco volverán.
Y no volverán aquellos noviazgos de años, tan duraderos como románticos, de largos paseos por alamedas y jardines, y que solían acabar en bodas para toda la vida, hasta que la muerte nos separe, ella prometida con vestido blanco de tul ilusión símbolo de virginidad, y él de chaqué alquilado. Una boda para toda la vida, luego ratificada por una docena de vástagos, la alegría del barrio. Esos tampoco volverán.
Y no volverán aquellas cartas escritas más con el alma que con la pluma, desde tierras extrañas, con el corazón pendiente de la respuesta; cartas escritas a mano, metida en sobres de correo con un sello de franquicia estatal.
Y no volverán aquellos maestros con 'don', de paga mísera, saberes escasos, pero asentados en tarimas altas de jerarquía y acompañados del cariño de sus alumnos y el respeto de la sociedad. Los que nos enseñaban la tabla de multiplicar cantando, o el verbo amar, o el Rosa/rosae del latín de Cicerón corriendo alrededor del patio porticado. No volverán porque el viento también se los llevó.
¡Y aquellos abuelos de bastón y sombrero y reloj de bolsillo, aquellos padres con usted, aquellos amigos de la infancia! Y aquellos compañeros del barrio, del fútbol, de la inocencia...
¡Cuánto se llevó el viento!... Aquellas oposiciones interminables, de memorias prodigiosas y destinos africanos, que ratificaban el esfuerzo y el saber de minorías privilegiadas y de estudiantes esforzados. ¡Aquellas hambres edificantes y aquellos cines de ensueño, tampoco volverán!
Y no volverán aquellos políticos señorones –excelentísimos e ilustrísimos y eminentísimos señores – que les costaba el cargo y sus votos, su dinero y hasta su vida, con más don que din, con sombrero de copa, bastón con puño de plata y reloj de bolsillo. Como no volverán los gatos y perros que, libres, correteaban por el barrio perseguidos por la chiquillería exenta de deberes escolares, futbolistas prematuros con pelotas de trapo.
Ni los piporros y cántaros de agua fresca de los estíos nocturnos, ni los vasos de vino blanco o tinto que adormecían los malos sentimientos y los estómagos vacíos. Y tampoco volverán los poetas románticos de los octosílabos, los artistas del equilibrio, la esperanza en el otro mundo, la misericordia para el enemigo, el hambriento y el doliente y el perdón de los pecados.
Pero, sobre todo, no volverá el sentimiento del honor tan consustancial al español, la honra para la mujer, y la vergüenza para cualquier vecino, pobre o rico, que adornaba el coleto de todo ciudadano aunque no tuviera derecho al voto ni al cargo. Ni aquel amor y temor religioso que a todos contenía en sus arrebatos de pelea, venganza y castigo. Ni aquellas mujeres cuyo tesoro máximo e insustituible era su virginidad hasta el matrimonio, ni su juntura con un hombre era cuestión de un simple y fugaz encuentro, con más sexo que amor. Ni tampoco volverán aquellos escolares que, en las escuelas, tenían recreos y libertad para corretear por el barrio, sin carga de libros y abundancia de ilusiones. Ni la rosa sin tocar, ni la corbata ni el cuello duro.
Ni aquellos caballos, borricos y mulos tirando de sus carros, o trillando la parva, mientras el jinete en el quicio de la puerta cantaba su amor a la muchacha de servicio silenciosa, o a una novia abalconada. Ni el infierno tan temido, ni el cielo tan soñado tampoco volverán.
Hombres y mujeres, niños y niñas, perros y gatos, lagartos y gorriones, todos éramos libres a nuestra manera. Pero ¡ay!, todo esto y mucho más el viento se lo llevó.
Y como si no fuera bastante lo que el viento se llevó, ahora también se quiere llevar nuestra lengua y nuestra patria y nuestros hijos, mientras nosotros contemplamos este vendaval mirando las estrellas, llorando como Boabdil lloraba la pérdida de Granada.
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