No vieron Barrio Sésamo
La Zaranda ·
Dice el psiquiatra Luis Rojas Marcos que atravesar el dolor y la tragedia no nos hace mejores personas. Lo creo, por lo visto. Por eso, me muestro escépticomanuel molina
Domingo, 10 de mayo 2020, 00:53
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La Zaranda ·
Dice el psiquiatra Luis Rojas Marcos que atravesar el dolor y la tragedia no nos hace mejores personas. Lo creo, por lo visto. Por eso, me muestro escépticomanuel molina
Domingo, 10 de mayo 2020, 00:53
Un aspecto que ha llamado sobremanera la atención en esta extraña y desconocida situación que estamos viviendo ante la pandemia ha sido la reacción de la sociedad. La mayoría acató el confinamiento, en especial las dos primeras semanas, y se encerró con el miedo y ... la incertidumbre de puertas adentro. No obstante, en esa primera situación crítica conocí a personas que no dejaron de salir un solo día con las más variadas excusas, como si no fuese con ellas lo que estaba ocurriendo. Excusas de repertorio y manual. No obstante, llamó la atención el número de sanciones; tanto que desde los balcones brotó un personaje nuevo, el policía de barrio, que encendía las sirenas al detectar un viandante o inquilino desconocido.
Otro caso común fue del de quienes asistían varias veces al supermercado o tienda para comprar piezas sueltas de algún producto, un cartón de leche, un pimiento, pan todos los días, etcétera. Lo curioso es que lo protagonizaban las personas de más riesgo. Y qué decir de quienes bajo la excusa de sacar al perro coincidían con otros colegas y se echaban en la calle unos litros y algunas cosillas más, mientras el resto experimentaba la pesadilla del tigre enjaulado.
Y llegó el momento en que pudimos orearnos un ratito, oxigenar el cuerpo y el alma. Las normas para funcionar parecían sacadas de cualquier centro de preescolar. La gran mayoría debía entenderlas y llevarlas a cabo. Fácil. Pues, no. Quienes creen que la cuestión no va con ellos consideraron que la nueva normalidad era una refanfinfla y se agruparon con otros descerebrados para salir vestidos en chándal, en bici o por caminos que parecían más romerías que tránsito higiénico. Surgió el heredero del casco de moto en el codo y se bajó la mascarilla para hablar (sic) o para todo. Los insensatos y polludos se lanzaron a realizar botellones y agrupamientos temerarios en las plazas, mientras el resto ejercía algo tan sencillo de cumplir para beneficio de la mayoría. Los ilusos y supuestos indemnes juegan a la ruleta rusa para devolvernos al encierro. Y qué decir de guantes y mascarillas tiradas por las calles.
Dice el psiquiatra Luis Rojas Marcos que atravesar el dolor y la tragedia no nos hace mejores personas. Lo creo, por lo visto. Por eso, me muestro escéptico –llámenme aguafiestas– cuando se nos habla de lo bien que lo hacemos como sociedad. ¿Nos encerrarían si fuésemos lo suficientemente cívicos y respetuosos con los demás? Demasiado castigo, pero unos pocos acaban imponiendo su insolidaridad y pollodescabezamiento a una mayoría que debe sufrir sus consecuencias pese a que el comportamiento se acomode a lo esperado.
¿Cambiaremos a mejor con todo esto? Lo dudo –sigan llamándome aguafiestas– , pero en el país de la picaresca, entrenadores aficionados y expertos enciclopédicos, el individuo se siente como tal y busca salvar su culete o hacer lo que le venga en gana antes que pensar en sus vecinos, a esos que aplaudió unos días, solo unos pocos.
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