Vino antiguo en odres nuevos

En el primer relato de 'Maratón y otros cuentos griegos' (Libros.com), Rafael Vargas Figueroa presenta a Alejandro de Macedonia tras la batalla del río Gránico, exhausto, y aun así dispuesto a poner patas arriba el campamento para averiguar de qué animal es la carne que le han servido en la cena. Satisfecha la curiosidad, Alejandro dispone que envíen a Aristóteles varios ejemplares vivos del ave aurora, machos y hembras, así como el de aquellos especímenes desconocidos para el pueblo heleno que vayan encontrándose durante la campaña de Oriente. La acción de conquista no se limita a la ocupación de tierras; Alejandro Magno aspira al conocimiento. Este es el espíritu que mueve al autor. Podría citar asimismo 'La orden de Marcelo', que transcurre durante el asedio de Siracusa; en este relato, el cónsul Marco Claudio Marcelo insta a sus oficiales a capturar con vida a Arquímedes; el matemático que ha puesto en jaque a las legiones de Roma vale más vivo que muerto. El conocimiento es un bien preciado que debe salvaguardarse; esta es la enseñanza, la moraleja de este estupendo libro.

Cuando se enciende la vela de la curiosidad, resulta difícil apagarla, según demuestra otra pieza notable, 'Cartas de la casa de Aspasia', que se decanta de manera muy inteligente por la narración epistolar para contarnos los progresos de la protagonista, que asiste a unos cursos para mujeres casadas en la villa de una famosa hetera, Aspasia, destinados a enseñarles el arte de la costura o el hilado de la lana y que, muy pronto, se abre a disciplinas como las matemáticas y el álgebra, los secretos de la oratoria o los misterios del erotismo. El conocimiento le dará recursos para enfrentarse al marido, que la querría sumisa y encerrada entre las cuatro paredes del hogar. Algunas cosas no han cambiado 2500 años más tarde. Las palabras que oímos decir a Pericles en casa de Aspasia tampoco han perdido un ápice de actualidad: «El fin del gobierno no es otro que servir al ciudadano y velar por la igualdad de todos ante la ley». Dos milenios y medio más tarde, ahí estamos.

Hay muchas historias, muy valiosas, en 'Maratón y otros cuentos griegos'. En 'La encomienda de Tirión' –de todos los relatos, el que prefiero–, el protagonista recibe un inesperado encargo: debe entregar al hombre más sabio, a fin de que lo custodie, un trípode de oro que unos pescadores de Mileto han hallado en las aguas en torno a la isla de Cos, y que está siendo motivo de discordia entre ambos pueblos. Tirión se presenta ante Tales de Mileto cargado con la reliquia, pero Tales envía al heraldo en busca de Solón de Atenas, cuyos conocimientos considera superiores; una vez allí, Solón también rechaza la ofrenda y lo manda a Anacarsis el Escita, y éste último prefiere que se lo entregue a Bías de Triene, que en cambio considera a Epiménides el Mago más sabio aún. Epiménides lo manda buscar a Quilón… Tirión desespera, pero no ceja. Querría devolver el trípode al fondo del mar y regresar a casa, pero poco a poco empieza a comprender que este continuo ir y venir no es tanto un castigo de Zeus como un obsequio que le permite ver mundo, conocer a grandes pensadores y conocerse a sí mismo.

Las musas se han mostrado generosas con Rafael Vargas Figueroa, pues le han obsequiado con tramas muy distintas y le han revelado además la forma idónea de contarlas. Me explico: en un libro sobre antigua Grecia no podían faltar las sirenas, el laberinto del Minotauro o la guerra de Troya, pongamos por caso, pero el autor ha sabido elegir esa perspectiva insólita que le permite acercar estas historias al lector de hoy investidas con el halo de la novedad. En el relato 'Jantipo' nos sitúa a orillas del mar, en una dársena pesquera, en compañía de un anciano que por la noche oye voces melodiosas procedentes de las aguas; en 'La vergüenza de Minos', el autor nos arroja dentro del laberinto, al lado de una doncella entregada en holocausto al Minotauro; en 'Cinco efebos' aborda la historia de quienes construyeron el caballo de madera que debía poner fin al sitio de Troya… Hablamos de un vino antiguo vertido en odres nuevos. En el relato que da título al volumen, después de la victoria en la llanura de Maratón, Milcíades encarga a Filípides que corra hasta Atenas y anuncie la victoria a quienes se han quedado en la ciudad –mujeres, niños, ancianos, decididos a inmolarse en caso de derrota–.

A Rafael Vargas Figueroa yo lo imagino como otro Filípides, intentando dar lo mejor de sí en cada página, y corriendo, corriendo, corriendo para llevar la buena nueva a estas buenas gentes.