Los antiguos chinos tenían una especie de saludo: «Ojalá vivas en tiempos interesantes». Suena bonito, pero muchos piensan que este no es un deseo positivo, sino una especie de mal agüero. La verdad es que lo interesante no siempre es cómodo, ni fácil, ni placentero, ... sino que nos somete a intensos estados de ánimo, a experiencias insospechadas. Nos saca de un adormecimiento confortable y nos pone frente a nosotros mismos. Nos obliga a sacudirnos la inercia y la modorra. Nos despierta.
Pienso que la crisis del antivirus que estamos atravesando es uno de los tiempos interesantes que nos está tocando vivir. Por primera vez, esa globalización de la que tanto hemos hablado nos está obligando a pensar en términos de humanidad porque de repente todos reconocemos a un enemigo común, que no entiende de fronteras, ni de diferencias culturales, ni de religiones, agazapado en lo que no se puede ver. No es un enemigo humano, de los que nos amenazan con las guerras y la destrucción, sino algo que no sabemos si puede calificarse como ser vivo, con el cual nuestros cuerpos físicos entablan una lucha sin cuartel, muy desigual, pues, a pesar de su inconcebible pequeñez, es capaz de causar mucho dolor, enfermedades graves, incluso la muerte. Otras veces hubo pandemias, tan graves como esta, pero nunca fueron tan extensos los efectos y, sobre todo, nunca las pudimos ver 'en directo', como decimos ahora, por obra y gracia de los medios audiovisuales.
Y aquí estamos, a pesar de todos los avances de las ciencias epidemiológicas, a ratos sintiéndonos seguros, a ratos desvalidos, unas veces muy informados sobre las causas y los efectos de lo que nos está ocurriendo, o nos puede ocurrir, otras aturdidos por las explicaciones contradictorias que no llegamos a comprender. Refugiados de un enemigo invisible que no sabemos por dónde nos puede atacar, dicen que con un simple saludo, o gesto de cortesía, que alguien que no sabe que lo tiene nos lo puede transmitir, sin querer.
Aquí estamos, aceptando que la mejor manera de ser útiles es no hacer nada, quedarnos en nuestras casas, tratando de aceptar el aislamiento y la angustia vital de no saber qué hacer con nuestro tiempo, nosotros que tanto nos quejamos de no tenerlo. Y ahí, de cada uno, porque esto es más individual que colectivo, vemos surgir los peores egoísmos, pero también muy bellas muestras de solidaridad, los miedos, pero también la fortaleza de afrontar esos síntomas que nos brotan en el cuerpo, con naturalidad y esperanza. La avidez de acaparar comida privando a otros de lo necesario y la generosidad de quienes ceden sus propiedades, o apoyan de mil maneras a los no tienen nada. Aparecen las mezquinas interpretaciones de los políticos, siempre mirándose al ombligo, pero también los mensajes de unidad y de sano orgullo. Las explicaciones de los sabios y expertos y los engaños de los tramposos.
Y ahí, en medio de todo eso, nosotros, todos. Ojalá aprendamos algo interesante.
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