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Pocos años han comenzado con más esperanzas comunes que este 2021 que agoniza en la misma zozobra que el 2020. Depositamos en él todos nuestros ... anhelos por volver a la vida de antes, arrasada por la propagación letal del coronavirus. Fiamos esa esperanza y ese regreso a la protección de las vacunas, que han sido un escudo eficaz y alentador contra un enemigo que aún sigue llamando a nuestras puertas.
En un año caben muchas historias, cada una con sus nombres y con sus humanas consecuencias de celebración o de lamentos. No es posible reducirlo a un puñado de episodios destacados en la portada de los diarios ni a la voluntad de unas pocas figuras prominentes porque el mundo, en su admirable diversidad, vive y late con el aliento de cada ser que lo habita.
Pero como el mar, ese cielo caído, no cabe en la mano, solo puedo recoger aquí unas gotas de la espuma de sus días.
La contaminación informativa mejoró con la marcha atropellada de Donald Trump. Almuecín de Twiter, predicaba su verdad alternativa en un puñado de caracteres, que era todo el alcance, o el suflé, de su pensamiento político.
Trump, que con 70 años se convirtió en el presidente americano de mayor edad en asumir el cargo, fue relevado por el abuelo Joe Biden, quien ha superado la marca en ocho años. Senador de largo recorrido, y escudero de Barack Obama, Biden sufrió un sonado descalabro político con la caótica evacuación militar de sus tropas en Afganistán.
Ángela Merkel, la canciller que surgió del frío, se ha retirado de la primera línea de fuego de la política y, a sus 67 años, ha declarado con retranca que, en primer lugar, no hará nada y luego esperará a ver qué pasa.
Doctora en química cuántica, Merkel ha ejercido la política con idéntico rigor analítico. Durante sus 16 años como canciller y sus 30 como diputada, ha exhibido el aire adusto de los viejos burócratas de la RDA, con una imagen de austeridad prusiana, ceñida a una misma chaqueta de corte cuadrado en la que solo parecía cambiar el color, y algún botón.
Villana para tantos europeos del sur durante la crisis del euro, Ángela Merkel ha mostrado su rostro más humanista con esta última petición en su discurso de despedida: «Ver siempre el mundo a través de los ojos de los demás».
Con un año de retraso se celebraron los 'Juegos de la pandemia' Tokio 2020, en el silencio sepulcral de estadios y pabellones vacíos mientras ondeaba un simbólico lazo negro en la bandera olímpica. Desde la distancia, asistimos al evento con un velo de tristeza pero, como en el haiku de Basho, «A pesar de la niebla es bello el monte Fuji». Arigato, Japón.
En otro ocio de nuestros días, la serie coreana 'El juego del calamar' ha sido un fenómeno mundial al convertir la vida de unos desesperados en un juego macabro en el que se practica el tiro al pichón con los concursantes.
En los últimos días del verano, se abrieron las puertas del infierno al pie de El Paraíso, en la isla de La Palma. El volcán de Cumbre Vieja despertó con un llanto de magma que se derramó ladera abajo buscando el mar. Su lava humeante se ha tragado pueblos enteros, sepultando haciendas y plantaciones, afanes y recuerdos, valiosos en lo colectivo y en lo íntimo de cada uno, y que ahora solo son polvo de una misma tierra.
La erupción ha sido un espectáculo sobrecogedor de furia telúrica que hemos seguido a pie de ceniza desde las pantallas de los medios, estremecidos con cada rugido y explosión de la montaña, con cada vómito hirviente. Hemos reptado con las coladas y nos hemos angustiado con la angustia de los palmeros que asistían, desgarrados, a salvar de la desaparición lo poco que podía rescatarse apresuradamente con las manos, o cargarse en una camioneta.
Después de 17 temporadas y 35 títulos, Leo Messi se mudó a París, desahuciado de un ruinoso FC Barcelona. En la Ciudad de la Luz, el astro argentino anda apagado y sin brillo, abatido por el duelo y la melancolía del exilio.
Por aquí, también es menos dulce el calor del hogar desde que el precio de la electricidad se ha puesto a años luz del que pagábamos antes por ella.
Habrá que arrimarse al sol que más –barato– calienta.
La estrella que nunca se apagará ni perderá fulgor es la que cada diciembre nos acerca en lo humano y renueva nuestras mejores esperanzas.
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Isaac Asenjo y Álex Sánchez
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