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Cuando dijeron que se encontraban microplásticos en algunos pescados, la cosa ya pintaba mal. Luego, uno de esos informes de alguna agencia superestatal que nadie sabe para qué puñetas sirve vino a decir que los gases de las vacas (vulgo: pedos) eran culpables del efecto ... invernadero y la liaron parda. Empezaron a oírse voces pidiendo que dieran matarile al ganado vacuno pero nadie aportó soluciones para la supervivencia de vaqueros y ganaderos. Más tarde apareció la listeriosis, con muertes incluidas, y cundió el miedo, que es esa sensación de angustia que precede al pánico. De momento ganan por goleada los herbívoros, llamados también veganos, a quienes estas informaciones les han venido como pedrada en ojo de boticario. Solo falta que algún ser exquisito dé una charla pseudocientífica acerca del huevo como feto de un futuro pollo para rematar la faena. Los come-hierbas lo tienen todo a favor. Incluso nuestra Rosa López, Rosa de España, Rosa de Armilla, ha renunciado definitivamente al asadero de pollos y se ha pasado al enemigo con sartenes y peroles; prepara chorizos y morcillas con componentes vegetales y una sopa de aspecto indefinible, aprendida de su abuela, que le gusta mucho a Raquel Mosquera. De esta incursión de Rosa en las artes culinarias para veganos me enteré la otra noche. Estaba buscando algún programa especialmente aburrido que me ayudara a conciliar el sueño, cuando topé con aquel esperpento valleinclanesco, en el que Rosa, Raquel, la hija de Matamoros y un ser indefinible, se dedicaban a comer cosas también indefinibles, trufadas con diálogos para besugos. Con el soponcio se me prolongó el desvelo hasta la difusa claridad del alba. En este momento no recuerdo si fue antes o después de ver este programa, cuando leí en IDEAL que Rosa López se había pasado a los veganos pero no de forma definitiva, porque todavía no le hacías ascos al jamón de bellota. Se entiende que si se denomina 'de bellota', algo de vegetal tiene el pernil, con lo que se difumina la transgresión de comer animales muertos.
Tal como está el patio, a los amantes del cordero lechal y del chuletón de Ávila se nos presenta un futuro oscuro tirando a negro zaino. Faltan minutos –o como mucho, días– para que animalistas y asociados comiencen a sacar pancartas ante los restaurantes para concienciar a los comensales de que no consuman carne ni pescado y se den una mano de productos de la huerta hasta que se les ponga cara de acelga. No hay que olvidar que también el pescado está en el punto de mira de estos guardianes de la salud ajena y no hay mes en que no cunda la angustia al saber que se han vendido partidas de atún contaminado por toxina botulínica, como ha ocurrido esta semana, o con colorante como sucedió hace unos meses, asunto éste en el que estuvo implicada una empresa almeriense. Con lo forofo que soy del atún encebollado al estilo gaditano, al que solo hay que añadirle una barra de pan para rebañar el plato, y ahora voy a tener que volver al bonito del norte.
Lo que sí está rematadamente mal es este funesto viento, este huracán que sopla sobre nuestro puñetero país, más o menos desde la época de Zapatero, en que no hay un día sin una prohibición nueva. El hispano, en su inmensa mayoría, está hecho de una madera inquisitorial de tronco duro y nudoso que, nada más abrir los ojos por la mañana, le lleva a pensar en la manera de joder al prójimo y casi siempre lo consigue. Están en minoría, sin embargo, los que vienen del tallo flexible de la mimbrera o el sauce, y son propensos a la tolerancia y al 'laissez faire, laissez passer'. A estos no les queda otro remedio que aguantar a diario al batallón de 'torquemadas' que salen a la calle para ver quién es el primero que se lleva el palo y tentetieso de sus putadas.
Bien es verdad que casi siempre les sale la galga mal capada. Dieron caña al tabaco que produce unos cánceres mortales al usuario y unos saneados ingresos a la Hacienda Pública y está creciendo exponencialmente el cultivo de 'maría' que es tan peligroso o más que el tabaco pero que solo produce substanciosos ingresos a cultivadores y comerciantes; en tanto que para el Estado todos son gastos en detenciones y arrestos. Pregonan hipócritamente la maldad del juego y no cesan de dar licencias a salones y casinos. Se incendian miles de hectáreas de pinares y el pirómano solo se lleva, en muchos casos, un tirón de orejas. Te multan por no respetar el límite de velocidad de 30 km/h y las bicicletas y los patinetes siguen circulando por donde les da la real gana. En fin, para qué seguir. Estábamos con los herbívoros y, de repente, estoy en la acera sorteando bicis.
Mes de la vuelta al colegio; las manchas marrones de la playa de Salobreña, portadoras del e-coli humano y fecal, seguirán apareciendo y desapareciendo a voluntad de las mareas pero con menos público; la ciudad recupera su pulso, que no el impulso, para seguir como siempre, y sigue el calor. Lo normal. Falta muy poco para que vuelvan a darnos la barrila con la comida. Creo que ahora les toca a quienes nos animan a comer orugas, saltamontes y grillos fritos... y dicen los muy jetas que es para salvar el planeta. No tenemos remedio.
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