Los seriales de la tele son un producto afín a los libros de caballerías que ridiculizó Cervantes. Llámeme estrafalario o raro, pero confieso que no sigo el culebrón de Rociíto. Tampoco soy de Netflix ni me engancho a las series. Las he sustituido por los ... partes oficiales de la pandemia que dan los telediarios; esa machacante y majadera manera de informar sobre la peste presente y las vacunas ausentes, que además de sorbernos el coco, nos ha convertido en sumisos borregos sin criterio. Un serial que deja en pañales a la mejor serie de ciencia-ficción; un jardín donde el más necio pontifica y el sabio tiene que esconder su rostro antes de que el rubor delate la vergüenza que le producen los Simones, Darias, Sánchez y asociados. Gente que no tiene empacho al proclamar que van a mezclar, cambiar o posponer vacunas, con el criterio de un zapatero remendón, como si de un 'quimicefa' se tratara. Y vaya por delante mi respeto a los zapateros. Como guinda de este estrafalario panorama, en el que a diario florecen prohibiciones sin tino y sin tasa, vemos que la ministra se aturulla con las vacunas buenas y las menos buenas, en tanto Sánchez desde la Moncloa agita y entrevera la pandemia con la campaña electoral en Madrid, convirtiéndola con sus palpables y burdas mentiras en la más casposa que se recuerda. Esto sí es culebrón y no el de la Veneno o el de la hija de la Jurado.
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Pese a intentarlo por todos medios, no consigo librarme por completo del folletín de Rociito y su ex consorte. Se cuela por doquier como la covid. Y deja en mantillas los melodramas y novelas por entregas, que entretuvieron el ocio de nuestros tatarabuelos con las recreaciones históricas, a veces delirantes, de Fernández y González, Torcuato Tárrago o Ramón Ortega y Frías. Nada que ver tampoco, por supuesto, con aquella interminable tarde gris de cuarenta años que pasaron nuestros padres leyendo a Marcial Lafuente Estefanía, Zane Grey o Corín Tellado. Y menos todavía con la mencionada secular etapa de novelas de caballerías que florecieron en Europa junto con el gótico en las catedrales y el amor cortés en castillos y palacios, donde sus dueñas bordaban atardeceres en sus bastidores, esquivando el tedio. Aquel chapapote literario, legendario y fútil, que anegaba de bazofia las mentes aburridas, encontró su punto y final con el hachazo y purga de estos libros que en su inmortal obra del Ingenioso Hidalgo dio el Príncipe de los Ingenios.
Creímos que Cervantes había rematado a Amadís de Gaula y a toda aquella patulea de Floriseles, Galaores y demás caballeros que le acompañaban en sus quiméricas luchas contra dragones, magos y endriagos para socorrer a princesas indefensas, pero han vuelto. Y con peor talante. Se han reencarnado en 'influencers', 'youtubers' y demás especímenes del cotilleo de hojalata huera, que en estos tiempos necios circulan por redes y canales de la tele con golpes bajos, amores incomprendidos, corazones enfermos y brotes de rabia o avaricia, mientras son azuzados por voceros, julandrones, badulaques, tuercebotas y babiecas. Nos sobran Sancho Panzas, cotilleos y rebuznos y nos falta un Alonso Quijano que se preste a desfacer agravios, más allá de seriales de lágrima fácil, y a enderezar entuertos en sanidad, economía y convivencia. Hay tela que cortar, pero no candidatos que den la talla.
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