La temprana lectura de 'Momentos estelares de la humanidad', de Stefan Zweig (1881-1942), con sus catorce episodios históricos decisivos, lo convirtieron en uno de mis autores de referencia, con títulos como 'Carta de una desconocida', 'Veinticuatro horas en la vida de una mujer', 'Amok' ... o 'La partida de ajedrez' (todos ellos con memorables secuelas fílmicas), y 'El mundo de ayer. Memorias de un europeo', un tremendo testimonio del derrumbe político, cultural y moral de la Europa de la primera mitad del siglo XX, que debería ser de lectura obligada para todo político en ciernes. Ahora ha caído en mis manos otro clásico suyo, 'Mendel el de los libros', que me ha devuelto a la saludable lectura de ese Zweig que nunca decepciona en sus entrañables retratos humanos de la Europa finisecular que conoció, plural y tolerante.
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Un día de 1929, tras guarecerse de la lluvia en el vienense café Gluck, el narrador va paulatinamente recordando cómo, veinte años atrás, conoció allí mismo al viejo judío ruso Jakob Mendel, huido de su país y afincado en la capital austríaca sin jamás haber tramitado un documento de identidad o de residencia. Un librero de viejo asiduo del local con mesa fija a modo de despacho, desde donde estuvo ejerciendo durante décadas su sublime oficio de bibliófilo monomaníaco. Como el narrador necesitaba una información literaria difícil de obtener, recurrió a él ya que «aquel judío de Galitzia, pequeño, comprimido, envuelto en su barba y además jorobado, era un titán de la memoria… [y] de cualquier obra que hubiera aparecido lo mismo hacía dos días que doscientos años atrás, se sabía de inmediato el lugar de publicación, el editor, el precio, nuevo o de anticuario».
Cuando estalló la Gran Guerra, las fronteras quedaron herméticamente cerradas, pese a lo cual el despistado anciano siguió enviando cartas a Francia e Inglaterra como suscriptor de catálogos librescos, acabando por ello recluido en un campo de concentración por sospechoso de connivencia con el enemigo y, una vez liberado, morir al poco tiempo en penosas condiciones físicas y mentales. Una conmovedora historia contada con la elegancia, minuciosa psicología y destreza narrativa habituales en Zweig, así como un homenaje a la universalidad del libro. Y, por supuesto, una moraleja con la que el viajero cosmopolita y tenaz militante antimilitarista volvió a retratar la aberración de toda guerra.
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