Salvador Calvo
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Salvador Calvo
Curtido en la televisión, Salvador Calvo (Madrid, 53 años) demostró con 'Adú' (2020) -obtuvo cuatro goyas, entre ellos el de mejor dirección- un pulso excelente para acercar al espectador grandes historias, donde la aventura y la emoción se dan la mano. Calvo regresa hoy a ... la gran pantalla con 'Valle de sombras', un drama sobre la culpa camuflado en una cinta de aventuras con toques de thriller, que se desarrolla en el llamado Triángulo de las Bermudas de India y que se ha rodado en la zona del Himalaya hindú. Protagonizada por Miguel Herrán y Susana Abaitua, la película sigue a Kike y Clara, una pareja, y al hijo de ella, en plena ruta por la zona. Clara acaba de atravesar una grave enfermedad y el viaje tiene un punto curativo. Sin embargo, un ataque cambiará la suerte de los tres.
-¿Cómo van esos nervios antes del estreno?
-Pues bien. A ver, la verdad es que por mucho que uno pueda pensar que va funcionar, el mercado está súper raro y no sabes tampoco muy bien qué es lo que funciona y qué es lo que no. Y no te voy a engañar, hay nervios, pero bueno el trabajo está hecho y se trata de que el espectador lo juzgue.
-¿Cómo surge esta historia? ¿Cuál fue el motor?
-Yo soy muy viajero y se nota en lo que hago. En el año 2000 tenía planeado ir a India en viaje con amigos. A mí, de siempre, me ha atraído el Tíbet, la cordillera del Himalaya, por la cantidad de leyendas y de historias que he leído toda la vida. Estuve mirando en las guías de viajes y aparecía siempre una advertencia acerca de una zona del norte de India en la que te recomendaban no viajar solo porque había habido varios casos de desapariciones de turistas en extrañas circunstancias. No se sabía muy bien qué es lo que había ocurrido, si eran bandidos que los habían atacado o si eran los propios lugareños que a lo mejor estaban incómodos con ese tipo de turismo y ya me picó la curiosidad, aunque entonces no tenía intención de escribir sobre ello.
-Imagino que eso le estimuló a buscar mas cosas.
-Sí, descubrí que en periódicos y demás se hablaba de que existía como una especie de triángulo de las Bermudas de desaparición de gente en el norte de India. Todo esto sucedía en el Valle de Kul, un valle irrigado por aguas termales que hacía que el ecosistema fuera más tropical que el de la cordillera y que esto había provocado que creciera de manera natural y espontánea la marihuana y que todo ello había hecho que chavales de entre 18 y 35 años fueran allí a encontrar su Shangri-La, su paraíso terrenal. Así, un pueblecito llamado Casol, tiene ahora un montón de albergues juveniles y hoteles baratos donde los chavales se pegan fiestones, hacen raves en el bosque y la zona se ha llenado de coffee shops y todo eso contrasta con que a medio kilómetro está Manicarán, que es un lugar sagrado para los Sikhs, y es un centro de peregrinación religioso. Además todo el valle, que está muy pegado a lo que es la frontera con Tíbet, ha sido el lugar para acoger a un montón de refugiados tibetanos. Así que ha habido conflictos entre la población local y estos turistas un tanto especiales. Ya cuando descubrí todo esto, hablé con Alejandro Hernández, con mi guionista con el que suelo trabajar, y ya empezamos a parir la idea de una historia en ese enclave. Es verdad que luego la historia deriva hacia otro lado y, de alguna manera, lo que contamos es más bien un drama personal, el drama personal de Kike, una persona que sufre un ataque, y que su forma de reaccionar le genera una gran culpa y tiene que iniciar un proceso sanador de perdonarse a sí mismo.
-Es un drama, camuflado en una cinta de aventuras, pero que también tiene toques de thriller, suspense e, incluso, terror.
-Es que a mí me gusta la mezcla de géneros. O sea si ves 'Los últimos de Filipinas' podría decirse que es bélica, pero en el fondo es un drama y tiene también una parte de aventura. A mí me parece que conviven y lo hacen también en esta historia. Desde el principio de la película, nosotros con muchísima intención, pusimos la advertencia que aparecía en la guía Lonely Planet y eso te coloca en un punto, aunque estés viendo situaciones de una familia feliz, de thriller, de tensión, porque estás esperando que algo ocurra.
-El mazazo, además, llega cuando parece que Clara y Kike están reconectando...
-Es que los que contamos historias somos unos cabrones (ríe). A mí me gusta también que el punto de vista cambia porque desde el principio de la historia vas con Clara, ya que él actúa de una manera más egoísta, más inmadura, pero llega un momento en que el espectador se queda huérfano y ahora tiene que ir con una persona que no le caía del todo bien y tiene que aprender a perdonarle al mismo tiempo que él se tiene que perdonar a sí mismo.
-El rodaje ha tenido que ser un quebradero de cabeza importante. ¿Cuántos días de rodaje fueron y con qué presupuesto contaban?
-Aunque es una peli ambiciosa y tiene un aspecto de superproducción, es está hecha con cinco millones y rodada en siete semanas. O sea es la más ambiciosa de todas las que he hecho, a nivel técnico y de infraestructura, pero es la que he hecho en menos tiempo porque no teníamos presupuesto y eso ha requerido hacer un esfuerzo de prepararlo todo exhaustivamente para poder rodarla y que saliera todo bien. Al final, cuanto más lo lleves preparado, mejor, así que tenía un 'storyboard' de absolutamente todas las secuencias y de todo lo que necesitábamos bastante milimetrado.
-Las localizaciones son espectaculares. ¿Cuánto tiempo estuvieron trabajando en ellas?
-Fuimos dos veces y cada una estuvimos un mes. Era muy complejo porque, por ejemplo, el valle de Spiti, donde se ve el monasterio y ese pueblecito a las faldas, está del 15 de septiembre al 15 de mayo cerrado y no se puede acceder porque las pistas de tierra quedan sepultadas por la nieve que sube incluso a los 5.200 o 5.300 metros de altitud. Nosotros necesitábamos ese valle nevado y sin nevar.
-Los paisajes son todo un espectáculo. Es una película para disfrutarla en el cine, ¿verdad?
-Totalmente. Cuando me preguntan cómo conseguí convencer a una distribuidora como Disney, que coge solo dos proyectos españoles al año, pues fue en parte por eso. O sea, uno de los elementos de venta era evidentemente que iba a ser una historia muy potente y tal, pero que era una historia además para verla en salas de cine. Muchas veces nos olvidamos de que hay que dar al espectador un motivo por el que vaya a una sala de cine. Así que ahí está esa banda sonora, esos paisajes, ese viaje tanto por dentro como por fuera... Nos parecía que, efectivamente, era un reclamo para recuperar al público adulto, para el que cada vez hay menos películas en las salas. El cine familiar sigue funcionando de maravilla, y el juvenil, tipo Marvel, pero para público adulto las películas escasean y hay que esperar a las de los Oscar o a algunas de cine español. Antes había un montón de estas películas, pero ahora casi todas están en las plataformas y el consumo se hace en casa.
-¿Teme que desaparezcan las salas?
-No. Creo que ese momento de comunión va a seguir existiendo, en parte por ese cine familiar. Ese plan del sábado o domingo por la tarde con los niños sigue funcionando igual de bien que cuando éramos pequeños, pero el cine adulto sí que está en peligro porque escasea cada vez más o está relegado a salas muy pequeñitas o diminutas.
-Sus películas siempre se adentran en otras culturas. ¿Ver cine es una forma de viajar?
-A mí me gusta el cine como arma transformadora. Suena muy tal, pero es verdad que el cine te cambia, te permite asomarte a una ventana, ver al otro, entenderle y quitarte algo egocentrismo. Te da otros puntos de vista y eso me ha fascinado siempre. Pero sí que es verdad que de pequeño siempre me gustó la literatura de viaje. Leía a Julio Verne, Joseph Conrad, Mark Twain... Y luego ya fui creciendo y conociendo otros autores y he crecido con esa sensación de encuentro con el otro y con que no hay solo una mirada en el mundo, sino que hay muchas.
-¿Cómo afrontó el paisanaje la irrupción de sus cámaras y del equipo?
-¿Sabes qué pasa? Que tampoco hemos sido un equipo muy grande. Si queríamos estar más cerca de la verdad, teníamos que tener menos medios. Yo prácticamente no tenía ni grúas, ni cabeza caliente, ni travelling... Pero a cambio, ponía la cámara en cualquier sitio y era impresionante y a los actores también les ayudaba.
-Después de meterse en estos embolados, ¿no tiene ganas de hacer una historia más pequeña?
-(Ríe) Tengo un proyecto que va a ser prácticamente como si fuera un decorado y personajes y poco más. Pero sí que me apetece hacer una historia, y a mí que me gusta mucho trabajar con los actores, y olvidarme del espacio, que no sea un personaje más. De hecho, en mi equipo siempre hemos hecho la coña de «¿para cuándo haré un 'Martin Hache'?» porque era una película con cuatro actores, en una chalet con una piscina, y era un películón.
-Comenzó su carrera en la televisión. ¿Qué diría que le ha aportado a su forma de hacer cine?
-Mira, yo de la televisión he aprendido muchísimo, sobre todo, que el tiempo es oro. Yo siempre tenía la ambición de hacer las cosas más cinematográficas, que tuvieran más verdad, y siempre me daba cuenta de que para eso se necesitaba más tiempo, un tiempo que el cine sí tiene, y más medios. Como sabía que en la tele no iba a tener más medios, lo único que podía hacer era trabajar más los preparativos y eso es una enseñanza que me sirve para hacer cine, sobre todo ahora que tiene menos medios que la televisión (ríe). Llevarlo todo muy preparado, estando abierto a la improvisación, a lo que se siente en el set o a lo que te dan los actores, es importantísimo. Se trata de haber ensayado antes, haber localizado exhaustivamente, hacer lecturas de guion técnicas con tu equipo exhaustivas, las mías duran dos o tres días, para que el tiempo de rodaje sea un tiempo neto de sacar material.
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