Ramón L. Pérez

Miércoles Santo

Los gitanos reinan

El Cristo de los Gitanos en el Sacromonte es una experiencia que todo el mundo debería disfrutar al menos una vez en la vida

Jueves, 6 de abril 2023, 09:30

Una vez en la vida hay que ver torear a José Tomás, un concierto de los Rolling Stones y al Cristo de los Gitanos en ... esa barriga mítica formada por las curvas del Camino del Sacromonte y la Verea de Enmedio. Y punto. Nada puede compararse al toreo magistral del de Galapagar, a las canciones de los abuelos del Rock & Roll y al espectáculo de fervor que se registra en la noche de cada Miércoles Santo en Granada.

Publicidad

¿Cómo explicar lo que hay que sentir? Lo primero será el esfuerzo. Si quieres ver al Cristo de los Gitanos y a la Virgen del Sacromonte en esa plazoleta donde anidan la cueva de Curro Albayzín, la zambra de María La Canastera y la Venta del Gallo hay que llegar sobre las ocho de la tarde y esperar al menos cuatro horas y media hasta ver aparecer por la curva de la Venta Juanillo los capirotes que acompañan a la Cruz de Guía.

Hasta que llega ese momento único en el mundo, la gente va subiendo de Granada por el Albaicín al Sacromonte por el propio camino o por la Verea de Enmedio. Hay colas y más colas. Mientras la gente se va ubicando, la estampa es la de un descanso cualquiera de un partido de fútbol. Todo el mundo se empuja un bocata de dimensiones considerables y trasiega cerveza.

Puede que abril sea el mes más cruel, el que hace brotar lilas en tierra muerta, mezcla memoria y deseo, y remueve lentas raíces con lluvia primaveral. Pero es también este 2023 el mes del Cristo de los Gitanos y de la Virgen del Sacromonte en el que la Luna llena sale a recibirlos como este Miércoles Santo, permitiendo que la Alhambra iluminada se recorte entre los destellos lunares. El resultado es un paisaje de ensueño que suma lo más preciado de Granada con sus gentes.

Publicidad

«Ahí llega el Cristo»

Ha caído ya la tarde, se han engullido los bocatas y trasegado mil cervezas. Se oye, a lo lejos, sones de tambores. «Si oír se oyen, sí -ríe Mikel, un joven músico de Nigüelas que se las sabe todas y que es hermano de los Gitanos-, pero que tardan una hora y media más en llegar, también». Risas de todos los que le escuchan y desesperación en una familia gringa que hablan español estilo tex mex.

Ya falta menos. Es noche cerrada y el reloj apunta las 12.31h. «Un sinuoso ¡shhhhhhhhhhhh! Se eleva sobre la multitud que ya sí, colapsa el Camino del Sacromonte y la Verea de Enmedio. «Ahí llega el Cristo», se oye decir y todo el mundo como que se queda quieto. Parado. Silencioso.

Publicidad

La sensación de estar contemplando algo único en el mundo se hace completa realidad. El Cristo de los Gitanos aparece de la curva cerrada de la Venta Juanillo y reina sobre todos y cada una de las personas que lo están mirando. La talla es de una calidad superlativa, obra del escultor José Risueño, datada en 1695.

«Viva el Cristo de los Gitanos», grita una voz quebrada, recia, guardada todo un año para la ocasión. «Viva», responde todo el mundo. «Gitano, Guapooooooooo». «Gitano, Guapooooooooo». «Gitano, Guapo, Guapo y Guapo», se eleva otra voz sobre el Sacromonte que es coreada igualmente. El capataz manda parar. El paso se detiene y descansa sobre el Camino del Sacromonte envuelto en otra salva de ovaciones respetuosas.

Publicidad

¡Madre mía! Se encienden hogueras en este momento que dan luz, temperatura y color a esta escena sinigual. Una sobre el techo de la cueva de Curro Albayzín, otra sobre la Verea de Enmedio. Hay decenas de bengalas que chisporrotean pedacitos de estrellas y en el balcón de la Venta del Gallo suenan las palmas y las mujeres comienzan a cantar: «Gitanito soy, Gitanito soy».

Ni la Ópera de Viena ni la Escala de Milán. El Sacromonte se los merienda a todos con su arte, su recogimiento y su compás. Los vivas al Cristo de los Gitanos se suceden más de diez veces seguidas de otros cuantos «Gitano Guapo». Suenan los redobles y la banda de música se hace escuchar. Todo el mundo se emociona. Las lágrimas que recorren el rostro de Gloria -venida de Campotéjar con sus amigas, Soraya y Cristina, esta última de Pulianas-, encierran siglos de tradición de lo mejor que tiene Granada.

Publicidad

Ya están todos los elementos. Una Luna llena, la Alhambra iluminada al fondo, el Sacromonte y sus casas cueva blanqueadas, las hogueras y bengalas, los tangos y las lágrimas. Solo faltan las saetas. Y llegan para rasgar la noche de los corazones y el alma. Se rompe la noche y las manos de los presentes en aplausos.

Redobles de tambores

El Cristo de los Gitanos sube hacia la Abadía y desaparece ya hasta el año que viene, aunque puede contemplarse en la Colegiata de la Abadía del Sacromonte. El Cristo comparte esta capilla con su Madre, en la imagen de María Santísima del Sacromonte, una talla del siglo XVIII. Es Ella quien ahora que es ya la una de la madrugada, aparece acompañada de un cortejo de mujeres con cirios y sus mantillas negras.

Noticia Patrocinada

Suenan redobles de tambores y se vuelven a escuchar las frases por todos esperadas: «Viva la Virgen de los Gitanos». «Gitana Guapa», innumerables veces. Se repite la secuencia anterior. Hay hogueras, bengalas, tangos y lágrimas. También hay aplausos y vuelven a escucharse las saetas.

Es ya la una y diecinueve minutos. La Virgen sigue al Cristo de los Gitanos camino de la Abadía. Apenas han pasado cincuenta minutos tras horas de espera. Pero saben a gloria. La gente se divide entre la que baja hacia Granada y la que sube hacia la Abadía. Todavía queda procesión y noche en el Sacromonte. En las zambras y las cuevas sube ya la temperatura. Se bebe, se come, se brinda, se baila y se vive. Los gitanos reinan.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad