David, con gorra y pantalones cortos, espera pacientemente en la entrada del templo. Es Martes Santo y en Granada no hace ni frío ni calor. David no tiene prisa. Lo que tiene es hambre:
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-¿Usted también viene a pedir un bocadillo? -pregunta, educadamente.
-No, ¿por qué?
-Porque hoy dan cosas, ya verá.
La puerta de la furgoneta se abre a las diez y media de la mañana. Cuando saca el pie del vehículo, la túnica negra azabache se le levanta levemente, a la altura del tobillo, asomando un pantalón chino verde y un zapato elegante. De un golpe rápido, se sacude la tela para colocarla en su sitio y camina con pasos cortos hacia el imponente Monasterio de San Jerónimo. Lleva la mano al cuello, sujetando la capucha de verdugo amarilla que le cubre por completo la cara, para ver mejor. «Solideo Honoret Gloria», se lee en la piedra de entrada. Al llegar a la iglesia, empuja la puerta con los dedos bien abiertos y camina por el pasillo central, iluminado únicamente por los reflejos del altar. Sentado en la primera fila, en silencio, agacha la mirada y ora en soledad lo que oran los presos que van a ser indultados: «Gracias». Luego vuelve sobre sus pasos, busca una esquina tranquila y espera pacientemente a que den las once de la mañana.
-¿Cómo te sientes?
-Agradecido, la verdad. Y bastante nervioso -ríe.
No quiere decir su nombre y se disculpa. Le gustaría guardar su intimidad lo máximo posible y pide comprensión. Está en un banco de madera, con las manos entrelazadas sobre las rodillas y los pies clavados al suelo. Alguien pasa cerca y pregunta a qué hora es la ceremonia y él, al que llamaremos Marcos, se lleva instintivamente la muñeca a la cara para comprobar que todavía faltan veinte minutos. En el gesto, deja ver una colorida camisa a cuadros y un reloj digital. Al momento recupera la postura de piedra, respira sereno y habla flojito, como si estuviera en un confesionario.
-¿Cómo te enteraste del indulto?
-Fue una sorpresa, me lo dijeron hace dos días. La solicitud se hizo hace dos años, pero como empezó la pandemia no se pudo hacer antes. Y este año pues sí, me lo han dado.
-¿Y sales de vuelta al mundo?
-No, yo estaba fuera, en tercer grado, con un pulsera. Así que he pasado la pandemia como todo el mundo, en casa.
A través de los agujeros para los ojos se intuye una mascarilla negra, bajo la capucha amarilla. La hermandad de la Soledad de San Jerónimo recupera este año la tradición de conceder el indulto a un condenado por la Audiencia Provincial de Granada. Según el BOE, Marcos fue condenado como autor de un delito contra la salud pública a tres años y dos meses de prisión.
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-¿Fue por drogas?
-Sí, drogas.
-¿Te apetece hablar de tu historia?
-No, la verdad es que no. Lo de la cárcel fue hace 15 años, aquello acabó hace mucho tiempo. Estaba libre de todo, pero salió otra cosa entre medias y eso es lo que pasó.
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-¿Crees en Dios?
-Sí. Yo creo en Dios todo el año, no es más especial hoy.
-Un poco especial sí es, ¿no?
-A ver, sí, es diferente. Pero mi fe es igual que todos los días.
-¿Cómo lo vas a celebrar?
-Cogeré a mi hijo y tomaremos unas tapas en una terraza. Tampoco hay mucho más que hacer, ¿no? -ríe, sincero.
-¿Por quién es tu oración?
-Mi oración es de agradecimiento. Gracias a Matilde Campos, del Centro de Inserción Social, y a la Hermandad de la Soledad.
A las 10.50 horas, una turba de periodistas entran por el pasillo y, por turnos, le hacen fotografías muy de cerca, intentando verle los ojos entre tanto amarillo. Marcos se mantiene quieto, aguantando disparo tras disparo, por la libertad. A las once en punto se abren las puertas de la iglesia y comienza el acto, con pocos asistentes, claro, por el protocolo de seguridad. Mientras las autoridades toman asiento y saludan a Marcos y a los miembros de la hermandad, Lourdes -nombre ficticio- observa con asombro el revuelo. Ella es familiar de Marcos y dice que es «un orgullo y una alegría», que sabe que ha habido «solo nueve casos en España», pero que esto también es «difícil de llevar».
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-¿Por qué?
-Porque esto fue hace tanto tiempo, lo teníamos tan olvidado, que remueve el pasado. Piensa que esto solo lo sabe su familia más cercana. Nadie más. Por eso guarda tanto secretismo. Esto es casi de otra vida.
Enrique Crespo, Hermano Mayor de la cofradía, toma la palabra y se alegra de poder celebrar el acto. «Para que luego digan que no hay Semana Santa», apunta. «Esto -sigue- es una labor de misericordia para que una persona se reinserte en la sociedad, porque todos tenemos derecho a una segunda oportunidad. Además -termina, mirando con sonrisa cómplice al indultado-, eres la única persona que va a poder vestirse de cortejo procesional este año». A continuación, señala un pergamino atado con un lazo negro, sobre el altar. «Cuando firmemos el indulto, le pondremos un lazo blanco, para simbolizar la libertad», explica.
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Crespo despliega el pergamino e indica a las autoridades dónde está el bolígrafo y el gel hidroalcohólico. Entre otros, firman el alcalde de Granada, Luis Salvador, y el presidente de la Audiencia Provincial, José Luis López Fuentes. Cuando el pergamino está completo, hay tantas cámaras delante de Marcos, sentado en la tercera fila, que no puede ver el momento en que el pergamino se ha vuelto blanco. «Es uno de los momentos más bonitos de nuestra Semana Santa», se congratula Salvador. «Muy orgulloso de los magistrados por conseguir otro indulto un año más. Le deseo felicidad, que el futuro le sea distinto al pasado que una vez fue», pronuncia, esperanzado, López Fuentes.
Acompañado por varios hermanos de la Soledad, Marcos abandona la iglesia y camina lentamente hacia el patio. Por fin, entra en la casa de la hermandad como el que se mete en la cabina de teléfonos para salir con otra ropa, con otro aire, para volar. David, fuera, se come un bocadillo.
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