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Semana Santa de Granada
La liturgia de la mantilla en GranadaEra un 24 de marzo de 1997. Pasaban las doce de la noche. Después de seis horas de estación de penitencia, el paso de la Virgen de los Dolores ganaba poco a poco la Carrera del Darro. El silencio era total. Tan solo se escuchaba el arrastre de los pies de los sufridos costaleros y las órdenes del capataz. «¡Vamos mis valientes!». Cientos de devotos aguardaban la llegada de Nuestra Señora dentro y fuera de la iglesia de San Pedro, a los pies de la Alhambra. Entre las personas que esperaban en el atrio, una muchacha morena que se llamaba Patricia Piñar. «Me quedé tan impresionada que decidí volver al año siguiente y al siguiente», recuerda. «Y al tercero me pregunté ¿por qué no me hago hermana?».
Son las dos y media de la tarde del 25 de marzo de 2024 en una pequeña vivienda de la Gran Vía. Encima de la mesa del saloncito, iluminado por una ventana que da a la calle Abenamar, están perfectamente ordenados todos los 'arreos' que se pondrán Patricia, su mamá Virginia y su sobrina Irene. Las tres camareras de la Real Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores. «Nos arreglamos aquí porque esta es la casa de mi madre y porque esta es la costumbre», explica Patricia, que porta una bandeja con torrijas roscos y pestiños.
Momento en el que suena el timbre. Es Juan Puerta, uno de los mayores expertos de Granada en el noble arte de 'colocar la mantilla'. El bueno de Juan 'desenfunda' sus alfileres y en menos de diez minutos, haciendo gala de una enorme destreza, deja la peineta perfectamente asida sobre el cabello de Patricia. Una liturgia que se repite todos los Lunes Santos. El día que la Virgen de los Dolores, obra del artista Aurelio López Azaustre, procesiona por las calles de Granada.
Patricia es una de las doscientas mujeres que conforman el cuerpo de camareras de la Virgen de los Dolores. También es miembro de la junta de gobierno, donde ostenta la vocalía de Caridad desde hace seis años. «Cada vez somos más», asegura con orgullo. Tanto es así que ayer mismo debutó Lucía, una amiga de Irene. «Desfilar junto a la Virgen de los Dolores significa dos cosas muy importantes para mí; en primer lugar devoción y respeto hacia la Madre, y segundo tradición». «Yo –agrega– soy una firme defensora de la tradición, pienso que tenemos el deber de cumplirlas para que no se pierdan de generación en generación».
Una tradición que pasa por la absoluta corrección en el vestir de estas 'sirvientas' de la Virgen. «La belleza no está reñida con el recogimiento; no sé por qué siempre se ha asociado todo lo relacionado con la Iglesia con tener un aspecto monjil», lamenta. «Las normas están ahí y hay que cumplirlas, hemos de ir de negro, sin escotes, recatadas, con falda por debajo de las rodillas y con vestidos sin transparencias y con telas que no se peguen al cuerpo». Más allá de esa imagen exterior, lo realmente importante es la actitud, la introspección, el recogimiento. «Eso lo tenemos todas muy claro», resume.
Patricia guarda su mantilla en un baulito que abre un par de veces al año para cambiarla de posición. «Si la tenemos siempre igual, se le queda la señal de estar doblada». Una prenda confeccionada en tul de seda a medida por la granadina Fina Berrio, considerada una de las mejores bordadoras de España –entre sus clientas se hallan la Duquesa de Alba y doña Sofía, la reina emérita–. También lleva bastantes años con la misma peineta. «Tengo una de carey, que ya no se venden, pero uso una de plástico que es menos pesada y que se acomoda perfectamente a mi cabeza», aclara. «Es tan ligera que tengo la sensación de no llevar nada».
Otro de los enseres indispensables es el rosario. «El mío lo heredé de mi abuela Dolores, que era muy devota del Sagrado Corazón; las cuentas son de azabache negro y la cruz de plata». Al tratarse del Lunes Santo, cuando aún no se ha producido la muerte del Señor, los guantes son blancos y las medias claras –de color carne–. Tampoco puede faltar la medalla de la hermandad, los pendientes de plata oscurecida y el alfiler con el escudo de Nuestra Señora de los Dolores, que es el mismo para todas. El traje, sencillo y los zapatos, siempre cerrados –no se permite calzado descubierto–.
«El desfile procesional es muy importante, pero también lo es toda la preparación durante la cuaresma y toda la actividad que se desarrolla a lo largo del año», comenta Patricia. Su labor está centrada en ayudar a los más necesitados a través de tres vías. A través de Cáritas de San Pedro y San Pablo, auxiliando a veinte familias al mes facilitándoles comida o abonándoles algún recibo. La segunda, mediante la financiación del economato que mantienen las treinta y tres hermandades de Granada en el Zaidín. «Nosotros sufragamos el setenta y cinco por ciento del coste de cada producto y los usuarios el veinticinco». Y la tercera implicándose en casos muy concretos. Este año están volcados con Santiago, un niño de Granada que sufre una enfermedad rara.
La historia del Lunes Santo es también la historia de cientos de granadinos, como Patricia. Granadinos para los que la devoción es, también, implicación.
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