Ni mantillas ni cera, pero mucho corazón
Jueves Santo ·
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Jueves Santo ·
El Albaicín casi vacío de devociones, la calle llena de gente, y el hombre de los globos buscando niños en un caluroso Jueves SantoHay hasta cuatro versiones distintas de la película 'Sangre y arena', basadas en el relato de Vicente Blasco Ibáñez. Una muda rodada en Granada por el propio autor valenciano; la de Rodolfo Valentino; una conRita Hayworth y Tyrone Power –mi madre le llamaba Tiróne Póver, en la mejor tradición de su época– y una muy mala con Sharon Stone, rebautizada 'Charito Piedra' por su director Javier Elorrieta. Aún hay dos más, estas cómicas: 'Barro y arena', con Laurel y Hardy, y 'Ni sangre, ni arena', con 'Cantinflas'. Parafraseando esta última, la tarde del Jueves Santo no tuvo 'Ni mantillas, ni cera', aunque sí de todo lo demás.
Y todo lo demás son el resto de aditamentos que de forma aluvional se han ido depositando en el río de la tradición. ¿A quién le importa la Semana Santa? Queremos decir: ¿qué queda realmente de la esencia religiosa que en el pasado marcaba estos días? Granada ofrecía en la tarde de este jueves la estampa de un sábado de primavera, aunque por la mañana, la Misa Crismal celebrada en la catedral con presencia del nuncio, Monseñor Cleopas Auza, certificara que estábamos en Jueves Santo. Las terrazas a tope, con desigual cumplimiento de las normas de distancia, mascarillas –que son optativas, como el límite de velocidad en Italia–, higiene, y demás zarandajas con las que no les aburriremos, pero que son las responsables de nuestras cifras de contagios y muertes.
El hombre de los globos andaba buscando niños con padres mínimamente pudientes que le compraran la mercancía. En el panorama que había ayer en el centro, lo suyo sí que era fe. Tras un año en blanco, busca agarrarse a un globo ardiendo para subsistir. El subsahariano que vende gafas tan auténticas como algunas fes hizo ademán de quitar el tenderete en la calle Reyes Católicos al ver aproximarse a un coche de la Policía Local. Solo ademán, porque enseguida se dio cuenta de que ayer no estaban por la labor de bajarse del coche.
Más arriba, en plaza Nueva, se observan varios fenómenos curiosos: se ve a grupos de granadinos con unas guías Lonely Planet buscando dónde está la plaza Bib Rambla, ¡como si no lo supieran! El acento granadino era raro; parecían de Madrid o de más arriba. Pero eso es imposible, claro. Sí es lógico que haya cuatro jóvenes de Amiens comiendo ensalada en una terraza, porque los extranjeros entran en avión. Tampoco es extraño que cuatro amigos granadinos de pura cepa compartan un filetón en la terraza de más arriba, cuando antes, en mi casa, como en muchas otras, se guardaba Vigilia también el Jueves Santo. Mi madre hacía espárragos en salsa de almendra con almejas.
Pasó un coche con la música –reguetón, ese castigo sonoro– a toda pastilla, cuando en mi casa no se ponía ni la radio cuando llegaba el Jueves Santo, y hasta que el Señor resucitaba, la única música que sonaba era la que tocaba la banda. Por cierto, música sí que hubo, en San Miguel Bajo, con la banda titular de la cofradía de la Aurora, quien ofreció un pequeño concierto en el interior de la iglesia. Imposible evitar las aglomeraciones en la plaza, hasta que llegó un coche de la Policía Nacional y empezó a poner orden en una cola que se derramó por la calle San José hasta casi la confluencia con Oidores. Quien se bajó del coche fue Juan, agente que hasta hace dos años formaba parte del cortejo de la Aurora representando al cuerpo, muy vinculado con la Cofradía. «Es muy complicado mantener el orden, porque mucha gente quiere ver a la Virgen. Es una situación rara; pienso en que a esta hora estaría poniéndome el uniforme de gala, pero ahora toca esto. Es una pena, porque hay mucha gente que viene aquí con verdadera fe, además de los turistas y los curiosos». Luego sí parece que hay a quien le importa la Semana Santa.
En el exterior del templo, Ignacio García, director musical de la Banda de la Aurora, tiene tiempo para recordar a algunos de sus compañeros por qué están allí: «Solo hemos podido tocar dos veces este año, el otro día en La Lanzada, y hoy. Hemos tenido apenas una semana de ensayos, entre los locales y la calle. Estamos aquí porque somos más que un grupo de amigos que se reúnen para desfilar en una estación de penitencia. Estamos aquí porque vivimos todo el año pensando en la Aurora». Luego sí que parece que hay a quien le importa la Semana Santa.
De bajada, San José, donde se encuentra el Cristo de la Misericordia, el del Silencio. Y claro, silencio alrededor, porque la puerta está cerrada. Más abajo, en la placeta de la Concepción, el Monasterio y la Virgen homónimos. La puerta también cerrada, pero junto a ella está la familia Jiménez Guerrero y Díaz, tres generaciones encabezadas por María del Pilar. Cinco de riguroso negro ellas y de negro y azul ellos, y además, el marido de María del Pilar, José Antonio, elegante pero no uniformado. «No hay palabras que describan esto. Son ya dos años sin salir», comenta Pilar. «Pero estar aquí ya es importante. Tenemos mucho que agradecer; estamos vivos». Con ella están su hermana, Estefanía; el marido de esta, Manuel, que además es costalero, como Nacho, el hijo de Pilar, y la hija de Manuel y Estefania, Ruth, la más joven. «Esto no es un día, ni dos. Ni siquiera una semana. Es todo el año», asegura Manuel. «Si no vives como crees, todo esto no tiene sentido alguno», tercia Nacho. Volvemos la vista hacia José Antonio, el marido de Pilar, buscando su opinión. «Yo soy agnóstico, pero ella lleva 34 años siendo camarera de la Virgen. Salió incluso embarazada de los niños», dice. «Yo la quiero, e iré con ella donde sea preciso». Quizá eso sea la Semana Santa.
Por cierto, sí que hubo cera y flores. Incluso flores de cera, que Alba Fernández, de la Cofradía, vendía a la puerta de la Aurora, procedentes de la candela de la última salida de la Virgen, el 7 de septiembre de 2019.
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