Semana Santa en Granada
Media vida al mando de las Chías de San JerónimoSemana Santa en Granada
Media vida al mando de las Chías de San JerónimoEl silencio de Granada se quiebra al paso de las Chías. Cada Viernes Santo la solemnidad de las estaciones de penitencia de la capital queda interrumpida por momentos ante el griterío de los más pequeños. La hermandad de la Soledad y el Descendimiento sale a ... la calle junto con las figuras más peculiares de la Semana Santa granadina. Aquellas que llaman la atención de los fieles por su extravagante vestimenta y sus toques de tambor y fanfarria. Anuncian la llegada del paso de misterio mientras obedecen las órdenes de los granadinos. Una costumbre que sobrevive al paso del tiempo gracias a la labor de Miguel.
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Más de media vida lleva Miguel Leyva a cargo de las Chías. Tiene 74 años y acumula más de 40 en la Soledad, lo que lo convierte en uno de los más experimentados de la hermandad. Entró gracias a sus lazos familiares. Algunas de sus sobrinas y algunos de sus hijos formaban parte de la cofradía, lo que le llevó a unirse a San Jerónimo y a impregnarse de la pasión cofrade. Ha desempeñado diversas funciones. Desde hermano 'raso' hasta capataz del paso del Cristo, cargo que ocupa desde hace una década, pero no acaban aquí sus tareas. El veterano custodia las Chías bajo llave hasta la procesión.
«Iban surgiendo necesidades en la hermandad que había que resolver. Al ponerme al frente del paso de misterio, también me tenía que ocupar de encontrar a las personas que encarnaran a las Chías durante la estación de penitencia. Desconocía su existencia hasta que entré en la Soledad. Poco a poco fui aprendiendo su historia, sus presuntos orígenes ligados a la Santa Inquisición y me fascinó. Ahora se ha convertido en mi vida», explica el propio Miguel a IDEAL. A finales de febrero, se encuentra en la sede de la hermandad poniendo a punto la canasta, la pluma y demás partes del traje de la chía. El tiempo apremia.
«No es solamente lavar, planchar y poner a punto los ropajes, sino también encontrar a alguien que se los ponga. No es tan sencillo, puesto que deben tener nociones musicales. Sobre todo aquellos que tendrán que tocar la fanfarria. Suelo buscar músicos entre las bandas. Al final salen», ríe. Junto al Descendimiento del Señor procesionan cuatro chías: la roja, la morada, la blanca y la negra. Dos anticipan el paso a toque de fanfarria. Las otras lo escoltan a golpe de tambor. Una misión que encandila a los cofrades más jóvenes.
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La chía toca en mitad del cortejo por petición de los niños. Así lo marca la tradición para disfrute, y a veces pesar, de la hermandad. «Somos una cofradía seria. Nos gusta realizar la estación de penitencia en silencio para respetar la fe de todo el mundo. Cuando se forma tanto jaleo con las chías no nos sentimos bien. No son solo los niños, sino también los padres los que montan el alboroto. Un año nos planteamos eliminar las fanfarrias como solución, pero no salió adelante. Las Chías son nuestra idiosincrasia», relata.
Miguel custodia bajo llave las indumentarias. Algunas túnicas datan de hace un siglo. Las colas, canastas, correas o plumas completan el uniforme a falta de hallar a la propia chía. El vestidor busca a la persona con la talla idónea para colocarse el traje. Se realizan ajustes para que quede en su justa medida de cara a la procesión del Viernes Santo. El momento de la verdad donde los nervios se tornan en alegría. «Nos pasa a todos los cofrades. Llega el día, miramos al cielo y si no llueve, respiramos. Trabajamos durante todo el año para poder salir. Cuando estamos en la calle, ya solo queda disfrutar», cuenta.
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Su fervor vence a su edad avanzada. También a sus problemas de salud. Desde hace algún tiempo Miguel lleva integrado un marcapasos que no le impide recorrer las calles junto al resto de hermanos. Dirige los pasos de la cuadrilla de costaleros que porta al Descendimiento del Señor por toda Granada. «Me ayuda mi hijo José Javier, que es el contraguía. Mientras que Dios me dé fuerzas, aquí seguiré. Cuando llegamos a la Plaza de las Pasiegas y el bullicio da lugar al silencio para recibir a las imágenes, me emociono. Las Chías son lo más grande que tengo», concluye. Chía, ¡toca!
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