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Eran las once de la mañana y los tambores ya empezaban a sonar. El barrio granadino del Realejo volvía este año a sumirse en la Semana Santa. Pero aún no había llegado siquiera el Domingo de Ramos. Los estudiantes del colegio Nuestra Señora de las Mercedes, conocido como el colegio de las Mercedarias, fueron ayer los encargados de adelantar la semana de pasión en Granada con su particular procesión infantil.
«Estaban atacados esta noche. No se podían dormir y todo el rato se levantaban preguntando la hora o hablando de lo que harían durante la procesión». Oliver e Ismael apenas pudieron pegar ojo la noche anterior a la esperada cita. Como testigo de sus nervios tenían a Cendy, su madre, que ayer estaba en primera fila para ver desfilar a sus pequeños por las calles del Realejo.
Eran las 11 de la mañana y no cabía un alma frente a la puerta lateral de la escuela, donde se congregaban cientos de familiares esperando ansiosos e ilusionados a que se abriesen las puertas y saliesen los más pequeños. «Los padres somos los primeros que estamos nerviosos por verlos, porque sabemos lo importante que es esto para ellos», explicó otra madre. En esta procesión que este año ha cumplido su quinto aniversario participaron 500 niños de distintos cursos.
Cada uno tenía ayer su propio papel, y todos se lo tomaron con la misma seriedad. Como si de profesionales se tratase, uno a uno, bajaron las escaleras que separan el centro escolar y la vía pública despertando con cada aparición los comentarios, los aplausos y las risas de los centenares de familiares que realizaban su propia procesión junto a sus pequeños para disfrutar de este esperado momento.
No faltó ninguna figura: policías locales que apenas llegaban al metro de altura, niñas de Infantil vestidas con mantilla, costaleros de todas las edades ataviados con todo lo necesario para levantar el paso. Y un sinfín de figuras que consiguieron trasmitir a los allí congregados ilusión y ternura. «Parece una procesión de verdad», decía uno de los espectadores. Este año, la procesión contaba con un paso nuevo, por lo que los costaleros tenían que pasear por las calles del Realejo a la Virgen de la Merced y al Cristo, todo ello acompañado por dos agrupaciones musicales. Cuando la procesión ya empezaba a discurrir por las calles aledañas al colegio, todo el entorno se sumió en el más absoluto silencio de forma repentina. El encargado de romperlo fue el capataz de uno de los pasos, que con todo el torrente de voz que su pequeño cuerpo de estudiante de Primaria le posibilitaba dar, animó a sus costaleros a seguir la marcha. «¡Es que están para comérselos!», decía una turista que pasaba por allí. Porque muchos de estos visitantes que eligen Granada como destino disfrutaron ayer estupefactos esta escena adelantada de la semana santa y protagonizada por unos penitentes también prematuros.
«Con esta procesión lo que buscamos es potenciar la cultura, los valores religiosos y las tradiciones. Además, pensábamos que en un barrio como el Realejo, que es tan cofrade, debía haber una procesión infantil», explicó Isabel Blanco, coordinadora de la actividad. Llevaban meses preparándolo y han invertido muchas horas de trabajo y de implicación tanto de los alumnos como de sus familias, «porque todo lo que llevan los niños puesto y los pasos es manual». Pero los pequeños viven cada momento con una ilusión única. Es lo que también les pasó a Lucía y Marina, dos de las participantes más mayores de la procesión. Llevan desde sus inicios formando parte de esta iniciativa y ya su actividad se centra en acompañar a los más pequeños, guiarlos y cuidarlos. Pero aún así, los nervios les invadieron durante toda la noche de ayer. «Yo como madre me siento muy orgullosa al verlas. De hecho he salido corriendo de trabajar solo para verlas», asegura su progenitora.
«Desde que lo hicieron la primera vez, cuando llega la época en la que lo van a hacer, están deseando participar», indicó la madre de Oliver e Ismael. Para Oliver este es su primer año y forma parte de la banda, mientras que Ismael, algo mayor que su hermano, sale de costalero. A ninguno les importa qué papel tienen que jugar en la procesión, solo quieren divertirse en la que se ha convertido en una de sus actividades favoritas.
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