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t La Carrera del Darro, vacía e iluminada la noche del Jueves Santo, quedó huérfana sin su Silencio. PEPE MARÍN
Semana Santa de Granada | Los gritos del Silencio

Los gritos del Silencio

El inmenso vacío provocado por el confinamiento enmudeció a las calles de Granada el día que, paradójicamente, debía procesionar el Silencio

Jesús Lens

Granada

Viernes, 10 de abril 2020, 01:23

El silencio tiene voz y, esta Semana Santa, se deja escuchar alto y claro. El silencio es el murmullo del río Darro discurriendo plácidamente al pie de la Alhambra. El silencio es el piar de los pájaros en las ramas de los árboles, las notas de un piano que se filtran a través de una ventana abierta al Paseo de los Tristes o el sonido de una botella vacía chocando con el vidrio del contenedor.

Anoche tampoco salió la procesión del Silencio, igual que no ha salido procesión alguna durante esta extraña y distópica Semana Santa. No se respira el olor a incienso en el ambiente. A través de la mascarilla, de hecho, apenas se percibe olor alguno. El pavimento de las calles no está lleno de cera. No se escucha el chirriar de los neumáticos sobre ella y no hay riesgo de resbalones. El único peligro es tropezar con algún bordillo o chocar con un bolardo por ir caminando mientras miramos la pantalla del móvil para recibir los ecos del Pleno del Congreso de los Diputados.

No salió el Silencio y, quizá por eso, el silencio se hace más presente, más perceptible que nunca. El silencio son las campanas de las iglesias y los conventos del Albaicín tañendo a mediodía. El silencio son las terrazas vacías de los bares más emblemáticos de Granada. El silencio es la estatua de Mario Maya, congelado en el tiempo mientras ejecuta una elegante pirueta a los pies de la Alhambra; el sonido del microbús de la Rober ascendiendo por la Carrera del Darro y el camión de la limpieza desinfectando las calles.

Centro, Realejo y Albaicín estuvieron este Jueves Santo vacíos. RAMÓN L. PÉREZ
Imagen principal - Centro, Realejo y Albaicín estuvieron este Jueves Santo vacíos.
Imagen secundaria 1 - Centro, Realejo y Albaicín estuvieron este Jueves Santo vacíos.
Imagen secundaria 2 - Centro, Realejo y Albaicín estuvieron este Jueves Santo vacíos.

No salió la Aurora y, quizá por eso, el sol apenas asomó durante todo el día de ayer. Sin saetas, sin redobles de tambor, sin el sonido de las cornetas. El silencio es la música de Semana Santa que, grabada, suena a través de un balcón en mitad de lo que debiera ser el recorrido de la Aurora, noble y voluntarioso intento de mantener vivo el espíritu cofrade.

No salió la Concha y, quizá por eso, todos permanecemos encerrados en casa, la caracola en que vivimos enclaustrados en las últimas semanas, sin escuchar los '¡Guapa!' y 'Preciosa!'. Este año, al cielo van las almas de tantas y tantas personas que, en silencio, nos van dejando.

El silencio es el soporte del paso de la Virgen encadenado a unas vigas de cemento en el patio del Monasterio de la Concepción, para evitar que se lo lleve el viento. Expuesto a la vista y despojado de su lona, ese paso inmovilizado dice tanto... El silencio es la silla que, desvencijada y sola, corona un paso imposible, con la Alhambra como testigo. ¡Al cielo con ella!

No salió la Estrella y, quizá por eso, las nubes apenas nos dejaron ver las luces del cielo o el resplandor la superluna de este mes de abril, robado por el Covid-19, lo que resuelve la duda planteada por Sabina en su famosa canción.

No salió la Redención y, quizá por eso, las calles vacías nos invitan a reflexionar sobre qué hemos hecho mal y a ponerle remedio y solución. Kenopsia. Será una de las palabras del año, sin duda. La kenopsia es la misteriosa y triste atmósfera que se genera en un lugar que estaba repleto de gente y ahora está abandonado y vacío.

El año pasado, como todos los años, era imposible pasear con un mínimo de comodidad por el Centro histórico de Granada. Miles de personas, de aquí y de todas partes del mundo, abarrotaban las calles y se daban codazos por conseguir un buen sitio en las barras de nuestros bares y tabernas. Hoy, todo está cerrado y sumido en un ominoso silencio. El sonido de las ruedas de las maletas de los viajeros y turistas ha dejado paso al más liviano de los carritos de la compra. Solo se escucha el ladrido de un perro por aquí y el maullido de un gato encaramado a un tejado por allá…

El silencio suena, sí. El silencio cobra vida y grita especialmente por la noche, cuando la ciudad se sumerge entre tinieblas y ni siquiera parece respirar. La Carrera del Darro no escuchó este año el deslizar de las cadenas por su adoquinado ni disfrutó de las velas encendidas por toda iluminación. Este año, el espeso silencio de la noche del Jueves Santo solo lo rompía la bici de un rider que llevaba una cena tardía a domicilio, el rumor del viento entre los estrechos callejones o los cadenciosos pasos de una pareja de policías velando porque, incluso en estos tiempos tan extraños y contradictorios, todo siga en calma y las cosas vayan bien.

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