Semana Santa en Granada, el ritual del costalero
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Semana Santa en Granada, el ritual del costalero
Como un toreroPepe abre los ojos y descorre la cortina del dormitorio como cada Martes Santo desde hace 40 años. «Qué chaparrón», resopla con los puños apretados mientras piensa en Pepe, Carmen, Marta y Paula, sus hijos. «Cuando eres mayor, entiendes que las cosas vienen como vienen. Pero eso solo lo aprendes con los años. Pensar en los niños es lo más doloroso». A José Ignacio Sánchez todo el mundo le conoce como Pepe, Pepe Juncal. «¡Por la serie de Paco Rabal! –exclama entre carcajadas– Me gustan mucho los toros». Pepe tiene 47 años y lleva desde los siete en la Hermandad de la Esperanza. «Y como costalero ya he cumplido los treinta».
Con la cortina abierta y las nubes llorando, los mensajes en el grupo de whatsapp de la cuadrilla son los esperables. Sin embargo, la primera fotografía de la mañana le saca una sonrisa: un ramo de flores enviado por el Granada CF. «El primer ramo que ha llegado a la Virgen es del Graná –subraya orgulloso–. Es mi otra pasión...». Pepe levanta la mirada al cielo y remueve la cabeza al ver la lluvia. «Cuando dicen que los sufridores son los del Atlético de Madrid no tienen ni idea. Sufridores los del Graná. Pero qué le vamos a hacer, soy del Graná y de la Esperanza. Ese soy yo».
Tras el último sorbo del café, Pepe, comercial de automoción, pone rumbo a la Iglesia de Santa Ana, para compartir la mañana con la hermandad. Por el camino se recuerda de niño, rodeado de sus dos hermanos mayores. «Queríamos salir en una cofradía. Mi padre trabajaba en Banesto y la Esperanza es tradicionalmente la hermandad de los banqueros. Mis padres pensaban que iba a ser el calentón de un año... pero aquí seguimos». Ahora, toda la familia de Pepe forma parte de la cofradía.
Al mediodía comen macarrones con tomate. «¡Como manda la tradición!», bromea Pepe, que ha quedado a las 16.30 en la plaza Luis Rosales con el resto de costaleros, para la igualá. «Vestirme es la parte que más me emociona. Es un ritual, como si fuera un torero», explica. La ropa está perfectamente ordenada sobre la cama, como un lienzo blanco y verde. Pepe enciende el cirio del Cristo de San Agustín que le regaló hace años su amigo Curro y pone de fondo la marcha de la Madrugá. Y así, poco a poco, sin prisa pero con la diligencia del samurái, se arma. «Soy muy maniático. Lo hago despacio y pienso cada gesto. Todo importa. Es un momento muy bonito».
Los calcetines con las anclas de la Esperanza. El pantalón blanco y el cinturón con la bandera de España. La camiseta de la Hermandad y el costal estirado y liado con la faja. La camisa y una sudadera, «que hace frío». Y los bolsillos llenos de estampas de la Virgen. «Las reparto cada vez que salgo de relevo. Algunos no le hacen mucho caso, pero a otros ves que sienten que le estás dando una cosa muy grande. Y de eso se trata, de hacerla más cercana. Mucha gente de Granada lo dice, puedes ser de cualquier cofradía, pero al final todos somos un poquito de la Esperanza».
A Pepe le gusta ir andando solo a la igualá. «Me aíslo del mundo. Sigo teniendo nervios y mientras camino repaso el repertorio musical, que lo tengo interiorizado».
Y allí, al abrigo de la cuadrilla, con un frío afilado como los cuernos del toro, Pepe Juncal recuerda que las cosas vienen como vienen y pasan «volás». «Cuando entras en la iglesia, al final, y el capataz dice 'ahí quedó, hasta el año que viene', sientes la satisfacción del trabajo bien hecho, pero también el pellizco de tener que volver a esperar». «Desde fuera –termina– no se puede llegar a entender lo que estos locos –Pepe abre los brazos y los mueve en el aire, haciendo el capote frente a su cuadrilla– sentimos con estas cosas».
La cita es a las seis de la tarde, en el Callejón de Santa Ana, donde Pepe y el resto esperan con entereza lo que tenga que venir. La cortina, lo saben, volverá a abrirse en una volá.
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