Ayer la tarde hizo a muchos descubrir la Semana Santa más interior, aquella que cada nazareno, camarera, costalero, acólito o músico vive en lo más profundo de su alma. La de las oraciones calladas viendo a los cristos y a la vírgenes a los ojos, ... detenidamente, sin las prisas que da la calle y la distracción de la música. En la iglesia zaidinera de María Auxiliadora o las albaicineras de San Cristóbal o la de San Miguel Bajo se repetían escenas que también podían contemplarse en el monasterio de la Concepción, las de los hermanos de las cofradías musitando en los labios sus plegarias y oraciones. Eso sí, muchos ojos estaban bañados por lágrimas que delataban que aquella situación no era la pretendida.
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La lluvia, aunque daba un respiro por la mañana, se hizo presente a primera hora de la tarde sobre la ciudad y sobre las previsiones. A la hora que debían haber salido de sus templos las diferentes cofradías de la tarde llovía, en algunos momentos mucho. No era el Jueves Santo soñado y ya en las visitas matutinas a los templos se reflejaba cierto pesar por la difícil decisión que las juntas de oficiales tendrían que adoptar por la tarde. En el colegio de los Salesianos era donde primero se decidía no ponerse en la calle, una noticia que corría como la pólvora por las distintas sedes del resto de las cofradías de la jornada. Luego llegaría la determinación similar en La Concha y, mientras, los hermanos de la Aurora y la Estrella se tomaban el respiro de unos minutos para determinar si salir o no a la calle. Casi a la par se anunciaba en ambas hermandades que no se realizaría estación de penitencia. Y ahí, precisamente en ese momento, era cuando de verdad comenzaba la penitencia para muchos, porque no hay nada más doloroso para un cofrade que el no salir con su cofradía a la calle. Los sueños y anhelos de todo un año quedan frustrados por esa lluvia que ayer anegaba aceras y corazones. La lluvia, esa aborrecida invitada a la Semana Santa había vuelto a hacer un año más de las suyas, sumando ya más de dos décadas en las que casi no ha habido una semana completa con todas las cofradías en la calle.
Los momentos de recogimiento en el interior de los templos fueron la imagen más repetida, junto a la de miles de personas acercándose a contemplar cómo se iban a presentar los pasos en la calle. Hasta después de las diez de la noche estuvieron con sus puertas abiertas recibiendo visitas e, incluso, alguna saeta como pudo escucharse en el convento de la Concepción poco antes de las ocho de la tarde, entre ese penetrante olor que inunda los pasos, un perfume especial que los floristas preparan cada año para la cofradía y que convierte a sus pasos en los que mejor huelen de toda la Semana Santa.
Fue un Jueves Santo sin cofradías, porque ya cuando el Cristo de la Misericordia se puso en la calle era una nueva jornada, la del Viernes Santo. El tiempo mejoró entrada la noche y hasta la luna se asomó por Plaza Nueva a esa hora en la que las luces se apagaron y Granada guardó silencio, solo Silencio.
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