Álvaro de la Torre Araus
Sábado, 28 de septiembre 2024, 00:48
Para crecer en la ternura, en la caridad respetuosa y delicada, en una hermandad hay un servicio lleno de cuidados y amor: el de camarera de la virgen. Las manos que cuidan a la Virgen de las Angustias son las de mujeres llenas de devoción ... que, en cada uno de sus detalles y, siempre con una humildad y sencillez, se encargan de cuidar, mimar y preparar durante todo el año a la Patrona de Granada. Son siete, como los siete dolores de la Virgen, que se ocupan de vestir a la Madre de los granadinos, preparar su ajuar, acomodar sus dependencias... Una relación de cercanía e intimidad como toda hija tiene con su madre.
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Una madre aconseja, habla en tu interior y por eso, siempre, es un regalo pasar el mayor tiempo posible a su lado. «Un honor indescriptible, que no se puede cuantificar puesto que llega a ser infinito» es el que sienten estas granadinas desde que fueron designadas como Camareras de la Virgen de las Angustias. Antes de lo que ahora son, primero fueron hermanas cofrades, después mayordomos y, tras años de entrega a la Virgen, camareras. Un puesto que imprime carácter y que conlleva una responsabilidad máxima. Desde perfumar con azahar los cajones donde se encuentran las pertenencias de Nuestra Señora hasta portar el manto en señal de servicio el último domingo de septiembre.
Su trabajo diario principalmente consiste en tener a la Virgen siempre bien atendida y sus pertenencias dispuestas e impecables. Además, se encargan de hacer el cambio de manto cuando es oportuno y procede, es decir, en las festividades de la Señora y en las distintas épocas del año. Esta función se desempeña durante todo el año, pero más aún si cabe en varios momentos puntuales: a finales del mes de agosto, en los cultos en honor a nuestra Patrona, el día de su Festividad y ofrenda floral, por supuesto el día de la procesión, el martes tras esta.
Cada vez que la Virgen se presenta con una nueva vestimenta, precisa de horas para arreglarla. Una tarde de los últimos días de septiembre, en la intimidad de la Basílica, se renueva el ritual que marca la inminente llegada del día de la procesión. La Virgen de las Angustias desciende de su camarín y es portada hasta que se quedan a solas con ella. La camarera de la Virgen más veterana, Carmen, está muy agradecida a sus compañeras por el trabajo en equipo que realizan en favor de la Virgen de las Angustias. Todas tienen en el recuerdo a su gran referente durante muchos años, María Jesús Dávila Ponce de León Guerrero que falleció el 7 de enero de 2023. El tiempo aún no ha curado su ausencia. Entre las compañeras que integran este colectivo figuran María del Carmen Rodríguez Membribes, Blanca Santa-Olalla Fernández Fígares, Marta Moreno Nores, María del Carmen González Pareja, María Dolores Martínez Baca, Aurora Gómez Reche y María Angustias Montes Rueda. Varias de estas mujeres explican que sus maridos son mayordomos y que atender a la Virgen, a la hermandad y a su obra social es una vocación y una manera de vivir.
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Si hay algo que tienen en común estas camareras es que son perfeccionistas, creativas y con una enorme fe. Son conscientes de cómo la Virgen siempre ayuda y tiene gestos con las personas que lo necesitan. Toda la existencia de María es un himno a la vida, un himno de amor. La Virgen de las Angustias es la madre que nos da las fuerzas para afrontar y superar los problemas, la que nos enseña a ser fecundos, a estar abiertos a la vida y a ser cada vez más capaces de hacer el bien, transmitir alegría, y generar esperanza. Nunca debemos perder jamás la esperanza. Hace algunos años, mientras la Virgen cruzaba el dintel de la Basílica para su salida procesional se cayó una flor del exorno. La recordada María Jesús Dávila Ponce de León la recogió y se la dio, con cariño, a la camarera más joven que la guardó con la ilusión de tener ese recuerdo para siempre. Durante el recorrido por las calles de Granada se encontró a una mujer enferma y supo, en ese momento, que la flor era para ella.
En una era de virtualidad y soledad, el Papa llama a trabajar en equipo. Un hermoso ejemplo son estas mujeres que forman comunidad y caminan juntas. Se puede decir, por tanto, que cada una de ellas es una esperanza: la esperanza de la amistad, la esperanza de unirse en el camino, la esperanza de salir juntos en misión. En consecuencia, cada uno de nosotros en el servicio que se nos ha encomendado es también una esperanza para la Iglesia.
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