La risa de la niña de ojos claros y pelo dorado rebota limpia por la ladera de Sierra Nevada. Su carcajada nerviosa desciende a toda velocidad por los trineos del Mirlo Blanco, en la estación de Pradollano, seguida por otras 44 sonrisas azules y amarillas ... que la arropan entre la nieve. Para ellos la nieve es casa. Llevan años entrenando esquí de fondo en un centro de alto rendimiento del que solo quedan los escombros. Una bomba. Huyeron de Ucrania en un autobús con destino a Granada gracias a la iniciativa del Club Esquí Monachil. «¡Otra vez!», grita la niña emocionada, y los demás la siguen sin rechistar, como los habitantes del País de Nunca Jamás.
Publicidad
Los papás y las mamás se quedaron allí, en Ucrania, por culpa de la situación. La otra palabra, la de verdad, no se usa aquí. Es como si la hubieran extirpado de sus cabezas, pese a que por dentro sea un grito: eso que ha roto sus familias, eso que tiene al mundo entero horrorizado pendiente de explosiones, de estallidos y de zumbidos angustiosos. «Aquí no se habla de... la situación», dice Luz, la responsable del grupo. «Estamos protegiendo eso –señala a las pistas, donde un par de chavales se han caído del trineo y ríen–. Queremos que los niños vivan su momento, su infancia».
Los 45 niños, de entre 10 y 16 años, vinieron con siete entrenadoras que parecen el estribillo de una canción: Luz, Luz, Elena, Daria, Natasha, Nina y Natasha. La Luz mayor es la jefa y le saca casi cuarenta años a la Natasha más joven. Cada entrenadora tiene la tutela de un grupo y todas se apoyan unas a otras para impedir que la situación les derrumbe. «Los niños son muy buenos y tienen buen ánimo –sigue Luz–. Nosotras somos más conscientes y estamos muy preocupadas por los familiares que se han quedado allí, pero intentamos hacer que los niños lo pasen lo mejor posible y que sigan con su entrenamiento mientras esperamos unos días. O unos meses».
Duermen en el Hotel Trevenque y Cetursa les ha facilitado dos circuitos para que puedan esquiar. «Entrenamos varias veces al día y, como no pueden dar clases online porque las escuelas están cerradas, ven vídeos que les han grabados sus profesores y después de cenar hacen todos juntos los deberes», relata Luz. La mayoría de los niños habla con sus padres todas las noches, a través de las redes sociales. «Pero hay algunas familias en zonas de conflicto y llevamos varios días sin saber nada de ellas».
El silencio –eterno– lo rompe Iván, de 16 años, que se acerca tímidamente para hablar de la casa: «Como llevamos mucho tiempo entrenando juntos estamos muy, muy unidos y nos conocemos muy bien». Porque aquí, en Sierra Nevada, ha nacido otra sociedad de la nieve, como la que Bayona rueda unos metros más arriba. Una sociedad, como escribió Pablo Vierci, basada en la esperanza: «Luz cuida de las entrenadoras. Las entrenadoras cuidan de nosotros y los mayores cuidamos de los pequeños».
Publicidad
La niña de sonrisa luminosa se llama Victoria. Ella y Julia pasan corriendo, otra vez, junto a Nina, que les pregunta cómo lo están pasando. «¡Muy bien! ¡Perfecto!», responden alegres. Elías y Andre las persiguen y bromean con Nina, una de las entrenadoras. «Estamos muy agradecidas por estar aquí», dice sonriente. Luego le preguntan cómo están ellas, las mayores, y su rostro, por un momento, se derrumba. «Preocupadas. No tenemos contacto con algunos familiares. Tenemos miedo», confiesa, antes de obligarse a mirar a lo alto de la colina para sonreír otra vez. «Lo importante son los niños».
Ninguno, por cierto, habla español, inglés o algún otro idioma más accesible. Por eso todos comparten la voz de Inna, la intérprete accidental. Inna trabaja en las oficinas de Cetursa y llegó a Granada hace 20 años, para hacer una estancia en la Facultad de Traductores. Se enamoró, se casó y tiene una hija «granaína total». Inna es rusa. «Sí, soy rusa, pero la política la hacen los políticos. No todos los rusos queremos esta situación. Estoy muy contenta de ayudar a esta gente». Luz, a su lado, la abraza como si fuera su hermana mientras repite varias veces «yakuyu», «gracias». «Es imposible explicar con palabras lo que sentimos –sigue Luz, abriendo los brazos de par en par–. Sentimos el calor de Granada desde el principio, desde que conocimos a Ángel».
Publicidad
Ángel González es el que tuvo la idea de traerles aquí, a Sierra Nevada, lejos de la situación. Ángel está al otro lado de los trineos, con Manolo Castro, presidente del Club Esquí Monachil. «Es una satisfacción increíble ver cómo la gente acoge, cómo las empresas públicas y privadas se han sumado al proyecto... Es muy bonito», termina González, con la risa de los niños lanzándose por la ladera.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.