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esther rodrigo
Sábado, 16 de mayo 2015, 01:38
Algo tan aparentemente anodino e impersonal como una señal de tráfico puede cobrar vida propia y adquirir rango de símbolo. El éxito del Ampelmann, el hombrecillo que aparecía en los semáforos de peatones de la antigua República Democrática Alemana (RDA), convertido hoy en protagonista icónico de millones de souvenirs, demuestra el insospechado potencial que se esconde tras los objetos más cotidianos. Los diseñadores hace tiempo que lo descubrieron y explotan un recurso tan universal como el de los semáforos para dar rienda suelta a su imaginación.
Viena, por ejemplo, estrena estos días una señalítica muy singular: las siluetas luminosas reservadas a los pasos de peatones muestran a parejas del mismo sexo cogidas de la mano en una alegoría de la homosexualidad reforzada por la presencia de un corazón. No es que de repente la capital austriaca se haya convertido en la meca del turismo gay; se trata de un ornamento más para realzar el festival de Eurovisión que se celebrará allí el 23 de mayo. Es además la curiosa forma que han escogido los austriacos para rendir homenaje a su compatriota Conchita Wurst, la mujer barbuda que triunfó en la última edición y que es una ardiente defensora de los derechos de los homosexuales. En Fredericia, Dinamarca, también homenajean a sus combatientes (el mayor icono de esa ciudad es el Landsoldaten, el soldado de infantería que la protegió cuando era un fortín militar) con figuritas con el fusil al hombro.
El de los semáforos es un lenguaje que no necesita traducción pero que en cada sitio tiene distinto acento. Una exposición urbana realizada por una artista en Nueva York mostraba hasta un centenar de siluetas diferentes utilizadas en los pasos de peatones. Son figuras que a primera vista parecen más o menos uniformes pero que cuando se despliegan todas juntas dejan entrever su heterogeneidad. Las hay punteadas, rotundas, esquemáticas, detalladas... Un universo que casi siempre pasa desapercibido a la mirada funcional del peatón cuando cruza la calzada.
Silueta con falda
El semáforo como instrumento de reivindicación feminista pasa por la incorporación de la figura de un peatón con falda, algo que hizo el Ayuntamiento de Jaén en 2008. Otros perfeccionaron la idea añadiendo una coleta a la silueta para reforzar su condición femenina. Ninguna de esas imágenes ha alcanzado sin embargo la proyección del Ampelmann, que representa a un hombre con sombrero, presente en todos los pasos de peatones de la RDA. Diseñado en la Alemania comunista siguiendo las directrices de un psicólogo, el primer semáforo que lo incorporaba fue instalado en Berlín en 1961. Con el paso del tiempo la figura se hizo tan popular que fue utilizada para la educación vial infantil en libros y series de televisión .
Cuando en 1990 se produjo la reunificación del país, los viejos semáforos fueron sustituidos por el modelo que se utilizaba en la parte occidental. El Ampelmann fue barrido por el viento de los nuevos tiempos. Pero logró resucitar convertido en un fenómeno sociológico que simboliza la nostalgia por el viejo régimen socialista. Ahora aparece en millones de souvenirs. Y ha vuelto a los semáforos.
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