Edición

Borrar
José Bretón. Calcinó a sus hijos de 2 y 6 años
Las cicatrices de la maldad

Las cicatrices de la maldad

Una escritora y una experta en morfología facial buscan huellas en el rostro de los asesinos. «No hay caras de buenos y malos, pero las frustraciones cambian los rasgos»

antonio corbillón

Martes, 26 de mayo 2015, 00:34

Llevamos tatuadas en la cara nuestras pulsiones más animales? Esa nariz aguileña, ese mentón afilado, la frente despejada o ese poblado entrecejo sobre el que parece balancearse la peor de las iras ¿son la antesala del gen de la violencia? La escritora y periodista Mónica González Álvarez se lo preguntaba cada mañana al coger el metro. Pasó meses descubriendo detalles en los mapas biológicos de los rostros que compartían vagón con ella. «No dejaba de cuestionarme ¿puedes ser una persona buena o mala solo por tu cara, por tu aspecto?».

Decidió buscar respuesta a su pregunta navegando en las biografías de algunos náufragos de la vida que habían sembrado su alrededor de dolor y muerte. Seleccionó a 39 criminales y los clasificó por familias: magnicidas, pederastas, serial killers, matanzas, dictadores, criminales familiares... Estudió sus biografías, el antes para explicar el después. Y le encargó a Esther Mellado, pionera en una técnica que ayuda a usar los rasgos faciales para escoger a directivos de éxito (la psicomorfología), que tratara de hacer coincidir el retrato-robot del rostro y del alma. Mellado nunca se había enfrentado a un reto así. El resultado de este trabajo a cuatro manos puede leerse en Las caras del mal (Ed. Luciérnaga) que estos días llega a las estanterías.

Alí Agca (Juan Pablo II), Hitler, Lee Harvey Oswald (Kennedy), los hermanos Izquierdo (Puerto Hurraco), Bin Laden, José Bretón (los niños de Córdoba), Josef Fritzl (monstruo de Amstetten), Domingo Troitiño (Hipercor)... Rostros que pudieron pasar por convencionales, de esos que sus conocidos suelen destacar que «era muy educado y daba los buenos días en el ascensor».

De hecho, la primera conclusión en la que insisten tanto Mónica como Esther es en quitar prejuicios. «Con este libro he aprendido a no juzgar por las apariencias. La gente es buena o mala por sus circunstancias vitales. No hay caras de la maldad ni de la bondad ni las habrá nunca», sentencia González Álvarez. «Lo que sí se evidencia en nuestro rostro son los desequilibrios emocionales», completa Mellado.

La cara, espejo del pasado

El dolor, el descontento con el mundo que te lleva a explotar de forma violenta contra el entorno. Eso sí deja huella porque, «las frustraciones o vivencias nos cambian la cara», insiste la escritora. Uno de sus personajes es José Bretón. Cuando se celebró su juicio en el verano de 2013 por quemar a sus dos hijos de 2 y 6 años (Ruth y José) para vengarse contra su exmujer, quedó al descubierto el «lobo con piel de cordero» que llevaba dentro. En su investigación, Mónica González retrata al hombre formado en un colegio religioso que se enroló en el Ejército y vivió malas experiencias en la guerra de Bosnia. El hombre que se muestra «educado, cortés, cariñoso, buen padre y compañero» ante el entorno era para su mujer «controlador, machista, celoso y obsesivo».

Ni la tragedia que desató a su alrededor le hizo perder la compostura o mostrar un rictus de rechazo durante el juicio oral, que siguió con la frialdad del busto de Nefertiti. Las técnicas de la psicomorfología dicen que su cara es un sinónimo de la contención. Una fuerza interior que «apaga» sus músculos y rasgos faciales ante «posibles sentimientos». Todo para concluir en un «carácter unilateral, autoritario y déspota».

Para alcanzar conclusiones como ésta, Esther Mellado trató de estudiarse los currículos sanguinarios sin antes ver su foto para reducir al mínimo los «prejuicios contaminantes». Aunque en algunos casos era inevitable no conocer la cara de Hitler, Stalin, Bin Laden o el todavía cercano en el tiempo y la prensa de Bretón.

«Si no nos hubierais detenido, hubiéramos vuelto a dispararles durante el entierro a los muertos». Emilio Izquierdo y su hermano Antonio descargaron su odio larvado durante décadas contra sus vecinos de Puerto Hurraco sembrando las calles con nueve muertes. Para la literatura policial fue el resultado lógico de una lucha entre dos clanes en lo más obtuso del rural extremeño. Para ambas expertas son un buen ejemplo de esas huellas tangibles que los sentimientos viciados esculpen en un rostro. De sus fotos en el banquillo, Esther Mellado resumió que en Emilio «el hundimiento general de los sentidos y la mirada escondida y cerrada al mundo nos hablan de alguien obtuso»; mientras a su hermano Antonio le dominaban «unas cejas muy pobladas y unidas, que revelan el potencial agresivo vinculado a todo tipo de actos de brutalidad».

En otros grandes personajes como Osama Bin Laden, sus pequeñas mandíbulas muestran «una actitud selectiva y más preocupada por conservar y disfrutar de lo que tiene que por conseguir más». Las caras del mal disecciona a 39 personas que, juntas, fueron responsables de millones de muertos (entre ellos están Hitler o Stalin). Un siglo antes de que naciera cualquiera de ellos ya dejó escrito el filósofo Ralph W. Emerson que «en los pocos centímetros cuadrados de un rostro, un hombre encuentra sitio para los rasgos de sus antepasados, para las expresiones de su vida y para sus deseos».

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

ideal Las cicatrices de la maldad