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Un carruaje del siglo XVI.
500 años en Hampton Court

500 años en Hampton Court

Catalina de Aragón y Felipe II vivieron en este palacio que acogió también a Shakespeare y Van Gogh. Ahora ofrece a los visitantes un viaje por sus cinco siglos de historia

íñigo gurruchaga

Viernes, 5 de junio 2015, 00:32

La construcción del Palacio de Hampton Court comenzó en un tiempo en el que los grandes poderes de Europa, el Papado, Francia y la España de Isabel y Fernando, se disputaban la hegemonía en la guerra y fortalecían sus alianzas mediante el matrimonio. El cardenal Thomas Wolsey, capellán del rey, quería levantar un palacio que no tuviese par en el continente.

Había allí, en los meandros del Támesis, en el sudoeste de Londres, una mansión que compró en 1515 para construir un palacio digno de un príncipe de la Iglesia de Roma. La vida de Wolsey en la corte echó a andar como limosnero del rey y con el ascenso de Enrique VIII al trono fue ocupando posiciones de mayor relevancia hasta convertirse en su Lord Canciller, el más importante ejecutor de la voluntad del Tudor.

La estrategia de alianzas políticas y matrimoniales llevó a la corte inglesa a Catalina de Aragón, hija de Isabel y Fernando, pero la diplomacia papal del Tratado de Londres, del que Wolsey fue su principal artesano, se disolvió pronto. Guerras con Francia y una nueva enemistad con el emperador Carlos I. En esas circunstancias llegó el pleito matrimonial.

Enrique VIII fue el Elvis Presley del siglo XVI, según Deborah Shaw, responsable de programación de artes creativas en el palacio real. Su retrato más popular es de Hans Holbein y lo presenta como un hombre de aire abotargado y rotundo. Es el Elvis gordo. Pero fue un amante prolífico, que debía tener algo romántico en su búsqueda de la esposa ideal, y también un joven vitalista y enérgico, de gran inteligencia como estadista.

Wolsey construyó su palacio como un gran hotel, cuenta Dan Jackson, conservador de la arquitectura del palacio, para recibir a cortesanos y embajadores o al mismo rey. Y lo perdió cuando fracasaron sus dotes diplomáticas para lograr el divorcio del Enrique VIII con Catalina, que no le daba hijos varones y amenazaba la estabilidad del reino. Las buenas relaciones del tío de la consorte española, el emperador Carlos, con el papa Clemente VII lo hizo imposible. Así que Enrique VIII rompió con la Iglesia Católica y se hizo proclamar jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra. Anulado el primer matrimonio, el monarca y Ana Bolena tomaron posesión de Hampton Court en el patio del reloj. Junto a la entrada principal se pueden contemplar el mosaico de estilos que impusieron los diferentes propietarios: la Puerta Principal levantada por Wolsey con torres y ladrillo rojo, en el estilo Tudor, o el Gran Hall levantado por Enrique VIII, el último gran salón medieval.

El matrimonio de la reina María hija superviviente de Catalina con el futuro rey Felipe II fue impopular. Representaban el regreso de los seguidores del Papa, después de que su padre, Enrique, declarara la supremacía de la corona en la Iglesia de Inglaterra. Habían pasado allí su luna de miel y en su arquitectura, además de la construcción de dos puertas en cada salón para respetar la igualdad de los protocolos de ambos países, dejaron la huella de columnatas o apartamentos barrocos.

Jorge II, el último rey británico nacido en el extranjero, y su mujer, Carolina, a quien calificaríamos hoy como alemana, también dejaron su firma: la del arquitecto William Kent, que en el siglo XVIII creó el estilo neogótico, una mirada nostálgica al pasado Tudor, que se prolongaría con los adornos que se añadieron en la era victoriana.

Teatro y pasteles

A lo largo de este año se conmemoran los cinco siglos de este palacio, que ya no ocupa la realeza. Recorrerlo supone una experiencia sensorial sobre este mosaico de la historia inglesa. Música, danza, carruajes de cada época y el recuerdo de personajes que visitaron el palacio, como Van Gogh o Shakespeare, que estrenó aquí el drama de Macbeth cuando las conspiraciones anglo-escocesas agitaban el reino, y que describió a Catalina como «la Reina de todas las reinas y modelo de majestad femenina».

Para ofrecer a los visitantes la memoria intangible de Hampton Court, se presentan en diferentes lugares, todos los días, las Obras del Tiempo, pequeños dramas que despliegan con imaginación hechos reales de la vida palaciega: los ensayos de los Hombres del Rey, la compañía de Shakespeare, los duelos verbales de Isabel I con el enviado de su prima segunda, María de Escocia, batallas de reinas consortes con amantes, la preparación para un día de caza de la reina Ana.

En esta habitación, dice Deborah Shaw en un momento de la charla, dio a luz Jane Seymour, una de las cinco esposas de Enrique VIII, a su hijo varón y enfermo. Hay que imaginar esa historia. O la vida de las viudas de militares y políticos en los apartamentos que la Corona les ofrecía hasta que una de ellas provocó un gran incendio en 1986. Se puede visitar también, previa cita, la colección de trajes y vestidos de la corte, que se guarda aquí y se exhibe en otro de los palacios reales históricos, el de Kensignton, la casa de Diana de Gales.

Los espléndidos jardines son también un pastiche de diseños, mezcla de lo versallesco con las ideas más naturalistas del jardín paisajístico inglés. Se puede degustar en la cafetería el pan de jengibre de aquel tiempo o un bizcocho victoriano. Enrique y Catalina comían dos veces, a las 10.30 y a las 15.30. Elegían de un buffet de veinte platos. Era entonces popular, como ahora, el roast beef. En la corte cosmopolita gustaba a los cocineros del rey añadir productos exóticos, almendras y limón.

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