
antonio corbillón
Viernes, 13 de noviembre 2015, 00:41
Neil Young es el único que aún es capaz de volver loca a su propia guitarra». A Gay Mercader, el productor que ha paseado por España a todas las estrellas del rock mundial durante treinta años, todavía le sorprende la radicalidad del discurso vital y musical de este viejo rockero, que hoy cumple 70 años. Mercader lo eleva al podio de los tres más ilustres que ha conocido, junto a Bob Dylan y Keith Richards. Un trío de septuagenarios que vive para contarlo. Subido a un escenario, el músico canadiense (Toronto, 1945) sigue pareciendo imprevisible. Todavía toca su guitarra como si recibiera descargas eléctricas, tal vez apelando a una infancia marcada por la epilepsia. O al nombre de su banda de siempre: Crazy Horse (Caballo Loco).
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gruñón del rock y la vida
Nunca ha sido neutro. La gente se le echó encima por defender a Ronald Reagan («me caía bien»), hizo giras contra la guerra de Irak pidiendo que procesaran a Bush hijo e intuyó la llegada de Obama, al que cita en Living with war (2006) (Viviendo con la guerra), cuando no era ni candidato. Su última cruzada es contra la multinacional de semillas transgénicas Monsanto.
Un indie total con sangre india
Por su sangre corren los indígenas de las praderas canadienses. El icono de las tribus pioneras está muy presente en sus letras. Dedicó una canción a Hernán Cortes, Cortez, the killer, ( Cortés, el asesino) denunciaba sus crímenes durante la conquista de México.
No querías biografías pues toma cuatro tazas
Juró de joven que nunca publicaría una autobiografía, pero ya lleva cuatro (al menos). La última Shakey. La biografía de Neil Young (Jimmy McDonough) le deja muy mal parado.
50 discos (incluso alguno más) completan su enorme discografía con sus diferentes formaciones Crosby, Still, Nash & Young, Buffalo Springfield, Crazy Horse, Stray Gators...
El stone Keith Richards se ha sorprendido más de una vez de «seguir todavía aquí». Neil Young podría afirmar lo mismo, sobre todo después de despedir de este mundo a muchos de sus colegas de viaje e incluso inspirar la muerte de alguno que podría ser su hijo. Cuando levantaron el cadáver de Kurt Cobain (Nirvana), apareció una nota de suicidio inspirada en Its better to burn out than to fade away (Mejor quemarse que desvanecerse), el himno punk que el canadiense escribió en 1979.
Son siete décadas vividas y contadas siempre a contracorriente. Detrás de uno de los artistas más prolíficos de la historia del rock (37 discos, 7 directos, 5 películas...) está la historia de un insumiso de lo previsible que no quiere acomodarse. Y dispuesto a pagar el precio, en lo personal y musical, que hiciera falta. «Para Young, el instinto es lo primero en la creación artística, lo que señala a los grandes artistas. El óxido nunca duerme cantaba en una de sus letras clásicas», recuerda el escritor musical Ignacio Juliá, autor de En el ojo del huracán, la primera biografía en castellano del guitarra y compositor.
Y como siempre, la vejez del mito se explica en su infancia. La de un crío espigado y debilucho, afectado de polio y de espasmos epilépticos bajo el escaso manto de un padre periodista, escritor y mujeriego, que acabó demenciado, y una madre deprimida y alcohólica. Una familia que cambiaba de hogar a cada rato y que modeló su idea nómada de vivir y pensar. Doce escuelas distintas antes de acabar la enseñanza básica. «Me educaron para renovarme constantemente dijo un día a la BBC.Siempre ocurrían cosas distintas a mi alrededor». En cuanto tuvo edad para hacerlo, se subió en un viejo coche, un Pontiac del 53, y cruzó ilegalmente la frontera de Estados Unidos para recorrer los 3.000 kilómetros que le separaban de California y el sueño hippie. Era 1965 y allí fijó definitivamente su ideario. Pero ni por esas se ha visto tentado de pedir un pasaporte yanqui. «Debes seguir cambiando. De camisa, de mujer, de lo que sea. Prefiero seguir cambiando y perder a un montón de gente por el camino. Si ese es el precio, lo pagaré gustoso». Con los años le han acusado de todo, incluso de «negrero y tirano» con su gente, pero nunca de hipócrita.
Y más viéndole ahora como un adolescente, con el amor recién estrenado de la actriz Daryl Hannah (Splash y Kill Bill), 25 años más joven, pero activista como él, por la que dejó a su tercera mujer y madre de dos de sus tres hijos, Pegi Morton. No se habían separado desde que la conoció en 1974, cuando era camarera en un local no muy lejos de su rancho, a tiro de piedra de San Francisco. Hasta la incorporó a su banda y le dejaba tocar con él. Juntos lucharon por sacar adelante a sus hijos, uno con parálisis cerebral y el otro con tetraplejia y afasia. Crearon y tocaron gratis para la fundación con la que financian la investigación médica.
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Ahora Hannah protagoniza la portada de su último disco, Monsanto years (Los años Monsanto), en el que arremete contra la multinacional de las semillas transgénicas («demasiado grande para caer, demasiado grande para la cárcel»). Es su nueva cruzada ecologista en defensa de las granjas «de toda la vida que han hecho América». La flamante pareja defiende su causa recorriendo la vasta superficie del país a lomos de un coche híbrido (eléctrico y bioetanol), en cuya tecnología Young se ha gastado unos cuantos millones. «El país no puede vivir sin coches porque las distancias son muy largas y nuestro reto es no contaminar», argumenta.
El rancho que posee en la cuna del hippismo es uno de los escasos anclajes al suelo que se ha concedido en todo este tiempo. Lo llamó como uno de sus discos, Broken Arrow, y con los años lo ha convertido en una factoría a mayor gloria de sus obsesiones: coches antiguos que colecciona por docenas, maquetas de trenes y, en la última década, su laboratorio de motores ecológicos. «Neil Young escapa al tópico de la estrella ausente de la realidad», insiste Juliá.
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Sin drogas no hay musas
Pero el motor de su vida lo alimentó durante décadas con una mezcla de cocaína, marihuana y tequila. Además de muy mala leche con lo establecido. Pegó su primer gran pelotazo con un disco intimista y campesino como Harvest (1972), para después dar bruscos volantazos con los que huía de lo que se esperaba de él. Así se explica que, desde mediados de los setenta, los pioneros de los nuevos estilos citen su nombre cuando les piden referencias: desde Sid Vicious (Sex Pistols), al citado Kurt Cobain y hasta Chrissie Hynde (The Pretenders).
Y todo sin ir de divo casi nunca. «We still alive!» (¡Aún estamos vivos!), le espetó a un Gay Mercader impresionado por su «intenso directo» en A Coruña, en el Xacobeo de julio de 1993. Era la segunda vez que le traía a España. Habían coincidido en Barcelona, Bilbao y Madrid en abril de 1987, donde ya retrató al personaje. «Daba gusto por su normalidad, la de un tipo complejo pero simpático y decente», continúa el promotor. No hubo excentricidades. Un paseo por el parque Güell, en el que «no le reconoció ni Dios», y una tienda de deportes porque «quería unas pesas para hacer ejercicio con los pies».
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La cantante Rebeca Jiménez todavía se sorprende de la llamada que recibió para ser su telonera en Anoeta (San Sebastián) en 2009. «Todo era relajado y muy normal. No pudimos saludarle porque se fue en un avión, pero sus músicos nos felicitaron». Jiménez se quedó con el detalle de la vena ecológica, convertida ya en ley en el entorno de Young. «Estaba prohibido que apareciera ninguna botella de plástico en el escenario. Era la única orden expresa».
Un aneurisma cerebral estuvo a punto de acabar con su vida hace diez años. Vio la señal y decidió terminar con cuatro décadas de policonsumos varios. «Ahora no se me ocurre nada, estoy seco», reconoció después. Lo que no le impidió tirar de fondo de armario y no parar de intercalar reediciones de su enorme obra con nuevos proyectos.
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El viejo Young aspira a que las nuevas generacines sigan viéndole como uno de los suyos, un tipo que bordea el star system y solo coge de él lo que le conviene. «Cuando algo empieza a parecerse un trabajo ¡yo me largo! ¡No quiero trabajar! ¡Ya es bastante duro tener que tocar!». Siempre el espíritu de un caballo desbocado.
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