ideal.es
Miércoles, 2 de diciembre 2015, 00:48
Seguramente no es la primera vez que oyes o lees este dicho popular y es más que probable que lo hayas pronunciado más de una vez, cuando quieres hacer referencia a alguien o algo poco agraciado o falto de belleza. Pero es probable que desconozcas de dónde viene este dicho y que está basado en la historia en un zapatero de Alhendín, cuya fealdad perdura en el refranero español, después de 200 años de su existencia.
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Francisco Picio nació en Alhendín, donde vivió hasta que fue condenado a muerte por un delito que cometió y del cual se desconocen los datos. Al parecer, el tal Picio se encontraba en la capilla rezando, cuando recibió la sorprendente noticia de su indulto. La sorpresa fue tan grande para este zapatero que se le cayeron el pelo, las cejas y las pestañas y, por si fuera poco, le salieron tumores en la cara, dejándole totalmente deformado.
Estas circunstancias le llevaron a convertirse en un auténtico modelo de la fealdad, hasta tal punto que su nombre quedó grabado a fuego en el refranero español. Sus defectos físicos le provocaron muchos problemas, por lo que tomó la decisión de huir a Lanjarón, de donde también fue expulsado, por su negativa a quitarse el pañuelo de la cabeza al entrar en la Iglesia del pueblo.
Sus últimos años los pasó en Granada, donde dicen que su fealdad aumentó, hasta el punto de que el cura le tuvo que dar la extremaunción con una caña, a consecuencia del miedo que le provocó el aspecto físico del pobre Picio.
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