irma cuesta
Jueves, 4 de febrero 2016, 01:26
Es probable que no sea más de un minuto lo que el invitado de turno pasa en la sala. El tiempo que tarda el Rey en aparecer, acercarse, darle la mano amablemente y sonreír ante una legión de fotógrafos encargados de inmortalizar el encuentro. Pero, de un tiempo a esta parte, la Sala de Audiencias de La Zarzuela, con ese imponente tapiz de Alejandro Magno haciendo las maletas para partir rumbo a Asia como testigo, nos resulta casi tan familiar como el salón de casa. Y es que, esa habitación en la que los presidentes y muchos altos cargos de cada gobierno han jurado sus cargos, y en donde durante años se ha recibido a jefes de Estado, lleva un trajín de mucho cuidado. La sala de las bienvenidas tiene 13,4 por 9,35 metros cuadrados cubiertos por una magnífica alfombra realizada por la Fundación de Gremios a mediados del siglo XX; está panelada en madera clara y enlaza la salita con el despacho del monarca.
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Cualquiera que haya seguido estos días las gestiones en busca de presidente y el vete y ven de los líderes políticos, se habrá dado cuenta de que a los invitados no les da tiempo a nada. Entre estar pendientes de protocolo, y los nervios propios de las circunstancias, cuando aparece Felipe VI apenas han podido echar un vistazo. Si se fijaran, se darían cuenta de que en una de las esquinas, protegida por una urna de cristal, hay una réplica de la Copa Davis; un regalo que le hizo Rafa Nadal a Don Juan Carlos después de ganar al argentino Juan Martín del Potro en 2012 y lograr el punto definitivo para la Armada española.
También habrían visto la bandeja de plata que regalaron los participantes en la Cumbre Iberoamericana de Salamanca al rey Juan Carlos y que está firmada por todos (incluidos Fidel Castro, Lula da Silva y Vicente Fox) por sus 30 años de reinado. Y seguro que no se les habría pasado la estatuilla de un premio Goya, obsequio de la Academia de Cine y un guiño de los Reyes a la cultura. El célebre cabezón descansa sobre una de las consolas de mitad del siglo XVIII realizadas en madera, pan de oro y mármol, situadas a ambos lados del tapiz.
Tesoros prestados
Prácticamente todo lo que decora la sala son tesoros prestados, propiedad de Patrimonio Nacional. Incluidas las dos marinas al óleo de Luis Paret y Alcázar, uno de los mejores pintores que alumbró España en el siglo XVIII. Fue Juan Carlos I quien decidió que sus paisajes de San Sebastián y del puerto de Pasajes ocuparan un lugar de honor en su casa. Como ha sido Felipe VI el encargado de hacerle un hueco a la figura del peregrino, una pieza que la cerámica Sargadelos diseñó para la colección del Camino de Santiago, y que los gallegos le entregaron cuando lo nombraron Embajador de Honor de la ruta jacobea.
Desde la Casa Real aseguran que es habitual que se cambien algunas de la piezas de la sala por decisión de los Reyes y que varias de las que hoy están ahí se las han entregado a Felipe VI y a su padre en las audiencias reales. Lo que no ha cambiado nunca son las seis cómodas que adornan la habitación. Dos de ellas son francesas, del siglo XVIII; otras dos fueron realizadas en los Talleres Reales por José Canops en esa misma época y las restantes, una de ellas situada junto a la puerta del despacho, inglesas del primer tercio del siglo XIX.
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También llevan allí muchos años, además de los Paret, cuatro cuadros de Miguel Ángel Houasse, un pintor que Felipe V convirtió en su artista de cabecera, y dos del italiano Corrado Giaquinto; las esculturas de bronce y esa súper alfombra en tonos claros de 10,8 por 7,3 metros.
Aunque, de todo lo que adorna sus paredes, quizá lo más impresionante sea el tapiz. Porque sirve de fondo a todas las fotografías oficiales y porque tiene ese valor incalculable reservado para algunas cosas únicas. Aunque hay opiniones para todos los gustos. Al presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, que ha estado en esa sala una docena de veces, no le impresiona lo más mínimo. Dice que como ya ha contado el líder de Podemos, Pablo Iglesias lo que realmente impone es el camino desde la garita de entrada hasta el palacio, llena de animales. Eso, y el Palacio Real. «Allí sí que hay cosas fantásticas; cosas únicas de cuando era nuestro medio mundo. La Zarzuela, en realidad, no es más que un chalé grande, y la Sala de Audiencias un recibidor de buen tamaño».
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